L'Hospitalet de l'Infant recupera la historia del campo de trabajo al que enviaron a los prisioneros de Teruel
El historiador local Alfons Tejero considera que ese pasaje de la Guerra Civil debería completarse con la memoria de los turolenses que estuvieron allíHace 85 años un numeroso grupo de turolenses participó como prisioneros durante la Guerra Civil en la construcción de las líneas defensivas de la República para intentar contener el avance de las tropas sublevadas hacia Cataluña por el litoral. El campo de concentración a donde fueron trasladados para hacerlo se encontraba en el término municipal de Vandellòs i l’Hospitalet de l’Infant, en la provincia de Tarragona. Hoy sobre aquel lugar de sufrimiento se levantan urbanizaciones que han borrado cualquier vestigio de lo que ocurrió allí en 1938, pero en los últimos años las investigaciones de historiadores como Alfons Tejero han sacado a la luz esa historia. Entre otras cosas se ha rescatado la lista de los 1.245 presos del bando nacional capturados por las tropas republicanas cuando tomaron Teruel y que fueron enviados al campo de L’Hospitalet para hacer trabajos forzados.
El pasado 23 de abril, coincidiendo con la celebración del Día del Libro, el municipio tarraconense acogió la presentación del libro colectivo Quaderns d’Historia Local, publicado por Foment Cultural, en uno de cuyos capítulos Tejero completa las listas de presos que se conocían hasta ahora tras la labor de investigación desarrollada en los últimos años, y que elevan la cifra a 2.130 personas, cercana a esos 2.500 de los que la memoria colectiva de los mayores del pueblo siempre ha hablado.
“Conocemos ya en torno a un 90% de las personas que estuvieron en el campo de concentración”, explica Tejero, que precisa que su denominación era Campo de Trabajo número 2, puesto que su objetivo era vaciar las cárceles republicanas de presos y llevarlos a este tipo de instalaciones para hacer trabajos forzados; en este caso la construcción de una línea defensiva con búnkeres, trincheras, nidos de ametralladora y otras fortificaciones en el denominado collado de Balaguer.
La primera lista se dio a conocer en 2016 con la publicación del libro El camp de treball de la falç i el martell (El campo de trabajo de la hoz y el martillo), de Jordi Nistal, en el que figuraban los nombres y apellidos de 1.245 presos nacionales, entre soldados, religiosos y civiles, que habían sido capturados por los republicanos en la Batalla de Teruel. Enviados tras la toma de la capital turolense a principios de 1938 junto con otros presos a San Miguel de los Reyes, un antiguo monasterio en Valencia convertido en prisión durante la guerra, en abril de ese año fueron trasladados al campo de trabajo de L’Hospitalet.
El listado de presos se ha ampliado ahora con otros 885 nombres procedentes de las cárceles y checas de Barcelona, en las que había tanto gente de derechas como de izquierdas, republicanos, sindicalistas, anarquistas y hasta brigadistas internacionales, que convivieron con los presos nacionales en la construcción de un frente defensivo al estilo de la línea Maginot.
Fortificaciones
En L’Hospitalet estuvieron cinco meses y después fueron enviados a otras zonas de Cataluña para continuar fortificando los frentes defensivos de la República. Tejero ha inventariado alrededor 500 elementos defensivos que construyeron estas personas, que todavía se conservan y que ahora forman parte de rutas para visitarlos después de que durante décadas nadie les prestase atención. En el término hay una línea de 11 kilómetros de fortificaciones para repeler cualquier ofensiva nacional, ya que los republicanos estaban convencidos de que Franco intentaría entrar por ahí a Cataluña.
El periodista y cineasta turolense Clemente Pamplona habló de este campo de concentración en su libro Prisioneros de Teruel, publicado en 1959, ya que su hermano, Ventura Pons, canónigo de la Catedral de Teruel, fue uno de los que estuvo preso allí y sometido a trabajos forzados. Más reciente es el libro de memorias de Ángel Díaz Solo con su destino, en el que narra su experiencia en el campo de prisioneros, y donde llega a afirmar que 900 personas murieron en estas instalaciones como consecuencia de enfermedades, las condiciones en las que vivían y los fusilamientos ejemplarizantes.
Alfons Tejero aclara que esa cifra de muertos no se ha podido confirmar porque los registros que existen son insuficientes, si bien ratifica que la muerte acompañó a quienes estuvieron en el campo. Estima que sobre todo fue por enfermedades y por las condiciones en las que vivían, mal alimentados y sometidos a largas jornadas de trabajo a la intemperie, aunque también hubo fusilamientos, sobre todo al principio.
