El Miura aún no toca las estrellas
Crónica del escritor Javier Sierra sobre un lanzamiento espacial que tendrá que esperarJavier Sierra / El Arenosillo (Huelva)
El martes a las nueve y media de la noche todo parecía listo. Daba la impresión de que la sala de máquinas de PLD Space, en las instalaciones militares del Arenosillo, en los límites del Coto de Doñana, lo tenía todo bajo control. Al fin, en cuestión de horas, podrían aprovechar su última “ventana” para lanzar el Miura 1. “Hay una oportunidad de lanzamiento sobre las 6.30 de la madrugada”, me escribió Raúl Torres, ingeniero fundador de PLD, el lunes. Me puse nervioso. Llevaba tiempo siguiendo la evolución de este proyecto. En noviembre de 2021, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, mi familia y yo habíamos conocido en persona a Torres, pero también a Raúl Verdú, la otra alma máter del proyecto, ingeniero y director de desarrollo de PLD, y al resto de su equipo. Fue entonces cuando nos enseñaron el fuselaje del cohete que ahora estaba a punto de ser lanzado.
El whatsapp de Torres era, pues, la culminación de un largo camino. En realidad, el esfuerzo de una década consagrada a desarrollar desde cero un cohete propio, con capacidad de colocar cargas útiles en órbita terrestre. Desde el principio, mis conversaciones con “los raúles” estuvieron llenas de fascinación y entusiasmo. No les amedrentaba que la ingeniería especial fuera la tecnología más secreta del mundo. Ni que ningún país compartiera los planos de sus cohetes por miedo a que sus rivales los mejorasen. En ese terreno, nadie revela datos a partir de un determinado nivel. Ellos iban a desarrollarlo todo desde cero: el cohete, los sistemas de control, la plataforma de lanzamiento… Su proyecto sería como fletar una carabela sabiendo que estas existen, pero sin acceso a los carpinteros que las construyen. España se quedó fuera del desarrollo aeroespacial cuando la carrera por conquistar el Universo arrancó hace más de siete décadas en Estados Unidos y la Unión Soviética. Entonces, para un país como el nuestro recién salido de la Guerra Civil, aquello de mandar naves al espacio era cosa de Flash Gordon.
“¡Me alegra saber que estáis ready to launch!”, respondí a Torres. Me faltó tiempo para llamar a mi hijo Martín (15) y ponerle al tanto. Martín había estado en Madrid viendo también el Miura 1, y menos de un año después se había enrolado en uno de los Space Camp de la NASA, en Huntsville, en los que adolescentes de su edad se entrenan como astronautas y se hacen una idea de lo que es la exploración espacial. La noticia, claro, lo electrificó. “¿Sabes lo que eso significa?”, me preguntó. Yo pensé en las playas del Coto, tan cercanas al puerto desde el que zarpó Colón en 1492, y en la poesía que destilaba esa coincidencia… pero Martín estaba en otra cosa: “¡Es la primera vez que va a lanzarse un vehículo espacial desde la península Ibérica! ¿No te das cuenta? ¡Es algo histórico!”, exclamó. “De hecho, no existen hoy plataformas de lanzamiento de cohetes en activo en toda Europa continental”. “Entonces, ¿te vienes?”
No se lo pensó. No tenía exámenes ese día, así que en cuestión de minutos salimos hacia Doñana con la idea de ver el lanzamiento, previsto para las 6.30 de la madrugada siguiente. Fueron seis horas de coche en las que mi hijo no paró de contarme cosas del Miura que yo no sabía. Como que iba a llevar un queso en la punta. “¿Un queso?”. “Es un guiño al queso que Elon Musk puso en órbita en su primer cohete Dragon”. “¿Y por qué un queso?” “¡Oh!, eso fue por una vieja broma televisiva de los Monthy Python, a los que Musk adora.” “¿Y el del Miura será de Teruel?” “¡Papá!, lo importante es que lo lancen”, protestó.
