La torre de la Catedral de Teruel recupera su patrimonio artístico y la historia vivida en su interior
El campanario, de 40 metros de altura, vuelve a lucir gracias a cerca de 2.000 piezas de cerámica vidriadaUn grupo de turistas mira hacia arriba delante de la Catedral de Teruel. Escuchan a la guía que se sitúa de espaldas a ella. Ante ellos ocho siglos de historia, casi los mismos que tiene la ciudad. Hoy tienen suerte. Pueden contemplar el resultado de la última intervención llevada a cabo en el monumento mudéjar, Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1986.
Durante un año la torre, de 40 metros de altura, ha estado cubierta por una gran lona que reproducía su imagen. Debajo, los andamios permitían a los trabajadores llevar a cabo sus tareas de limpieza y recuperación de las fachadas, donde se han tratado y restaurado unas mil piezas cerámicas y se han repuesto unas 900, estas últimas fabricadas por el artesano turolense, Laureano Cruzado, que es el que hizo también las piezas de las otras torres mudéjares restauradas en las últimas décadas.
El Gobierno de Aragón, a través del Departamento de Vertebración del Territorio, Movilidad y Vivienda, adjudicó en 2018 estas obras a Contrafforte Restauro SL con una inversión cercana a los 600.000 euros, que como en la fase anterior, que se centró en el remate superior, se financió con cargo al Fite, el Fondo de Inversiones de Teruel, que financia al 50% el Gobierno central el autonómico. Una tercera fase finalizará esta actuación, lo que permitirá a esos turistas que ahora la contemplan desde el exterior, que la puedan recorrer por dentro.
Si las fachadas exteriores reflejan el rico patrimonio histórico y artístico del mudéjar turolense, las paredes interiores son el patrimonio vivido, por la huellas que dejaron los campaneros, los relojeros o los sacerdotes que transitaron por ella.
Algunas paredes de acceso al campanario están cubiertas con billetes de lotería y boletos de la Once, un reflejo de la afición del campanero que durante la segunda parte del siglo XX se ocupó de hacer tocar las campanas.
En las estancias intermedias, elaborados dibujos a carboncillo comparten paño con las firmas de relojeros de la ciudad. Manuel Tena o Polo dejaron sus firmas estampadas en la pared y hasta 40 veces lo hizo José Benedicto.
Todos estos grafitis se han limpiado e inventariado en espera de futuros estudios. Pero antes se tuvo que limpiar el palomino acumulado durante años y ahora se han cubierto los vanos de las ventanas con una malla trasparente para evitar el acceso de las palomas.
El campanario queda así protegido y mantiene su uso tanto civil como religioso. Dos de las ocho campanas dan la hora, de manera automatizada, y marcan el día a día del Centro Histórico de la ciudad. Como la Bonifacia, cada una de ellas tiene su nombre.
De la cabeza a los pies
Si ahora se ha intervenido en el campanario, cabeza visible de este monumento mudéjar, en la primera fase además de en el remate barroco también se intervino en los pies.
“Los zapatos se desgastan con el tiempo al caminar y hace dos años se intervino en los dos apoyos de la torre. Hicimos estudios y procedimos a estabilizarlos”, explicó el arquitecto José María Sanz el pasado lunes, cuando enseñó a los responsables políticos la finalización de la segunda fase de intervención en la torre.
Ahora, además, se ha intervenido en el contrafuerte interior, dentro de la casa anexa a la torre. Aunque en el imaginario colectivo se piensa que la de San Martín es la torre mudéjar más inclinada por la leyenda que explica su construcción y por el gran contrafuerte que Pierres Vedel levantó en el siglo XVI, “de todas las torres mudéjares de la ciudad la más inclinada es la de la Catedral”, indicó Sanz que recordó que San Pedro y El Salvador también fueron reforzadas con contrafuertes en distintas épocas históricas. En el caso de El Salvador en el siglo XVII.
Estas intervenciones muestran que a lo largo de la historia se ha ido actuando en los diferentes monumentos mudéjares para tratar de preservarlos y que fueran disfrutados por generaciones futuras. “Las continuas intervenciones en la torre es lo que ha hecho que se mantenga en pie durante 800 años”, aseguró Sanz, que apuntó que con estos trabajos los monumentos se consolidan y “esperemos que para mucho tiempo”. Pero habrá que seguir haciendo labores de recuperación. “Los turolenses de los próximos siglos tendrán que ir interviniendo” advirtió. Mientras tanto, los visitantes que llegan a la ciudad atraídos por su mudéjar disfrutan ya de un recorrido por todas sus torres restauradas y pueden conocer por dentro las de San Pedro y El Salvador. Ahora solo falta que abran sus puertas las de la Catedral y San Martín.