Se abren las fronteras: “Estábamos preocupados por la casa, por el frío, pero sobre todo teníamos muchas ganas de venir”
Muchos valencianos acuden a pueblos de Teruel a pasar el día y comprobar el estado de sus segundas residencias tras siete meses sin poderlas pisarManuel Herrador se afanaba el domingo por la mañana en limpiar las hojas del porche de su casa en Mora de Rubielos. No la pisaba desde octubre, porque vive en Valencia y no ha podido cruzar las fronteras regionales debido al estado de alarma. Por eso madrugó y cruzó a Aragón: “Si me da tiempo arreglaré un poco el jardín, que mira cómo está, todo dejado”, dice. La casa nunca había estado tanto tiempo vacía, pero se la encontró “bien, todo en orden”. Este valenciano, al igual que otros muchos que se acercaron hasta los pueblos de Teruel, tenía miedo de encontrar las tuberías reventadas por el hielo o humedades en la casa provocadas por la nieve, de ahí el interés por “dar vuelta” a su segunda residencia.
Más faena tuvieron Pepe y Amparo, que se fueron un domingo con la idea de volver el viernes pero se redujo la movilidad entre comunidades autónomas y su nevera se quedó llena de comida que acabó en el contenedor. “Menos mal que no se fue la luz porque si no se hubiera preparado muy gorda”, comentó Amparo. Además de arreglar la casa, que por lo demás estaba sin desperfectos, aprovecharon la visita para pasar a ver a algunos amigos. “Qué ganas teníamos de veros, no os lo podéis imaginar”, les dijeron a los dueños de una de las tiendas de ropa que hay en Mora.
Alejandra Ríos, responsable de otra tienda cercana, reconocía que la llegada de los propietarios de segunda residencia y visitantes que acudieron a pasar el día ya daba otra alegría al pueblo: “En todo el domingo pasado no entró tanta gente como hay ahora en la tienda”, detalló señalando la decena de clientes.
También lo notaron, a tenor de las largas colas que hubo buena parte de la mañana en la puerta, en los centros comerciales deportivos que hay en la localidad. “Nos gusta mucho el pueblo y no tenemos casa, pero cada dos meses venimos, compramos algo en las tiendas, comemos y pasamos el día”, decía una de las integrantes de la familia Roca, que aprovecharon el fin del estado de alarma para retomar los viajes.
Ana llegó cerca de las 12 al Solano de la Vega, donde tiene un apartamento y abría la puerta con miedo porque no recordaba si vació las cañerías. Ella es de las que no va mucho por su segunda residencia, es más asiduo su hijo, pero aprovechó el viaje de una amiga, que también tiene casa en la misma urbanización para dar vuelta. En El Solano ha habido problemas de congelación en las tuberías ya que muchos propietarios no las vaciaron, como hacen en invierno, pensando que iban a volver y las bajas temperaturas que dejó la borrasca Filomena provocaron reventones en numerosas viviendas vacías.
Paula acudió junto a su familia a pasar el día a la urbanización Los Nevados de Alcalá de la Selva, donde tiene un piso. Lo hizo porque “estaba ansiosa por venir, lo necesitaba”, especificó, pero sabía que su vivienda estaba bien porque una vecina del pueblo tiene llaves y había pasado después de los hielos. Estuvieron por última vez en octubre, pero creían que les iban a cerrar y vaciaron la nevera.
La pareja y los tres hijos tenían muchas ganas de pisar Alcalá, aunque en su urbanización apenas había movimiento. “Es solo un día y daban el 100% de probabilidades de lluvia, eso ha desanimado mucho a la gente a venir”, aseguró. No a ella, que veranea en Alcalá desde que tiene 12 años porque sus padres compraron un apartamento en El Solano y ahora sigue haciéndolo con sus tres hijos ya en su propia residencia. También han comprado allí casa su hermana y unos amigos, por lo que se siente en familia y acude prácticamente todos los fines de semana.
También van todos los viernes Juan Antonio Cerdá y Carmen Marcos, que encontraron su casa perfecta pese a que tenían miedo de que la nieve hubieran provocado filtraciones desde la terraza al piso inferior. Juan Antonio pensaba pasar gran parte del invierno en ella, como hace siempre desde que está jubilado, y se sacó el forfait de la nieve, que no llegó a estrenar porque Valdelinares no abrió: “Ya lo tengo para este año”, comentó con optimismo.
