Los Sánchez, cuatro generaciones de turolenses vinculados a la conservación de las carreteras
La familia ha ocupado diversos puestos relacionados con los peones camineros desde el siglo XIXJavier Sánchez Maícas es delineante de profesión pero lleva en el ADN el trabajo de los peones camineros, el oficio que, en diferentes áreas, han desempeñado tanto su padre como su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo. Cuatro generaciones vinculadas a la historia de las carreteras de Teruel hicieron que él, cuando en el año 2005 explotó la crisis de la construcción, tuviera claro hacia donde guiar su futuro.
Se crió en Calamocha, en una de las casillas que ocupaban los peones camineros, construyendo sueños entre montones de grava y dibujándolos con alquitrán: “Todos los días llegábamos a casa con los pantalones sucios”, recuerda Javier Sánchez, que ahora vive con su familia en los pisos que hay en Teruel destinados a los trabajadores de Carreteras del Gobierno de Aragón y donde es capataz de cuadrilla.
Los caminos que bacheaba en el siglo XIX su abuelo Fulgencio Sánchez (nacido en 1867) tenían prácticamente el mismo trazado que las carreteras de hoy, pero los materiales empleados para el firme han ido cambiando a lo largo de las décadas. Si en aquellos años gran parte del trabajo de los peones camineros era quitar las piedras que ponían los carreteros para frenar los carros, ahora Javier Sánchez se ocupa, con el resto de la brigada de obras, de arreglar alcantarillas, pontones, puentes o cunetas, entre otros.
El trabajo de su bisabuelo, Pedro Rafael Sánchez, que comenzó a trabajar en Carreteras en el año 1919, fue reconstruir los puentes que hicieron añicos las bombas durante la guerra civil española, algo en lo que seguramente también colaboraría su abuelo, Ramiro Sánchez López, puesto que su primer contrato como caminero data de 1935.
Su padre, Ramiro Sánchez Aspas accedió al puesto de mecánico en 1966, aunque ya llevaba seis años de aprendiz. “Entré de mecánico por parte de mi padre, que fue el favor más grande que me pudo hacer”, dice. Ramiro Sánchez recuerda que su bisabuelo, Fulgencio, trabajaba en las casillas y cada caminero se ocupaba del mantenimiento de un tramo de unos 8 o 10 kilómetros. Un sistema de trabajo que se mantuvo durante décadas y que poco tiene que ver con el actual.
Con 15 años
Ramiro Sánchez empezó con 15 años y entonces las carreteras se asfaltaban con alquitrán. Por eso, entre sus funciones como mecánico estaba la reparación de las calderas, que tenían el quemador de gasóleo y alquitrán y alcanzaban temperaturas de 80 grados. “Con una manguera se regaba y se echaba gravilla, el camión iba regando con el betún y el alquitrán caliente y luego iba un camión que echaba una capa muy fina de gravilla”, relata Ramiro, mientras su hijo Javier añade que el proceso se sigue haciendo en el año 2022, aunque sin alquitrán, que se ha sustituido por “mezcla bituminosa en caliente”.
Eso sí, el trabajo ya no es tan duro como antes porque, como relata Ramiro, tanto su abuelo como su padre trabajaron con apisonadoras de carbón y vapor que había que encender a las 5 de la mañana. Las de él se modernizaron y eran de gasógeno. Aunque Ramiro entró de mecánico y estuvo durante años en Calamocha, que fue donde se crió Javier, con 54 años se sacó la plaza de conductor de primera y se trasladó a Teruel, donde permaneció hasta que se jubiló. Comenzó a trabajar para el Estado, pero en el año 84 pasó a formar parte de la demarcación de Carreteras del Gobierno de Aragón tras constituirse las autonomías.
La técnica y los materiales han ido cambiando con el objetivo de que las carreteras soporten camiones de mayor tonelaje. También la maquinaria, aunque Javier comenta que en el parque hay algún camión que posiblemente ya usara su abuelo.
Una gran parte del trabajo lo ocupa la nieve y el hielo durante el invierno, aunque a esa faena han dedicado poco tiempo durante estos meses invernales, según reconoce.
Tanto Ramiro como Javier miran con esperanza a Alberto, a quien a sus 5 años le gusta mucho jugar entre la maquinaria de carreteras. No les importaría que fuera la sexta generación de la familia que sigue con una profesión que llevan tatuada con alquitrán en el corazón.