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“El barco era una burbuja segura frente al coronavirus; desembarcar fue un choque” “El barco era una burbuja segura frente al coronavirus; desembarcar fue un choque”
José García Navarro, el turolense que viajaba en un crucero que atravesaba el Pacífico al declararse la pandemia mundial

“El barco era una burbuja segura frente al coronavirus; desembarcar fue un choque”

Un turolense cuenta su experiencia en el crucero al que sorprendió la pandemia en medio del Pacífico
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Al turolense José García Navarro no le hubiese importado quedarse un mes más embarcado en el Costa Deliziosa, el crucero al que pilló la declaración de la pandemia mundial por el Covid-19 en medio del Pacífico cuando daba la vuelta al mundo. Desembarcó la semana pasada en el Puerto de Barcelona junto con otros 167 pasajeros españoles después de haberse pasado en el mar más de un mes sin poder descender a tierra en ningún puerto. García cuenta que el barco estaba libre de coronavirus y era como una “burbuja segura” para quienes viajaban en él, la gran gran mayoría personas jubiladas de edad avanzada. “Desembarcar después de haber estado seguros en el mar sí que fue un choque, vaya bofetada”, cuenta el turolense.

José García es de Villastar y tiene 76 años. Era la segunda vez que daba la vuelta al mundo en un crucero. Le gusta viajar y su primera experiencia de este tipo la llevó a cabo en 2018. A pesar de que esta vez durante la tercera parte del viaje no pudo bajar a tierra para estar a salvo de la Covid-19, guarda un buen recuerdo y asegura que en 2022, cuando todo esto pase, volverá a embarcarse.

Lo duro se produjo el pasado día 20 de abril cuando llegaron al Puerto de Barcelona y tuvieron que dejar la seguridad del barco. El turolense afirma que hubo gente que estaba dispuesta incluso a pagar por quedarse un mes más en el barco y no tener que bajar a tierra porque en la embarcación se sentían protegidos al no haber subido a bordo del coronavirus.

Mientras que de la travesía no recuerda nada especialmente desagradable, más allá de una alarma por un posible coronavirus de un viajero que a las pocas horas se descartó, García sí rememora con desagrado el desembarco en Barcelona, porque suponía salir de la “burbuja” en la que habían vivido durante cien días mientras la pandemia se extendía por todo el mundo sin que a ellos les hubiese afectado en alta mar.

A García le tocó desembarcar a las siete y media de la mañana del 20 de abril. Les habían organizado por grupos y antes de bajar al puerto les entregaron guantes y mascarilla, además de darles un billete de tren hacia sus respectivos destinos. En su caso a Oropesa del Mar en Castellón, donde está empadronado. Aclara que si hubiera podido elegir, se hubiese marchado a Teruel al piso de su hermana para hacerle compañía.

Una vez en tierra les llevaron en autobuses a la estación de Sants y a mediodía partió un Talgo que a él lo dejó en Castellón, desde donde cogió un taxi para llegar a su casa. “En el puerto tuvimos que dar la dirección completa a las autoridades españolas, esto ya no era turístico sino una repatriación de españoles”, aclara, por lo que les indicaron que tan pronto como llegasen a sus domicilios tenían que guardar una cuarenta de quince días, que finalizará mañana.

“Nos comprometimos a cumplir esa cuarentena y a que si teníamos algún problema de salud o fiebre nos pondríamos en contacto con las autoridades sanitarias”, relata García, quien precisa que lo peor se produjo al llegar a Oropesa del Mar. “En casa no tenía nada de comida y estuve un día a dieta, porque solo llevaba una naranja y medio sandwich del barco”, explica. Además, las tormentas durante su ausencia le habían dejado sin luz en parte de la vivienda.

“El primer día lo pasé un poco mal, y el segundo ya me tranquilicé, me puse en contacto con el Ayuntamiento, porque tengo teleasistencia, y me dijeron que podían traerme medicinas y alimentos, y ahora me cocino yo”, aclara. Con la luz avisó al seguro y le arreglaron la avería.

Libertad dentro del barco

Comenta que nada tiene que ver la estancia en el barco, donde podía pasear y tenía bufet, con su forma de vida ahora. “Vaya bofetada ha sido regresar, porque en el crucero lo tenías todo hecho y vivías a cuerpo de rey, y ahora si quiero comer algo me lo tengo que preparar yo, pero como la situación es la que es, pues lo acepto”, afirma.

Y es que a este turolense le gusta moverse. De hecho, durante las largas estancias que pasa en Teruel, puesto que se queda en la capital, todas las mañana coge el coche para irse a almorzar a su pueblo, Villastar. En Oropesa tampoco pasa mucho tiempo en casa, porque nada más levantarse se da un paseo hasta el centro a desayunar, y luego también come fuera, si bien no sale a cenar y se prepara algo él mismo.