El hombre reconoció que llevó muy mal no poder estar en su casa de Alcalá de la Selva y aseguró que incluso le envió una carta a la Generalitat valenciana solicitando un permiso por los daños que Filomena había podido ocasionar en su dúplex. “A la presidenta de la comunidad de vecinos le pedí que convocara una junta urgente para poder venir, porque teníamos mucha incertidumbre de cómo estaría la casa”, señaló. Ninguna de las dos peticiones dio resultado y fue el domingo cuando, en el momento que pudo salir de Valencia, puso rumbo a Teruel. A Carmen también se le han hecho estos meses eternos porque asegura que le encanta estar en Alcalá de la Selva. Antes tenían un apartamento en la playa pero ellos prefieren la montaña y, en cuanto lo vendieron, se compraron un dúplex al lado de las pistas de esquí. “Del garaje de Valencia al de aquí tenemos hora y media”, explicó Carmen.
El matrimonio estaba comprando carne en Cárnicas Corella, que abre todos los domingos aunque estos meses en los que los valencianos no han podido visitarles apenas ha habido clientela. El propietario, Roberto Martí, preparó un poco más de género pensando en las familias que acudirían a ver cómo estaba su segunda residencia, pero explicó que apenas hubo movimiento. “De cara al fin de semana que viene sí esperamos más gente, los que han subido este domingo ha sido para echar un vistazo rápido a la casa solo”, especificó.
Es el caso de Olga y César, que nunca habían estado tanto tiempo sin ir por Alcalá de la Selva. “He encontrado la casa perfecta y sin polvo, el rosal está precioso y eso que ni lo hemos regado”, relató Olga, quien señaló que dejó cuatro sillas de anea en la puerta y las ha encontrado en el mismo lugar.
La pareja lleva toda la vida veraneando en Alcalá de la Selva, de hecho aunque son valencianos se conocieron en la sierra de Teruel y toda su cuadrilla de amigos es de allí y “están casados entre sí”, explicaron. El domingo estaban comprando el pan en la tienda de Amalia y Pablo, que son vecinos y les vigilan la casa, pero solo de lunes a viernes porque acuden todos los fines de semana. “No me han saltado las lágrimas al llegar de milagro con la de amapolas que hay, es una pasada. Lo veo todo nuevo, de ver coches a ver flores cambia mucho”, aseguró.
Alcalá de la Selva y Mora de Rubielos no son casos aislados y en muchos pueblos de la provincia de Teruel se abrieron casas que llevaban cerradas meses, sobre todo en los de las zonas más cercanas al límite provincial. De todas formas, muchos alcaldes indicaron que es el próximo fin de semana cuando se espera una gran avalancha de hijos del pueblo y propietarios de segundas residencias, puesto que ya se podrá viajar durante todo el fin de semana y no solo un día.
Siete eternos meses sin verse a los que pone fin un abrazo de cinco minutos
Irene y Lucía no veían a sus abuelos maternos desde el 4 de octubre. Ellas viven en Teruel y los padres de su madre en Valencia y el abrazo de ayer les hacía tanta falta que a todos les supo a poco, pese a durar cinco minutos. Llevaban mascarilla, pero la emoción se palpaba en los ojos y también en las palabras, ya que enseguida charlaban y reían como si siguiéramos en octubre y los siete largos meses que han pasado fueran solo un mal sueño.
“La sensación es muy mala, en Navidad pensamos que nos dejarían, pero la Comunidad Valenciana estuvo cerrada, luego ya pensamos que sería en las vacaciones de Pascual, pero a Valencia no se podía bajar y hubo que esperar otra vez. Al final te desmotivabas, se ha hecho muy largo”, reconoce Elena, para quien la poca distancia en kilómetros era, en este caso, un escollo que hacía aún más complejo aceptar la situación. “Nos ha costado un poco a nivel emocional”, plantea, y eso que las llamadas telefónicas de antes de la pandemia se han convertido ahora en videollamadas porque necesitaban verse las caras.
“Hacíamos lo que teníamos que hacer, que es cumplir la norma, pero no poder ver a mis padres y que ellos no pudieran ver a sus únicas nietas ha sido un coste emocional muy alto”, argumenta. El reencuentro de ayer fue aún más feliz si cabe porque los abuelos, Conrado y María, de 77 y 74 años, respectivamente, ya tienen inoculadas las dos dosis de la vacuna de la covid-19. Por eso comieron todos juntos en el apartamento de la playa que tiene la familia en una localidad valenciana, aunque lo hicieron “con todas las ventanas abiertas y guardando todas las medidas de precaución”, asegura Elena.
En los próximos fines de semana volverán a la playa para estar con los abuelos porque, aunque es difícil de recuperar el tiempo perdido, la familia quiere que esta primavera esté llena de buenos recuerdos y abrazos y, sobre todo, que sean de carne y hueso y no virtuales.