Un fin de semana sí y otro también, las últimas semanas han sido un rosario de ferias agrícolas y ganaderas. Unas con mejor suerte que otras, estas ferias se vienen celebrando desde hace décadas. Y lo que en su día surgió como una necesidad comercial, aprovechando el paso de las ganaderías y el interés de los tratantes, ahora se ha convertido en otra cosa y reúnen a miles de visitantes atraídos por cientos de puestos de venta ambulante apretados en las angostas calles del municipio en cuestión. Otros, aprovechan para que sus críos vean una vaca, ovejas, caballos y hasta gallinas fuera del blíster del lineal del supermercado.
El alcalde de uno de estos municipios me decía hace poco que las ferias tienen que servir para reavivar el orgullo de ser de pueblo y evitar que se pierda la cultura rural entre el ruido de las redes sociales y el fragor urbanita de Internet.
Escribo esto enfundado en una camiseta negra en la que, junto a una bandera de arcoiris, se lee: “Orgullo rural” y que se luce con la cabeza bien alta en el Día Mundial del Orgullo Rural que cada año organiza un municipio diferente.
He de confesar que la primera vez que vi estas camisetas mi cabeza sacó sus propias conclusiones. En mi ignorancia, me maravilló lo que entendí como una reivindicación del colectivo LGTBI, que sacaba pecho de su sexualidad en un entorno complicado como pueden ser los pueblos pequeños.
Eso se llama sexilio. El éxodo al que se ven abocadas algunas personas al expresar su orientación sexual en el entorno rural, víctimas del aislamiento en el mejor de los casos, o de burlas o incluso agresiones, en el peor. Los gays o las lesbianas no suelen encontrar su sitio en entornos tan cerrados. Y los chicos y chicas transexuales todavía menos. Y unos y otros suelen acabar emigrando en busca del anonimato que les permita vivir lejos de la opresión del acoso por cuestiones de género.
Este mes se celebra el Octubre Trans en el que este colectivo reclama su derecho a expresar su identidad de género con libertad en las ciudades y en los pueblos donde, cada vez más, crece el Orgullo Rural.
El alcalde de uno de estos municipios me decía hace poco que las ferias tienen que servir para reavivar el orgullo de ser de pueblo y evitar que se pierda la cultura rural entre el ruido de las redes sociales y el fragor urbanita de Internet.
Escribo esto enfundado en una camiseta negra en la que, junto a una bandera de arcoiris, se lee: “Orgullo rural” y que se luce con la cabeza bien alta en el Día Mundial del Orgullo Rural que cada año organiza un municipio diferente.
He de confesar que la primera vez que vi estas camisetas mi cabeza sacó sus propias conclusiones. En mi ignorancia, me maravilló lo que entendí como una reivindicación del colectivo LGTBI, que sacaba pecho de su sexualidad en un entorno complicado como pueden ser los pueblos pequeños.
Eso se llama sexilio. El éxodo al que se ven abocadas algunas personas al expresar su orientación sexual en el entorno rural, víctimas del aislamiento en el mejor de los casos, o de burlas o incluso agresiones, en el peor. Los gays o las lesbianas no suelen encontrar su sitio en entornos tan cerrados. Y los chicos y chicas transexuales todavía menos. Y unos y otros suelen acabar emigrando en busca del anonimato que les permita vivir lejos de la opresión del acoso por cuestiones de género.
Este mes se celebra el Octubre Trans en el que este colectivo reclama su derecho a expresar su identidad de género con libertad en las ciudades y en los pueblos donde, cada vez más, crece el Orgullo Rural.