Sin exclamaciones. Lo primero que me vino a la cabeza con el exabrupto de la vicepresidenta fue el recuerdo de Fernán Gómez. Quizás por el contraste entre la voz infantilizada y dogmática de una y la aspereza y mala leche sin tapujos del otro. Me recordaron el otro “A la mierda” pronunciado en el Congreso por Labordeta y eso ya me supo mal. Pensar que Díaz podía intentar parafrasear a un grande en eso de la coherencia política (entre otras cosas) me molestó más. Todavía.
Porque sí, porque, aunque pueda ser cierto que los periodistas no escatimamos en tacos en privado, mantengo que en determinados ámbitos la forma es el fondo y así debería serlo en las máximas instancias políticas. Pero no, convierten la palabra malsonante en eslogan.
Perdidas las formas, consolaría pensar que hay algo detrás de estas operetas, vodeviles, zarzuelas, teatrillos y cabarés con los que llenamos tertulias, mítines, tuits y desesperaciones de barra de bar. Pero no. Vi hace nada un extracto de una entrevista a la propia Díaz fruto de la necesidad de significarse cuando estamos en campaña electoral (¿y cuándo no lo estamos?) que me puso los pelos como escarpias.
Una nueva discriminación ¿positiva? acecha en este país en el que el buenismo estúpido es capaz de mandar a la mierda nuestros derechos fundamentales (igualdad, intimidad, no discriminación por raza, sexo o religión…). Preparan (espero que no lo ultimen) un protocolo o similar para favorecer a las personas LGTBI+ en el ámbito laboral.
Al margen de que me siento discriminada en mi condición de mujer menopáusica heterosexual practicante no militante, me parece que aún me sentiría peor si estuviera encuadrada en el colectivo supuestamente defendido. ¿Hay que incluir en el currículum la condición sexual? ¿Acaso en las entrevistas de trabajo debe preguntarse al respecto? ¿Cuántos derechos se vulneran cuando lo único que debe primar es la valía profesional del candidato? En medio de la estupefacción, casi se me pasa la Segunda Epístola de Pedro a los Ciudadanos tras la citación a Begoña. Me devolvió a la realidad un tuit, cómo no, de Sumar (me permito corregir puntuación y gramática): “Pedro, tío, mándalos a la mierda”. Como si no lo hubiera hecho ya.
Porque sí, porque, aunque pueda ser cierto que los periodistas no escatimamos en tacos en privado, mantengo que en determinados ámbitos la forma es el fondo y así debería serlo en las máximas instancias políticas. Pero no, convierten la palabra malsonante en eslogan.
Perdidas las formas, consolaría pensar que hay algo detrás de estas operetas, vodeviles, zarzuelas, teatrillos y cabarés con los que llenamos tertulias, mítines, tuits y desesperaciones de barra de bar. Pero no. Vi hace nada un extracto de una entrevista a la propia Díaz fruto de la necesidad de significarse cuando estamos en campaña electoral (¿y cuándo no lo estamos?) que me puso los pelos como escarpias.
Una nueva discriminación ¿positiva? acecha en este país en el que el buenismo estúpido es capaz de mandar a la mierda nuestros derechos fundamentales (igualdad, intimidad, no discriminación por raza, sexo o religión…). Preparan (espero que no lo ultimen) un protocolo o similar para favorecer a las personas LGTBI+ en el ámbito laboral.
Al margen de que me siento discriminada en mi condición de mujer menopáusica heterosexual practicante no militante, me parece que aún me sentiría peor si estuviera encuadrada en el colectivo supuestamente defendido. ¿Hay que incluir en el currículum la condición sexual? ¿Acaso en las entrevistas de trabajo debe preguntarse al respecto? ¿Cuántos derechos se vulneran cuando lo único que debe primar es la valía profesional del candidato? En medio de la estupefacción, casi se me pasa la Segunda Epístola de Pedro a los Ciudadanos tras la citación a Begoña. Me devolvió a la realidad un tuit, cómo no, de Sumar (me permito corregir puntuación y gramática): “Pedro, tío, mándalos a la mierda”. Como si no lo hubiera hecho ya.