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Sergio Cerezos: el camino de héroe Sergio Cerezos: el camino de héroe
Cerezos citando en largo a una becerra de Juan Vicente Mora. Rubén L.

Sergio Cerezos: el camino de héroe

La imperturbable lucha de un turolense por dejar su huella en la historia de la tauromaquia
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Piensen en su cabeza en cualquier héroe. Pónganle el nombre que ustedes elijan. Desde el titán más colosal al más inocente, inverosímil o inventado. Todos ellos recorren un camino que es el mismo camino. Parten desde el mundo ordinario hacia la aventura. Encuentran un mentor que saca lo mejor de sí mismos, pero la disyuntiva, al más puro estilo Matrix, de seguir con su lucha o volver a su vida terrenal les lleva a verse, cara a cara, con la miseria, con el sufrimiento, el dolor y, en ocasiones, la mismísima muerte. Todo héroe, de una manera u otra, debe vencer a su peor enemigo, a sí mismo, en un momento catártico, en el que se van a destruir a sí mismos, o quizá alguien lo haga por ellos, para renacer, cual Ave Fénix, de sus propias cenizas. Es una historia eterna, el viaje del héroe, que ha acompañado a la humanidad desde su más primigenio origen.

Les aseguro, yo lo he visto con estos mismos ojos, que Sergio Cerezos ha recorrido ese camino, en el que la miseria, la injusticia, el dolor, la desesperanza, en ocasiones, le han visitado, con la forma de un fantasma que, recurrente, ha ido presentándose en su vida.
 

Ganadero y torero dándose la mutua enhorabuena. Rubén L.

Sergio, y permítanme que lo llame por su nombre de pila, viajaba a mi lado en el momento mismo que escribí esta pequeña crónica de su propio camino. La crónica de quién está a punto de luchar por subir a un olimpo al que no cualquier ser terreno está destinado a auparse. Viajamos a la maravillosa finca de Valtablao, en el corazón de la Sierra de Albarracín, a tentar en unos animales de Juan Vicente Mora, ganadero de pura raza, horado, hombre de palabra, serio. De los que ya no quedan. La familia Mora «es una gente muy importante en mi vida. Ya desde Benito, esta casa siempre ha estado aquí cuando me ha hecho falta. Lo complicado es, cuando no tienes fuerza, que te echen una mano, y ellos siempre han estado ahí».

La intensa preparación de cara a esta tarde no ha permitido un descanso en las últimas semanas. Campo, entrenamiento, concentración, trabajo para llegar listo a un momento importante en su carrera. La técnica, les digo yo, sobradamente está. Y mentalmente, está muy fuerte. Solo falta andar en la cara de los toros, encontrar su sitio en el campo para transmitir su concepto en una plaza, la turolense, que es su hogar taurino. El compromiso es importante, ilusionante, incluso. «Con todas las cosas que pasan en la carrera de un torero de los que tenemos menos oportunidades, es un privilegio y un lujo poder matar una corrida de toros de garantías en tu casa, en una feria que pueda tener cierta repercusión para tratar de entrar en otros carteles. Esta vez lo estoy viviendo como una recompensa a un sacrificio».

El sufrimiento del héroe

El sacrificio que nombra Sergio es el eje vertebrador en el camino del héroe. Luego, tras las oleadas de dolor y desaliento, la gloria sabe mejor. Dicen los toreros «que el momento que sales a hombros vale por todo ese sacrificio. No sé si se podrá dar ese momento, pero sí sé que lo que me está dando la vida ahora mismo ya está superando en todo lo que me ha castigado la propia vida, y me ha castigado bastante». Porque el futuro, incierto e intangible, es una incógnita que solo se resolverá con el transcurrir del tiempo. El bagaje, toda la carga que la historia de un torero puede soportar sobre sus hombros, más que lastrarlos, los arrea. Las vicisitudes de estos héroes del siglo XXI son la espuela que les lleva a pelear por cumplir sus sueños. Un torero, en la cara del toro, no piensa en lo que pueda venir. Cualquier circunstancia puede cambiar el destino. Pero si se acuerdan «de lo que hemos pasado. El futuro no existe, y el pasado es innegable, y sirve para valorar el presente, y mejorarlo. Y así se cambia el futuro. Uno siempre piensa que un triunfo puede llevarte a otro lugar, obviamente es lo que se quiere y por lo que se lucha. Pero es de esas veces que estoy pensando en el presente, empujado por muchas cosas que recuerdo y que son necesarias para ese momento. Sin un pasado como el que he tenido, no estaría valorando lo que estoy viviendo, ni sería la misma persona que soy hoy. Todo el bagaje que tengo me ha empujado y sacado de algún bache para estar donde estamos».

