Hacía al menos una década que no veía a Andrea cuando nos cruzamos, por casualidad, en un paso de cebra. Andrea había trabajado desde que tengo memoria en casa de mis tíos, primero, y de mis abuelos, después, y era como de la familia. Nos había limpiado los mocos a todos con su quehacer tan tosco como cariñoso. Nos cruzamos, como decía, después de tanto tiempo y sus primeras palabras fueron “ay, jico (hijico), con el pelo que tú tenías”. Ni un hola, ni un qué tal. Nada. No se entretuvo ni un segundo en dejar salir su sorpresa sobre cómo había cambiado después de esos años, deslumbrada sobre todo por mi ahora despejado cráneo.
Todavía resuena en mis oídos. “Ay, jico, con el pelo que tú tenías”. Y como en una playlist, casi mezclándose un sonido con el otro, suena la voz de Sole repitiendo la canción de Presuntos Implicados Cómo hemos cambiado.. ¡Y vaya si lo hemos hecho!.
Dentro de unos días tendré la oportunidad de comprobar de verdad cuánto hemos cambiado. Será en una reunión de antiguos compañeros de mi etapa de bachillerato. Hemos compartido en un grupo de Whatsapp varias fotos que algunos de nosotros todavía conservamos de nuestro paso por el instituto y en ellas salimos todos lozanos e indestructibles, despreocupados de un mañana que inexorablemente iba a causar estragos en nuestra carne mortal. Pero no hay fotos actuales y solo queda dejar volar la imaginación.
Todos nos hemos mudado a otro lugar. Unos a municipios cercanos y otros a provincias más o menos lejanas, pero hemos mantenido la cita en el lugar donde dejamos de ser niños para empezar a ser aspirantes a adultos.
Reconozco que estoy ilusionadísimo con ese reencuentro. Correrán el vermú, la cerveza, el vino y, tal vez, otros espirituosos. Comeremos y, seguramente, acabemos cenando. Y entre los temas de conversación estará, seguro, el cómo hemos cambiado.
Con la certeza de que si me cruzase por la calle con muchos de ellos no me reconocerían, aguardo el momento del reencuentro con alegría y la certeza del cambio. “Ay, jico”.
Todavía resuena en mis oídos. “Ay, jico, con el pelo que tú tenías”. Y como en una playlist, casi mezclándose un sonido con el otro, suena la voz de Sole repitiendo la canción de Presuntos Implicados Cómo hemos cambiado.. ¡Y vaya si lo hemos hecho!.
Dentro de unos días tendré la oportunidad de comprobar de verdad cuánto hemos cambiado. Será en una reunión de antiguos compañeros de mi etapa de bachillerato. Hemos compartido en un grupo de Whatsapp varias fotos que algunos de nosotros todavía conservamos de nuestro paso por el instituto y en ellas salimos todos lozanos e indestructibles, despreocupados de un mañana que inexorablemente iba a causar estragos en nuestra carne mortal. Pero no hay fotos actuales y solo queda dejar volar la imaginación.
Todos nos hemos mudado a otro lugar. Unos a municipios cercanos y otros a provincias más o menos lejanas, pero hemos mantenido la cita en el lugar donde dejamos de ser niños para empezar a ser aspirantes a adultos.
Reconozco que estoy ilusionadísimo con ese reencuentro. Correrán el vermú, la cerveza, el vino y, tal vez, otros espirituosos. Comeremos y, seguramente, acabemos cenando. Y entre los temas de conversación estará, seguro, el cómo hemos cambiado.
Con la certeza de que si me cruzase por la calle con muchos de ellos no me reconocerían, aguardo el momento del reencuentro con alegría y la certeza del cambio. “Ay, jico”.