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La Asociación de Agricultura de Conservación ha multiplicado por cuatro su número de socios en la provincia en dos años La Asociación de Agricultura de Conservación ha multiplicado por cuatro su número de socios en la provincia en dos años
Agricultores en la charla formativa celebrada en febrero en Perales del Alfambra

La Asociación de Agricultura de Conservación ha multiplicado por cuatro su número de socios en la provincia en dos años

Esta práctica reduce los costes de producción hasta un 30%
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La agricultura de conservación, que comprende una serie de técnicas entre las que destacan la supresión del laboreo con la siembra directa, el mantenimiento de las cubiertas vegetales en el suelo y la rotación de cultivos, permite reducir los costes de producción entre un 20% y un 30%, es decir, entre 50 y 70 euros por hectárea y año, en función de las explotaciones. Este ahorro, junto a la necesidad de aplicar sistemas de manejo sostenibles en el ámbito medioambiental, ha hecho que la Asociación Aragonesa de Agricultura de Conservación (Agracon) haya multiplicado por cuatro su número de socios en la provincia de Teruel en los dos últimos años, hasta llegar a los 34.

El técnico de Agracon, Carlos Molina, explicó que la agricultura de conservación supone “un cambio de mentalidad a la hora de afrontar la actividad agraria”. Añadió que algunos agricultores han fracasado en este cambio de paradigma al adquirir y utilizar la máquina de siembra directa pero continuar aplicando el resto de principios agronómicos del laboreo tradicional.

Por eso, hace 20 años que se creó Agracon, una asociación sin ánimo de lucro que tiene como objetivo divulgar la agricultura de conservación y acompañar y asesorar a los socios en la implementación de la técnica.

Aunque no existen datos oficiales sobre el número de hectáreas trabajadas de esta forma en la provincia, la creciente actividad de Agracon puede ser “un buen termómetro”, según Molina. Y es que la asociación ha pasado de contar con tan solo siete socios en 2018 a los 34 actuales. Además, los últimos charlas formativas presenciales celebrados en Cella y Perales del Alfambra contaron con una gran asistencia de público. 

“La gente tiene muchas ganas de aprender y conseguimos nuevos socios. Estos encuentros permiten conocer las experiencias llevadas a cabo por otros agricultores en las tres provincias aragonesas, lo que lleva a muchos a plantearse por qué no va a funcionarles también a ellos”, argumentó Molina.

Los primeros en implementar la agricultura de conservación en la provincia fueron cerealistas de las comarcas agrarias del Jiloca y del Bajó Aragón, pero el interés se ha ido extendiendo y ahora también hay numerosos jóvenes que se están planteando dejar el laboreo tradicional en el Altiplano y el Campo de Visiedo. 

Las malas cosechas debidas a la escasez de precipitaciones y el ahorro de costes son, a juicio del técnico de Agracon, sus principales motivaciones, al margen de la prácticas sostenibles que propicia la Política Agrícola Común (PAC).

Sobre el ahorro de costes, Molina indicó que se ha estimado entre un 20% y un 30%, esto es, entre 50 a 70 euros por hectárea y año en función de las explotaciones.

Carlos Molina recordó que las primeras experiencias de siembra directa llevadas a cabo hace tres décadas fracasaron en su mayoría porque no se implementaron el resto de fundamentos para el desarrollo de la agricultura de conservación. Y es que, además de la supresión del laboreo (no labrar ni tocar el suelo), hay que mantener la máxima cobertura vegetal con los residuos del año anterior (la paja picada, por ejemplo) y rotar los cultivos para controlar las enfermedades y las malas hierbas.

“El agricultor debe romper con los malos vicios de año y vez y cultivos continuados esquilmantes y optar por otros que permiten la fijación de fósforo y potasio”, argumentó.

Además de estos tres fundamentos, el técnico de Agracon destacó lo que en Argentina –uno de los países pioneros en la implantación de la agricultura de conservación– llaman “(agricultura) siempre verde y (suelo) siempre vivo”. 

Allí se está produciendo “una segunda revolución”. “Si hace 30 años se produjo una primera con la siembra directa, ahora se está produciendo una segunda para romper con el monocultivo de la soja, que está colapsando como ocurre aquí con el cereal”, dijo. 

“Hay que romper con el esquema de que cuanto más limpio esté el suelo, mejor. Hay que diferenciar las malas hierbas de los cultivos de servicio, que nos permiten tener el suelo cubierto y mejorar su biodiversidad por la conservación de microorganismos. Además, algunos tienen raíces pivotantes que mejoran la estructura del suelo, como la colza y la camelia”. 

El cultivo continuado de cebada y trigo combinado con el barbecho a la larga reduce la rentabilidad porque aumentan los insumos y bajan los rendimientos, indicó. Por eso, combinar los cereales con las leguminosas y las oleaginosas es la opción que defienden desde Agracon.

Además del ahorro de costes, esta técnica permite reducir la erosión del suelo en un 95%. Y es que la pérdida está cifrada entre 10 y 50 toneladas por hectárea y año en secanos áridos a causa de la erosión hídrica y eólica, que también conlleva el arrastre de partículas. 

“Es una técnica de producción sostenible, que permite conservar el suelo, que es el primer pilar de la producción. De otro modo, deberíamos pasar a la agricultura hidropónica, que no es competitiva para cultivos extensivos”, señaló.

La cobertura del suelo posibilita un mayor tempero a la hora de la siembra y asegura mejores nascencias del cultivo. Asimismo, se consigue una fijación de carbono de hasta tres toneladas por hectárea y año durante los diez primeros ejercicios de utilización de esta técnica.

En opinión de Molina, las futuras guerras se librarán por la posesión de tierras fértiles. “Y es que, cuando pensamos en la desertificación, lo hacemos en la deforestación del Amazonas y no en la parte agraria. El uso de los bosques con fines agrarios no siempre conduce a la desertificación, pero hay que buscar el equilibrio en los cambios de uso e implementar técnicas conservadoras del suelo”, argumentó. 

Un buen ejemplo de los beneficios de la utilización de la agricultura de conservación se encuentra en la zona de los Monegros, donde en localidades como Monegrillo y Leciñena han pasado de no poder producir a duplicar sus producciones, explicó.

Según Molina, la agricultura de conservación “ha venido para quedarse”, aunque la prohibición del uso del glifosato podría suponer “un frenazo”. Argumentó que su utilización como herbicida en la presiembra no deja residuos, y que el problema radica en “los malos usos” del glifosato como secante en el norte de Europa, de forma que no se degrada y puede llegar a la cadena alimentaria.