En ese bagaje, en ese sufrimiento, hace poco Cerezos estuvo en Vilches, Jaén. Sentado en un aparcamiento de una venta, hoy ya cerrada desde hace tiempo, que era el mentidero donde los novilleros se informaban de los tentaderos que se iban a dar. Incluso se engañaban tratando de tener, en la tapia de una plaza de tientas, menos competencia por los muletazos que un torero dejaba de una pequeña becerra, como los restos que el hambriento aprovecha de un plato olvidado en algún lugar. Aquel aparcamiento, que fue hogar del matador, (sí, el aparcamiento, han oído bien, no había duros para mantenerse en una habitación), fue un lugar donde llorar en soledad las penas de una ingrata profesión. El fondo del pozo, donde muchos se cortaron la coletilla incluso cuando aún sus sueños eran incipientes, pero más pequeños que sus sufrimientos. Muchos años después, Sergio volvió a derramar lágrimas, esta vez de felicidad, tras ponderar el camino recorrido, y que hoy lo tiene en vísperas de torear una nueva corrida de toros allá donde es el torero con más trofeos cortados en la historia de la plaza. «Aquel lugar me hizo recordar muchas cosas. Me dio nostalgia parar en el mismo lugar, con la sensación de satisfacción e ilusión por lo que venía en pocos días. Hace años, en ese lugar solo había desesperación. Ahora, era la misma persona, y solo había cosas buenas y alegrías. Fue un momento bonito, puede parecer una tontería, pero cuando has sentido tanta desesperación de querer y no tener cómo, tanta rabia, tanto no entender el mundo. Jamás pensé volver a donde solo pensabas, un día sí y otro también, en tirar la toalla, como matador de toros y con esta sensación de plenitud».

Aquellos tiempos pretéritos fueron de sufrimiento. También Perú, o la primera parte de México, hasta que, de novillero, desató admiración en el país azteca. Todo aquello le permitió cumplir el dorado sueño de la alternativa, hace ya doce años. Desde entonces, el camino tampoco ha sido sencillo. Al contrario. Ha tocado pelear cada tarde, cada toro, cada tentadero y cada ausencia. «El verdadero privilegio es tener algo dentro que te permita ser matador de toros, pero a eso hay que sumarle la lucha, el trabajo, el sacrificio. La capacidad natural de estar en la cara de los toros no hace automáticamente que lo vayas a conseguir. Lleva mucha lucha y mucho sacrificio».
 

Natural de Cerezos. Rubén L.

