Los Murube, historia viva
“Esta casa es madre de muchas ganaderías. Quitando Pablo Romero y Miura, todo viene de Murube”Cae el sol de forma casi violenta en Utrera, Sevilla. Los tres, Francisco Belmonte, Antonio Sevi y un servidor esperamos, a la entrada del cuidado patio andaluz que se yergue como el corazón de la Cobatilla, a que aparezca la figura de son José Murube. Aparece ante nosotros un ganadero con una grandeza cercana y humilde. Cálida. A su espalda, casi 175 años de historia nos contemplan. El peso de una ganadería que significa, en este mundo taurómaco “mucho. Madre de muchas ganaderías. Quitando Pablo Romero y Miura, todo viene de Vistahermosa y, por tanto, de Murube, y lo que ha hecho es abrirse. Santa Coloma mismo, viene de Murube. Con Buendía hay mucha relación, en Bucaré a veces me decía ‘chiquillo, me ha pegado un salto un toro atrás que es Murube puro’”
La ganadería, antaño, era la escogida por las máximas figuras de su época. Belmonte o Joselito, por ejemplo, lucen sus nombres en los innumerables carteles que adornan el salón. El hierro está en un momento “menos interesante para las figuras lidiarla, menos para el rejoneo, donde sí la matan las figuras, pero estamos intentando recuperar lo que fue”. Y es que los rejoneadores quieren toros de Murube “por el son que tienen. Para los caballos no quieren un toro que vaya pegando arreones, porque los saca de tranco, quieren el son, que vallan siempre al mismo ritmo”. A don José, que se confiesa paulista, no le importa que el nombre de su casa se relacione con el rejoneo “porque gracias al rejoneo se está volviendo a hablar de Murube”
En la ardiente paz de la Cobatilla, don José nos enseña la corrida de Teruel en la que tiene “mucha confianza en Sebastián Fernández, que anda muy bien. También Moura ha lidiado mucho en casa”, nos cuenta mientras nos enseña la primera corrida de su hierro que va a visitar Teruel, al menos, desde que él recuerda. Alrededor, los toros pacen tranquilos, y es que el Murube, “en el campo, es un toro noble, muy noble. En la plaza ha pecado de no humillar mucho, y esa humillación es una cosa de las que estoy buscando y, creo, que consiguiendo”. También busca que las vacas no sean mironas, porque a los cuatro años, esa mirada es más difícil de aguantar. En los tentaderos, don José busca algo totalmente distinto a su padre, quien “volvió a recuperar el hierro y el encaste de la familia”, pero con quien no comparte pensamiento. “A mi padre le gustaba más el arreón, y yo siempre he buscado la calidad. Había vacas que mi padre dejaba de madres y yo le decía ¿quién nos va a torear esto?”.
La evolución del toreo ha marcado también la evolución de los animales. Los toros de hoy en día “son más bravos que nunca. Ahora, si les pusiesen doscientos caballos sin peto, doscientos caballos que irían al matadero. Antes, al toro le pegaban dos puyazos, y estos se rebañaban el caballo, porque eran unos jamelgos. Hoy, después del caballo, tienen que durar ochenta o noventa muletazos”. Y es que la selección ha ido por el camino de la durabilidad y la calidad, “las ganaderías hoy buscan generalmente el triunfo del torero.
Antiguamente en los tentaderos se les daban catorce puyazos a las becerras, hoy solo tres o cuatro, pero antes, las faenas no duraban nada. Hoy sale un toro con el capote bravísimo, con tres puyazos extraordinarios, que se come a los banderilleros pero en la muleta se queda parado, y se va con una pitada después de lo bravo que ha sido. Pero sale un toro que en el capote echa media cuenta, en el caballo pega dos patadas y en la muleta está bien, y se va con una ovación.
