Desde puertos de Francia y en grupo, así emigraron a Estados Unidos la mayoría de turolenses a principios del siglo XX
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La mayor parte de los turolenses que emigraron a Norteamérica en el primer cuarto del siglo XX eran hombres sanos, sabían leer y escribir y embarcaron, principalmente acompañados, desde puertos franceses. Este es el perfil que se desprende de la investigación realizada por el historiador Raúl Ibáñez Hervás en el marco de su tesis doctoral, que acaba de leer.
Una de las conclusiones que plantea el experto es que había redes que recorrían los pueblos captando pasajeros para los navíos, de los que eran cómplices, de ahí que la mayor parte de los emigrantes viajaran acompañados. Además, les instruían sobre los requisitos que debían de cumplir, y uno de ellos era que supieran leer y escribir, algo no tan habitual en el medio rural a comienzos del pasado siglo. Precisamente el hecho de que las exigencias fueran más laxas desde los puertos franceses es lo que propició, dice Ibáñez, que el 52% de los turolenses se fueran hasta puertos franceses cuando tenían los de Valencia o Barcelona mucho más cerca.
Estos “ganchos” se movían por los lugares donde habían ocurrido desastres naturales y, compinchados con los navieros, animaban a la población a iniciar el viaje. Algunos incluso les ofrecían documentación falsa, indica Raúl Ibáñez, para facilitarles la salida. Los puertos españoles estaban muy vigilados y pedían un mayor número de requisitos, por eso los ganchos los desviaban hacia territorio galo.
Análisis de datos
Precisamente el análisis de los datos de los turolenses que llegaron a Norteamérica es una de las principales novedades que aporta la tesis de Ibáñez Hervás, puesto que hasta su trabajo los rastreos se centraron en las salidas desde puertos españoles, algo que, como se ha comprobado ahora, deja grandes lagunas.
El 30% de los viajeros turolenses partieron del puerto de Le Havre, aunque otros lo hicieron de Cherbourg, Burdeos o Marsella. En cuanto a los puntos de partida en España, se encuentran Valencia, con el 26% de los emigrantes, seguido muy de lejos por Barcelona, Vigo o Bilbao. Incide en que las mafias actuales que traen a los migrantes hasta España no son un fenómeno nuevo, ya funcionaban hace más de un siglo y contribuyeron a la emigración de los turolenses hasta Nueva York, California o Conneticut.
Llega a esta conclusión tanto por el hecho de que viajen en grupos como porque el millar de casos analizados se hospedan en su mayoría en Manhattan, en dos fondas regentadas por españoles. “Muchas de estas fondas eran como sucursales laborales a las que acudían en busca de inmigrantes los empleadores que necesitaban mano de obra”, relata.
Los turolenses, al igual que ahora ocurre con los inmigrantes, ocuparon los empleos más duros en las minas de Bingham Canyon, en las de tungsteno o como pastores de grandes rebaños de ovejas y viviendo grandes temporadas en los montes de California. También ocuparon otros trabajos industriales, como la producción en cadena de la fábrica de coches que la Ford tenía en Detroit y de la que en esa época salió el Ford T. El salario era mucho más elevado y mientras en España en esos años se cobraba 1,30 pesetas al día el peón minero más bajo en el escalafón cobrara 3,20 dólares, más de 17 pesetas. Ello propició que muchos ahorraran dinero para luego invertirlo en España.
Estados Unidos
Los inmigrantes que atracaban en los Estados Unidos de América debían no sólo leer y escribir, sino también estar sanos y en posesión de 50 dólares, una cifra que descendía a los 30 dólares si contaban con familiares que pudieran ayudarles en esos primeros días. Era la forma de garantizar el pago de una pensión hasta encontrar un trabajo. También tenían que informar de quién era su persona de referencia en destino y la mayoría de ellos inscribían las fondas gestionadas por españoles en Manhattan.
El 85% de los turolenses hicieron las Américas acompañados y, la mayoría iban en parejas, aunque también hubo algunos que viajaron en grupos de 10, 11 o incluso 17 personas. El análisis del investigador es tan detallado que en su trabajo incluye hasta la “fuerza de arrastre” de lo que él denomina “pioneros o imanes”, con una media de 2,63 personas.
La mayor parte de los emigrantes partieron sin familia, pero algunos viajaron con mujer y, de esos núcleos familiares, el 65% se fueron con hijos. En cuanto a los pueblos emisores de un mayor número de núcleos familiares se encuentran La Puebla de Valverde, con cinco, seguido de Mora de Rubielos, con tres, y Valderrobres y Libros con dos.
El grueso de los migrantes tenían 18 años, justo antes de que hicieran el servicio militar, que se realizaba con 21 años y muchos querían eludir puesto que el destino entre los años 1920 y 1927 era la guerra de Marruecos. El siguiente pico está en los 27 años, una edad avanzada si se tiene en cuenta, dice Ibáñez, que la esperanza de vida estaba en 40 años.
El año 1920 fue en el que hubo más movimientos migratorios desde Teruel, justo antes de que en 1921 entrara en vigor la Ley de Cuotas, que restringía en los Estados Unidos la entrada de más del 3% del censo de la población de españoles que estaba ya en Norteamérica en el año 1910.