Llegamos al Parador de Mazagón a eso de las veintiuna horas. Sus idílicas instalaciones se encuentran a cinco kilómetros de la rampa del cohete, fuera de la zona de exclusión que, en breve, iba a ser acordonada por la Guardia Civil. Fue una suerte tropezarnos en la puerta del Parador con Raúl Verdú. Sin darnos tiempo a sacar las mochilas del maletero, nos subió a su coche rumbo al Médano del Loro, el risco donde a esas horas los técnicos ultimaban el cohete para ser lanzado. “Porque querréis verlo, supongo…”, sonrió malicioso.
De camino, una llamada nubló durante un segundo el buen humor de nuestro anfitrión. Era Raúl Torres. Acababan de recibir los datos meteorológicos del último globo sonda y no eran buenos: a unos diez kilómetros de altura se habían detectado rachas de viento fuertes que podrían hacer peligrar la operación. Curiosamente en tierra, junto al cohete, todo estaba tranquilo. Unos potentes focos lo iluminaban dándole un aspecto casi sobrenatural. Lo había visto por última vez el pasado 12 de marzo, junto al doctor José Miguel Gaona y su familia, horas después de que El Arenosillo hubiera recibido la visita sorpresa del presidente Sánchez. Entonces estaba “plastificado”, lleno de cintas con la leyenda remove before flight, como si fuera un paciente que esperara a que le quitaran los goteros y le dieran el alta. Ahora todo era distinto. Miura mostraba orgulloso sus doce metros de envergadura vertical, sin asomo de parches ni enmiendas. Ready to launch. Nadie quisimos acordarnos entonces de la llamada de Torres.
Esperando la cuenta atrás
A las cinco de la madrugada en punto Martín y yo dejamos nuestra habitación en el Parador y descendimos a oscuras las pronunciadas escaleras de madera que separaban el complejo turístico de la playa desde donde podríamos ver el lanzamiento. Nos conectamos a un canal de YouTube, “Control de Misión”, en el que estaban haciendo el seguimiento del evento, y con las linternas de nuestros móviles encendidas nos dirigimos hacia la costa. “¿Qué es eso?”, me preguntó Martín alarmado. Los raúles nos habían contado en alguna ocasión que el mayor enemigo de su proyecto eran los narcotraficantes que descargaban sus fardos en las playas de Huelva, y que incluso habían llegado a disparar contra la plataforma. “No serán ellos, ¿verdad papá?”
Por un segundo se me encogió el alma. A cien metros de donde estábamos, varias linternas danzaban nerviosas en la oscuridad. “No lo creo”, mentí. “Deben saber que hoy va a lanzarse el cohete y que esto estará lleno de policía”. El caso es que, haciendo de tripas corazón, y siendo inevitable que hubieran visto nuestras propias luces, nos acercamos a ellas. Resultaron ser una decena de personas que, como nosotros, aguardaban el espectáculo. A las seis ya eran un centenar. Algunas llegaron provistas de mantas y sillas de playa, otras de teleobjetivos y trípodes. Hubo incluso quien se llevó su caña de pescar. La mayoría escuchaba “Control de Misión” como nosotros, a la espera de que el streaming oficial del lanzamiento se pusiera en marcha.
“Esto es el cabo Cañaveral español”, oímos decir a alguno. ¡Y era verdad! Martín me recordó que, en los cincuenta, grupos como aquel se apostaban en las marismas cercanas a las primeras rampas de la NASA, en Florida, para cotillear los lanzamientos de los Redstone o Vanguard. Iban con sus tarteras y prismáticos a ver el fogonazo de aquellos supermotores y a sentir el rugido de sus encendidos. Nosotros íbamos a experimentarlo enseguida… o eso esperábamos.
A las 5,30 el streaming de PLD Space aún no había empezado. Mala cosa. “Control de Misión” iba informando de lo que Martín y yo ya sabíamos, pero preferimos olvidar: que los vientos de altura eran fuertes y que estaban retrasando la operación. Dos barcos de la Marina, el Libertad 6 y el Nervio, se encontraban ya en altamar preparados para recuperar el cohete en cuanto cayera al agua. Y un avión Casa CN-235M con base en Getafe, patrullaba desde hacía un buen rato el espacio aéreo, despejándolo de posibles intrusos.