Ese trabajo, esa lucha, un servidor, a quien le permiten asomarse a su balcón en estas páginas, se le asemeja a la mentalidad, a la personalidad de un samurái. Veo ese reflejo en el matador, y él, a su vez, en todos sus compañeros de profesión. «Ya lo decía Corbacho, y se lo metió en la cabeza a Talavante. La historia del samurái va de la mano de la disciplina, de los valores, de la vida, de la muerte, y del honor. Sobre toro tenían a gala la palabra honor, y por haber fallado a su propio honor, eran capaces de quitarse la vida, hoy en día eso sería incomprensible. Y un torero, aunque no se quite la vida si no está bien, si tiene que aceptar el hecho de que existe el riesgo de perder la vida, y tienes que aplicar valores y rectitud en tu vida. A la muerte no hay que rehuirla, hay que hacerla amiga de uno para que todo fluya». Sin embargo, una vez que los toreros se enfundan el traje de luces para salir del hotel con dirección a la plaza de toros, su figura se torna en gladiador. Pero los aquellos luchadores romanos eran esclavos. Los toreros, hombres libres, entran en el moderno circo a enfrentarse con un animal, a cuerpo descubierto, dando el todo por el todo. «Yo creo que los toreros, como los gladiadores en lugar de buscar la libertad, lo que buscaban es la gloria. Sentirte realizado, como te sientes en el toro, porque existe la vida y la muerte, el misticismo que acarrea la tauromaquia, te llega tan adentro que las sensaciones que puede sentir una persona van más allá».

El camino del héroe no se anda solo. Cualquiera de ellos necesita, como ya les he dicho antes, un mentor. Un líder espiritual. Alguien que les guíe en los momentos de mayor oscuridad. Yo, que conozco a ambos, veo reflejado en ese papel a Francisco Belmonte, hombre con incontables horas de conversación, de apoyo, de trabajo mental, es una parte fundamental en su carrera actual. «La gente que disfruta las cosas tiene alegría. Y la alegría es contagiosa. Belmonte está disfrutando mucho de recorrer este camino conmigo. Siempre ha estado ahí, pero ahora está de una forma muy especial y muy diferente. Siempre ha creído en mí. Hay que rodearse de las personas que confían en uno porque, ellos no lo saben, inconscientemente te sostienen. Hay gente que no hace falta que te estén arreando, si no que, solo con conversar con ellos, te hacen saber lo que eres, creer en lo que eres, y no te sueltan esa cuerda que, por momentos, no tenemos fuerza y se nos escurre de las manos. Belmonte es una de esas personas que me ha sostenido, que me ha aguantado y que ha creído, a veces, más en uno de lo que uno, por momentos, cree en sí mismo. Siempre ha sido una persona especial pero hoy en día lo es mucho más».

La esperanza

El camino del héroe empieza a reflotar. Se ha luchado, con el cuchillo entre los dientes, contra viento y marea. Contra enemigos, contra quienes parecían amigos, pero no lo eran tanto, o no lo eran en absoluto. Se ha llorado, doy fe. Se ha sufrido más que si se hubiese entrado al caballo de picar. Se ha remontado la situación, con sus altibajos. Pero, por fin, la vida le sonríe. Y eso se le nota al torero en cualquier faceta de su vida. Por ejemplo, cuando se emociona, de manera sincera, haciendo un balance de su momento, tanto profesional como personal. Pasa, es capaz de decir «por el mejor momento de su vida. No sabemos lo que tenemos hasta que se pierde. Y, a veces, pensamos que las cosas son para siempre. Y no es así. Entonces, cuando pierdes muchas cosas, cuando sientes que lo tienes prácticamente todo perdido, y tienes que decirle que no a tus ilusiones, a lo que te ha movido en tu vida, a lo que ha sido tu motor, lo que te ha hecho levantarte todos los días por ser tu objetivo, y se escurre tu sueño como agua entre las manos, es desesperante. Muy duro. Y volver, tener la oportunidad de volver a tenerlo en la mano, y que encima la vida te de todo, todo lo que te ha quitado, incluso te lo dé de golpe, cuando ves que ese es el momento de verdad, te hace sentir bien. Creo que jamás en mi vida he estado tan cerca de la felicidad como ahora mismo».

En un ejercicio de adivinación me veo en la habitación del torero momentos antes de abandonarla de camino a la plaza. Ya el traje enfundado, el de tela y el mental que te hace estar concentrado en un momento vital de vital importancia (valga la redundancia). Veo a Sergio, matador de toros además de amigo, alejarse por el pasillo del hotel, y en un susurro imperceptible, con la fuerza que me permite el corazón, articulo las cuatro últimas palabras antes del momento supremo: Gloria a los toreros.