Esto también se produce por un cambio en las tendencias de los tendidos. Cada vez hay más gente joven, que recién ha llegado a este mundo, y no pondera las cosas, quizá, en su justa medida. Pero qué necesaria es la gente joven en las plazas para un buen futuro en la fiesta, porque “si a no fuese por el aficionado medio, a los toros iban veinte personas. Hay que llenar la plaza por el motivo que sea. En Santarém, una de las plazas más grades de Portugal, que llevaba veinte años sin llenar, van Riveiro Telles, Moura y Roca Rey y a llenar la plaza”, y ese fenómeno, el del torero peruano hace que ocurran hechos que “no pasaban desde Jesulín”
Después de ver los animales que se van a lidiar en Teruel, pasamos a su salón, un compendio de historia, de cartelería de fotos que atesoran, cada uno de ellos, cientos de años. Y es que estos muros han visto pasar por esta casa infinidad de toreros. Algunos de ellos, han perdido su nombre en el vacío del tiempo. Otros, aún lo están forjando, como Pablo Aguado “que ha salido prácticamente de aquí”.
Y es que el pasado de esta casa tiene hondas raíces. Aprovechando esa tradición ganadera, esa historia y ese hierro “hay quien me dice que meta algo de Domecq y yo no quiero. Unos años mato más, otros menos. Intento no arruinarme, y solo pretendo mantenerme. Tenía sueños cuando era pequeño, y era tener la ganadería. Hoy en día es, simplemente, mantenerla y que mis hijos, que tienen afición, sigan con ella”. Y entre sus hijos, Marta, “que hoy está en lo de mi mujer, Algarra, marcando unos becerros, pero si no estaría aquí”, nos dice mientras nos muestra una foto en la que le da un rabo a Finito de Córdoba, con ese amor paternalista impregnando la mirada y la sonrisa, todo lo tierna que un hombre ce campo puede permitirse.
Para cumplir su sueño don José solo ha hecho que trabajar. En su casa ha mamado la ganadería y el toro bravo desde que nació, solo estuvo fuera “tres años, en Valladolid, estudiando ingeniero agrónomo. Pero hasta los fines de semana venía a casa. Al final, el día a día aquí es donde se aprende de verdad, con la gente vieja del campo”. Un campo, el de la Cobatilla, que tiene quinientas hectáreas de labor, en la que alternan distintos sembrados como el trigo, el garbanzo y el girasol, donde se busca “sobre todo, productos que, después, te dejen rastrojera buena”.
El pasado que acoge el salón, donde se rememora los viejos y buenos tiempos, trae a la actualidad antiguos recuerdos de la fiesta. De la boca de don José Murube brota una nostalgia en forma de palabras; “fíjate lo que era Murube”, dice, “Santa Coloma, Atanasio o Carlos Núñez. Son rachas, ahora están los Domecq andando, y son rachas”, y las palabras quedan pendidas del aire, como flotando ante la mirada perdida de un ganadero añejo que recuerda vidas de tiempos pasados que han pasado por la casa durante generaciones.
Al recomponerse da un salto temporal, y habla del futuro de la fiesta, al que ve “positivo. Hace unos años lo veía peor, pero lo está demostrando la gente con lo que va a las plazas, ¡y gente joven! Ahora ya no hay manifestaciones, todos callados. Quitan un premio, y salen trescientos...”.
Nos despedimos, no sin antes saber que el sacrificio “compensa, porque, aunque salga mala, te quedas con el por qué. A mis hijas les digo que, si sale buena, a celebrarlo, y si sale mala, a celebrarlo y luego ya miraremos dos o tres días en los libros qué ha pasado”
Cuando salimos del cortijo, después del apretón de manos con el que don José nos despide, ya camino del coche, Belmonte camina a mi lado. “Hay charlas y charlas” dice, y me recuerda un poco a Búfalo, y la pasión con la que hablaba de aquel toro Bocanegra, que lidió Juncal en el Puerto de Santa María, vestido de Nazareno y Oro. Remata la frase, con una sentencia senequista, en modo cordobés a más no poder: “y esta no la vas a olvidar en tu vida”.