Las señoritas Navarrete, referente en Teruel de la enseñanza con calidad y carácter
Más de la mitad de los niños y niñas de la capital pasaron por las aulas del Colegio Santa AnaLas hermanas Navarrete son conocidas en todo Teruel por ser el referente en la enseñanza durante varias décadas. No hay nadie de la capital que no las conozca o haya pasado por sus aulas, bien de forma directa, o a través de algún familiar e, incluso, un amigo de la infancia. Durante casi 40 años su magisterio fue fe y práctica del buen hacer, de la docencia con profesionalidad y del compromiso social con la sociedad turolense de los años 50, 60, 70 y 80. Una trayectoria cargada de trabajo, implicación, bastantes anédotas y cerca de 2.000 alumnos que pasaron por la calle Santiago.
No fue tarea fácil que comenzaran a trabajar en Teruel, pues en un principio sus destinos estaban fuera de la capital, -que no era lo que ellas querían-, pero su padre las animó a empezar. Iniciaron la andadura escolar Gregoria y Mari (única superviviente), a las que se unió Emiliana que estaba en Cella. “A ella la reclamaron porque había aumentado el número de chicos que teníamos”, apunta la maestra, y la buena relación, entre el padre y el alcalde de Cella, permitió que Emiliana se pudiera unir a las Señoritas Navarrete.
Todos los hermanos Navarrete fueron al instituto por aquellos años y cinco hermanas estudiaron Magisterio, entre las que están las protagonistas de la historia (Emiliana, Gregoria y Mari). Mari era la de más carácter, según los testimonios de los exalumnos, mientras Gregoria y Emiliana usaban más la mano izquierda.
Tres clases, de casi 40 metros cuadrados cada una, fueron la cuna estudiantil de muchos turolenses, que cada año llenaban las aulas de las instalaciones entre la calle Santiago y la calle San Benito, una vez ampliado el espacio de recreo, cedido por los sacerdotes Racioneros. Espacio (el recreo) que se había convertido, momentaneamente, en un inconveniente, ya que sus dimensiones no permitían acoger el aumento de alumnos que se producía año tras año. Todos los años realizaban obras de mejora con las casi 50 pesetas de cuota que pagaban los pequeños, como tarifa y sueldo de las señoritas Navarrete. Cantidad que producía beneficios, que a su vez eran de nuevo invertidos en el colegio.
La enseñanza era la vocación de las hermanas y buena prueba de ello es que los recuerdos y el homenaje que recibieron, marcaron una época señalada por el baby boom y la falta de infraestructuras y profesionales para atender tanta demanda.“Teníamos muchos alumnos, pero todos salían bien preparados”, menciona satisfecha Mari Navarrete, que todavía conserva una buena salud y capacidad memorística para volver la vista atrás y rememorar un sinfín de sucedidos y anécdotas que provocan la risa, la sonrisa y la emoción. Los recuerdos también se dirigen al trabajo bien hecho y el reconocimiento de la sociedad turolense como punto de aprendizaje de nivel, por eso, señala Mari, sentirse “orgullosa de la formación general que dábamos”. Y es que, según cuentan, las Matemáticas eran el punto fuerte de esta maestra, aunque no por ello fue menor su magisterio en Lengua, Geografía o Historia. Sin olvidar la religión, siempre de “caráter católico”, como señaló su sobrina Cuca Navarrete en el reciente homenaje que les brindaron un grupo de exalumnos de los que protagonizaron los años de las señoritas Navarrete.
Anécdotas y emoción
Aunque la edad y la memoria juegan malas pasadas, Mari, aún recuerda la vez que castigó a un niño -sin motivo aparente- “un día me dejé llevar de los nervios y castigué sin motivo aparente porque empezaron a hacer el borrico”, y se disculpó con el padre que había ido a saber qué había pasado. Le costó conciliar el sueño, incluso, a la señorita Mari, pero también recibió la ayuda de sus hermanas al contar la historia; “No te dejes nada en la conciencia”, le dijeron y así se lo contó al progenitor afectado, que recibió de buen agrado las disculpas. “Pasé un fin de semana muy malo’, recuerda. Este episodio, contado por Mari, sirvió para que la exdocente se emocionara narrando la historia. Pero no todos los episodios eran de satisfacción, pues cuando tenía que castigar, la carbonera era el destino de los traviesos y revoltosos, “aunque tampoco había tantos”, menciona con intención la señorita Mari.
La Navidad y las procesiones eran los momentos en los que los recuerdos vuelven a ser intensos, pues todos los años se realizaban cosas especiales y diferentes para celebrar tan apreciados acontecimientos de las sociedad de entonces, ya que era el momento en que de nuevo se reunía la familia, por muy lejos que estuviera. “Las vitrinas de casa estaban llenas regalos que nos hacían las familias de los alumnos: un belén de Lladró, figuritas, bombones. Eran muy desprendidos”, evoca todavía. Era tal el contingente de obsequios, regalos, pero también de comida, entre la que se incluía algunos animales. Cuestión ésta que provocó que “hasta una jaula tuvimos que hacer en mi casa para poder tener todos los animales que recibíamos”, cuando lo dice, sonriendo al recordar.
Ahora es una de sus siete sobrinas y sobrinos, Cuca, la que más cerca está “habitualmente”, como dice Mari, pues los demás también la visitan cuando vienen a Teruel, ya que muchos de ellos residen fuera. También sus 14 sobrinos-nietos, ya que la familia de Mari constaba de diez hermanos y hermanas, aunque solamente ella esté presente en la actualidad.
El viaducto de Teruel es uno de los recuerdos que definen la memoria y la historia de Mari y de Teruel. Esta infraestructura, rememora la maestra, “se inauguró cuando yo tenía 9 meses de vida”, cuenta que le contaron sus padres. Noventa y seis años contemplan pues al paso que une el barrio del Ensanche con el Centro de la ciudad.