A las 6,15 era evidente que el lanzamiento se estaba retrasando, pero la llegada de dos todoterrenos de la Guardia Civil a la playa, anunciando por megafonía que debíamos retroceder de nuestras posiciones por razones de seguridad, mantuvieron nuestras esperanzas. La escena parecía de película, y no española precisamente. Carlos Herrera me llamó para abrir “Herrera en COPE” con la crónica de lo que estaba pasando. La hice. Y al acabar, el streaming de PLD seguía aún sin estar operativo. Se produjeron entonces dos anuncios casi consecutivos: el primero retrasaba el lanzamiento a las 9 -mala cosa; Torres me había explicado alguna vez que la primera hora del día favorecía esta clase operaciones, y que perderla era sinónimo casi seguro de cancelación-, y el segundo la adelantaba a las 8,30. Por un momento, un halo de esperanza calentó nuestros ánimos.
De pronto, el canal oficial de PLD se hizo con las pantallas de los playeros. Vimos cómo se ultimaban los preparativos para el lanzamiento: desde el llenado de queroseno al purgado del motor o la llegada de oxígeno líquido a la parte alta del cohete. Incluso se había puesto en marcha lo que llamaron el “chequeo de go/no go” previo a la cuenta atrás. En ese momento todo indicaba que Miura iba a volar. Nos alborozamos. Y, sin embargo, cuando todo estaba en verde, el último dato de medición de los vientos hizo que la operación se cancelase. “Qué cerquita hemos estado…”
Recuerdo que miré a Martín. Ya era de día. Los “narcos” se habían transformado en familias con niños mucho más pequeños que mi hijo, y comenzaron a dispersarse en silencio, rápidos, con la cabeza baja. “¿Tú estás bien?”, le pregunté. “¡Pues claro, papá!”, dijo entero. “Esto es lo normal en un lanzamiento. Además, ha sido muy emocionante. Habrá otro intento… ¿Me traerás?”
La lección del Miura
Recuerdo que no llegué a responderle. Otro whatsapp entró en mi móvil, distrayéndome. Era un audio de Raúl Torres. “Antes de marcharos, pasaos por la puerta de CEDEA (El Arenosillo) y os saludo”. No habíamos visto a nadie de PLD desde la noche anterior y la oportunidad de acercarnos al centro de control de la misión y tantear el estado de ánimo del equipo tras la suspensión de las operaciones, nos pareció el último regalo de aquella jornada.
Encontramos la sala de control -un edificio preparado desde hacía meses para este momento, con tres hileras de monitores de ordenador y grandes pantallas- aún en estado de excitación. Me llamó la atención que nadie pareciera abatido. Estaban cansados por una noche tan larga, pero en modo alguno hundidos. Los raúles analizaban lo sucedido con una sonrisa en el rostro. “Hemos tenido un momento de gran lucha interna”, nos explicaron. “¿Sabéis? El corazón nos decía que era el momento de lanzar el cohete, que todo lo que habíamos hecho era para eso… Pero la razón -y los datos de los vientos- nos decían que solo llegaríamos a los diez kilómetros de altura y no a nuestro objetivo. Al final ha vencido la razón”.
“Habrá más ventanas”, murmuré sin saber muy bien qué decirles. “¡Pues claro que las habrá! Lo importante es que todo lo que dependía de nosotros ha funcionado a la perfección. El cohete se ha portado muy bien. Ha superado todos los controles de seguridad y estaba preparado al cien por cien para volar… Pero controlar la meteorología no está en nuestra mano… aún”. “Entonces”, acoté levantando la mirada hacia la sala de control, “todo esto va de una lucha constante entre razón y corazón”. Los raúles se miraron divertidos. “¿Y qué no va de eso en lo que hacemos los humanos, amigo?”
Martín y yo nos miramos cómplices. Es cierto. ¿Qué no va de eso en la vida?
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