En el campo de concentración estaban también por la noche a la intemperie. Se encontraba en una finca de 14 hectáreas donde había algarrobos conocida como el Garroferal y que eran unos terrenos del Obispado. Daba al mar y fue vallada con alambre de espino y vías de tren. Los presos hacían sus habitáculos para dormir en la tierra, cavando agujeros para grupos de tres o cuatro personas que cubrían con ramas de algarrobo y lo que podían pillar. Los guardias del campamento sí residían en casetas y algunas viviendas que había en la zona. En total había 460 guardias para 2.500 presos y al frente dirigiendo las instalaciones estaba Manuel Astorga Vayo, responsable de métodos terroríficos para mantener la disciplina, entre los que se encontraban los fusilamientos ejemplarizantes.
Tejero cuenta que les hacían levantar a las 6 de la mañana y tras tomar un café y un chusco de pan agarraban el pico y la pala e iniciaban una marcha de varios kilómetros hasta los sitios donde se construían las fortificaciones. Trabajaban de sol a sol mal alimentados, con legumbres para comer y una sopa para cenar, sin proteínas, salvo las que ellos se proveían en el campo cuando cazaban alguna lagartija o serpiente.
Durante su estancia, hubo gente de L’Hospitalet que les ayudaba en lo que podían, puesto que tenían que hacerlo a escondidas. Uno de los castigos consistía en no entregarles la correspondencia que les mandaban sus familiares, aunque hubo quienes se arriesgaron a llevársela como fue el caso de Ramón Casadó, que entonces era un niño y ha sido una de las personas que ha mantenido la memoria viva de lo ocurrido allí. Falleció el pasado 23 de febrero. A las penurias del campo se sumó el hostigamiento sufrido durante la guerra por este municipio, puesto que fue el quinto pueblo más bombardeado de la provincia de Tarragona. Llegó a sufrir más de 60 bombardeos, en uno de los cuales murieron presos del campo.
Hubo quienes después de terminada la guerra mantuvieron relación con las gentes del pueblo que les ayudaron, y que regresaron allí, como fue el caso del religioso Ventura Pamplona. En 1965, cuando se inauguró la nueva iglesia de L’Hospitalet de l’Infant en terrenos donde había estado el campo de concentración, fue invitado y pronunció una homilía en la que evocó el tiempo que vivió allí y señaló dentro del templo el lugar donde tenía su cabaña hecha bajo tierra, puesto que identificó el sitio como el lugar que ocupaban las escaleras de acceso al coro.
Reconstrucción
El testimonio de otros presos que sobrevivieron ha permitido hacer la reconstrucción de cómo estaba distribuido el campamento, tal como aparece en la fotografía que ilustra este reportaje. La imagen es de los años 70, y sobre ella los historiadores locales han señalado los diferentes espacios con que contaba el campo de concentración, que incluía también una prisión de castigo en unos corrales.
Desde que en 2005 empezara a indagar sobre este campo de concentración Alfons Tejero a raíz de otra investigación histórica, ha ido saliendo a la luz lo que ocurrió allí, se ha puesto en valor para uso turístico la red de fortificaciones que construyeron los presos y hay rutas organizadas que explican lo ocurrido. No hay todavía ninguna placa que rinda recuerdo a quienes estuvieron allí, pero se han hecho gestiones con el Ayuntamiento para que también la haya, y el historiador local asegura que a raíz de todo este proceso de investigación y publicaciones hay gente de Teruel que se ha puesto en contacto con él para conocer el sitio.
Opina en este sentido que es el momento de que la memoria que se pueda conservar en Teruel aflore también para terminar de reconstruir la historia del campo de prisioneros. Sobre esta cuestión considera que es “importante crear este nexo con Teruel porque estoy segurísimo que esto se ha tenido que hablar mucho en las casas, porque aunque no todas las personas de las 1.200 que fueron hechas prisioneras en Teruel eran de allí, esta historia la estamos explicando desde aquí, lo que me ha contado la gente del pueblo a través de la memoria oral y de los documentos que vamos encontrando”.
Tejero asegura que “siempre hemos echado de menos conocer estas historias desde Teruel, porque estoy segurísimo que la gente cuando volvió la explicó en sus casas, pero en cambio nos faltan esos testimonios orales”. Aparte de algún libro, reconoció que la información sobre el campo llegada de Teruel es muy escasa, y se trata de personas que pasaron allí cinco meses de sus vidas en condiciones deplorables, aunque después se los llevaron a más sitios.
“Esto se ha tenido que explicar alrededor del fuego en las 1.200 casas, seguro, aunque muchos murieron -precisa-, y es una cosa que creo que es una pena que no trascienda”. Argumentó que “es importante además que los familiares de estas personas sepan que aquí estamos trabajando por recuperar este episodio tan olvidado, y que se ha recogido mucha información y que hemos podido completar prácticamente el 90% de las listas, que sabemos qué pasó y dónde estaban, mientras seguimos trabajando en los archivos y en la memoria popular”. Aunque por la edad es imposible que vivan los supervivientes, sí confía en que sus descendientes se interesen por lo que han hecho allí y puedan aportar lo que conozcan por lo que les contaron sus familiares.