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José Luis Rubio
Lo llaman esconder la cabeza. No sé si se llama así por el gesto que todos hemos hecho alguna vez  cuando éramos pequeños de meternos debajo de la sábana cuando la segurísima amenaza de un vampiro, un extraterrestre psicópata o un ectoplasma atormentado. También puede deberse a la costumbre de los avestruces de esconder la cabeza en el suelo cuando se sienten en peligro, al parecer para parecer un arbusto y confundir a sus depredadores.

Al hilo de esto, se dice que si no se habla de algo, eso no existe. Pero no. En mi casa no se habla de petardos y durante  la pasada Vaquilla no pararon de detonarse debajo de mi casa. En mi casa no se habla de petardos hasta los días de la Vaquilla, cuando es difícil evitar la conversación mientras nuestro perro se orina encima acobardado por el estruendo de las explosiones. Y no es el único. Y estoy seguro a los residentes de las numerosas residencias de mayores de los alrededores tampoco les benefician esos sobresaltos. ¿Que te gustan los petardos? Pues tíralos, pero no me jodas.

Muchas mañanas (demasiadas) de este mes de julio leemos en el periódico casos de hombres que asesinan a sus parejas. Y eso tiene un nombre: Se llama violencia machista. Y es bueno que se ponga nombre porque así se habla de ello y no se confía en que pase de largo sin salpicarnos. Porque no hablar de ello o llamarlo con eufemismos no hará que la cosa mejore.

Que la violencia sobre la mujer se haya practicado desde hace cientos o miles de años no significa que esté bien ni que haya que normalizarlo.  Hasta hace no mucho la mujer estaba atenazada por la dependencia económica de su marido (porque hasta hace muy poco no se contemplaba tampoco otro tipo de familia que fuera la cis hetero sexual monogámica, que también hay que hablar de ello). La mayor fortaleza física del varón tampoco ha jugado nunca a favor de las féminas. Pero la principal amenaza a la que se  enfrentan las mujeres  es el silencio.

Llamemos a las cosas por su nombre. Se llama violencia machista, y existe.