A pesar de que se ha pasado cien días encerrado en un barco, sostiene que aquello no era un encierro por lo grande que es el Costa Deliziosa y la gran movilidad que tenía, además de disfrutar de camarote con balcón. En cambio en Oropesa, pese a que tiene una parcela tocando con su casa y puede moverse al aire libre, tiene ganas “de poder salir, estoy contando los días para que acabe la cuarentena; necesito andar, soy una persona bastante activa y el senderismo siempre me ha vuelto loco”.

Las mismas ganas tiene de volver a Teruel y a Villastar, aunque reconoce que tendrá que esperar a que la situación por el coronavirus se calme. De momento ya piensa en la tercera vuelta al mundo que hará dentro de dos años. Costa Cruceros les ofreció reembolsarles el 35% del valor del pasaje, o un 50% de descuento en la próxima travesía de este tipo que hará la compañía.

“Habrá ya vacunas y hay que se un poco optimistas, porque si no te mata el virus te mata la ansiedad, el miedo o lo que sea”, argumenta García, que insiste en que a pesar de que desde que llegaron a Australia no pudieron bajar a tierra y se pasaron 35 días sin salir del barco, no lo ha pasado mal porque se sentía seguro en medio del mar.

“La compañía se ha portado estupenda, no solo porque nos hayan dado ese descuento para hacer otro crucero, sino porque no ha habido ni un solo enfermo, hemos pasado casi cien días y el virus no ha entrado, lo que significa que están bien organizados y se merecen una matrícula”, manifiesta.

Del periplo asegura que la gente “no tenía temor por el barco después de que se declarara la pandemia a nivel mundial”, lo que tuvo lugar cuando estaban en medio del Pacífico: “Todos éramos felices en el mar sin tener contacto con tierra, el temor era el día que llegáramos”. El capitán prohibió tanto bajar como subir, “que es lo que todos queríamos, no movernos de allí, porque si en un barco como este, con la mayoría del pasaje mayor de 70 años, entra el virus ya me dirás cómo lo controlas”. Había puertos a los que las autoridades no les dejaban ni aproximarse, por lo que les suministraban combustible y alimentos con embarcaciones.

Admite en cualquier caso que les llegaban noticias de cómo evolucionaba la pandemia en España y por todo el mundo y que había preocupación por los familiares, además de estar inquietos por el día en que llegaran al final del viaje y tuvieran que bajar a tierra. Hubo quien lo hizo en Australia y cogió un avión para regresar a España, “pero el personal de a bordo nos dijo que estábamos más seguros en el barco hasta que finalizase el crucero”.

Eso sí, el capitán cambió de rumbo, puesto que las próximas escalas eran en países asiáticos, incluido China. Emprendió rumbo hacia el Índico y navegaron por lugares paradisiacos como las Seychelles, aunque sin que el barco osara acercarse a los puertos. Era la manera de salvaguardar la “burbuja sana” del Costa Deliziosa en medio de un mundo enfermo de coronavirus.

Del paraíso a la alarma

A José García se nota que le gusta viajar, y además hacerlo bien. Prueba de ello es que no llevaba cámara de fotos. Es de esa generación que ha disfrutado gozando de sus vacaciones y de sus viajes al vivir cada momento con intensidad, a diferencia de generaciones actuales que pierden más tiempo sacando fotos y vídeos con sus móviles, en lugar de fijarse bien en los sitios que recorren para quedarse con su esencia. En cualquier caso, este turolense de Villastar llevaba la idea de comprarse una cámara en Japón. “Me dije, me compraré un buen aparato en Japón porque esa es la patria de las máquinas de fotos, y hasta eso se acabó cuando nos dijeron que no íbamos a Asia, y ni ganas de hacerlo con lo que estaba pasando”, precisa.

El crucero había zarpado a principios de año de Venecia y García se subió en Barcelona el 11 de enero. De allí fueron a Canarias y atravesaron el Atlántico hasta llegar a las islas Barbados. Cruzaron el canal de Panamá y descendieron por la costa del Pacífico de América del Sur, con paradas en Perú y Chile para arribar después a la Isla de Pascua. Desde allí emprendieron rumbo a Nueva Zelanda. “Allí estuvimos en dos puertos que son una maravilla, eran un paraíso”, explica. Fue donde se tomó la decisión de no seguir rumbo hacia Asia y se fueron a Australia, donde estuvieron en cinco puertos. “En el último ya nos dieron la orden de que no podíamos bajar del barco porque se había declarado la pandemia a nivel mundial”. En el barco viajaban 1.814 pasajeros y 898 miembros de la tripulación de numerosos países.