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Manifestantes exhiben unos carteles de repulsa a la violencia machista en la concentración reciente llevada a cabo en Teruel

25N Testimonio: "Me dejó por los suelos, como para recogerme con una pala y una escoba"

Una víctima aboga por una ley que no deje a las mujeres abandonadas con el tiempo
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Tras las estadísticas de la violencia de género, cifras que no tienen un rostro visible, está el drama de las víctimas con nombres y apellidos. Son historias de sufrimiento que a veces no acaban tras haber dado el paso de denunciar a los maltratadores, sino que continúan después al intentar rehacer sus vidas. Hay casos como el de Mariela, que denunció a su marido “porque no podía más” y hoy, con más de 50 años, se encuentra prácticamente en la indigencia. Aboga por una ley que “auspicie de verdad a las mujeres que han denunciado” para que al final no queden desamparadas como le ha ocurrido a ella.

“No es mi caso -aclara- sino el de muchas mujeres que se encuentran en mi misma situación”. Mariela tampoco es su nombre  auténtico, sino uno ficticio para preservar la identidad de la víctima. Después de un matrimonio de 33 años dio el paso de denunciar porque la situación era insostenible debido al maltrato físico que padecía, pero sobre todo psicológico.

“Me dejó por los suelos, como   si me hubiesen tenido que recoger con una pala y una escoba”, cuenta esta mujer, que reconoce que “nunca piensas que te van a matar” y que no se denuncia antes porque tienes una vida hecha al lado de esa persona y siempre se espera que las cosas puedan ir a mejor.

De hecho, ella dio el primer paso hace casi una década cuando decidió separarse, pero él insistió en volver con ella, pasó un tiempo y al final volvieron a estar juntos, pero las cosas no cambiaron sino que empeoraron.

La gota que colmó el vaso por  la violencia psicológica y el desprecio que recibía en el día a día llegó cuando fue a sacar dinero de la cuenta del banco y se encontró con que su marido la había vaciado. “Me había sacado de las cuentas”, explica. Era una forma de someterla y de ningunearla.

Denunció los maltratos, él fue detenido y en la misma puerta del cuartel de la Guardia Civil “me pidió otra oportunidad”, recuerda, pero esta vez no la hubo. El marido fue juzgado, reconoció los hechos y fue condenado. Lo que no imaginaba entonces Mariela era el otro calvario que iba a tener por delante debido a problemas económicos arrastrados del matrimonio y a las dificultades para rehacer su vida con más de 50 años.

“Cuando me separé me quedé en shock, no dormía, me levantaba a las seis de la mañana, me ponía a ver la tele, se me hacían las doce, ni comía, ni limpiaba, ni hacía nada de nada; me sentaba y cuando ya estaba cansada de estar así me acostaba”, relata sollozando al rememorar aquel paso que dio en 2020, en los primeros meses de la pandemia.

De remontar, a la indigencia

Tras conseguir remontar aquella primera etapa “a base de psiquiatras, de pastillas y de psicólogos”, ahora confiesa que ha vuelto a la “situación del principio” por la indigencia en que se encuentra. Carece de recursos y tiene dificultades para encontrar trabajo. “Te dicen que eres muy mayor para trabajar”, comenta, a lo que en su caso se suma un problema de salud por fibromialgia.

Mariela se desahoga en la conversación al contar por lo que ha pasado. Habla entrecortada por momentos, temblorosa y llorosa a veces al rememorar lo vivido y explicar la situación en que está ahora. Vive en un bajo de 40 metros cuadrados cuyo alquiler paga con una ayuda social.

Necesita compartir sus emociones, desahogarse, liberar todo el cúmulo de malos momentos por los que ha pasado y que le hacen afirmar que “ojalá no hubiera denunciado”, para corregirse inmediatamente y reconocer que “no me arrepiento de lo que hice, y mira que me encuentro en una situación mala, mala, mala”.

Percibió durante un tiempo la Renta Activa de Inserción (RAI) que da el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) y el Ingreso Mínimo Vital, que ya no recibe, pero la situación en la que la dejó su marido con el piso en el que vivían no hizo sino complicar las cosas porque estaba rehipotecado y, a pesar de que lo vendieron, tuvo que hacer frente al pago de deudas y está embargada por Hacienda.

Explica que sobrevive ahora gracias a la ayuda que recibe para pagar el alquiler, que le dan los servicios sociales de la comarca en la que vive, así como a los cheques de comida para poder alimentarse. Su situación es tan precaria que más de dos años después de haber denunciado a su exmarido está gestionando una ayuda para poder tener luz y agua, e incluso para poder hacer frente al coste del teléfono móvil para no quedarse completamente aislada.

Trabajadores sociales

A las trabajadoras sociales y a la Oficina de Asistencia a la Víctima del Gobierno de Aragón, que tiene su sede en el Palacio de Justicia de Teruel y que atiende a toda la provincia, les agradece su ayuda porque admite que sin esos apoyos no sabría ya qué hacer.

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Mariela denuncia que “no se tiene en cuenta que la mujer maltratada se queda sin nada cuando pasa un tiempo”. Añade que “cuando se pasa la orden de alejamiento, o se pasa un año, te dejan abandonada; te tienes que ir de tu casa de toda la vida porque la tienes que vender y te metes en cualquier sitio porque no puedes pagar otra cosa”.

Reconoce, como víctima, que aguantó las situaciones de maltrato vividas “porque nunca piensas que te van a matar ya que no te pasa por la cabeza, sino que piensas que ha venido con un berrinche y te ha puesto a parir”, y por ese motivo no se denuncia. “Pero las personas que hemos tenido ese coraje de denunciar, ahora nos vemos como nos vemos, porque yo ahora mismo no tengo nada”, afirma.

Se pregunta cuántas mujeres habrá en su misma situación y por eso aboga por una ley que auspicie a las mujeres que han denunciado para que con el tiempo no acaben en un estado similar al suyo; que se atienda a cada víctima atendiendo a sus necesidades, como personas que son y no como una mera estadística.

Aboga por una mayor sensibilidad hacia lo que padecen muchas mujeres igual que ella, para que puedan vivir en condiciones dignas tras sufrir violencia de género y haberse decidido a denunciar. “Si a mí esto me pasa con 30 años, no tendría ningún problema, porque me hubiera comido el mundo, pero me ha pasado con 50, y a esa edad no existes porque nadie te quiere para trabajar y te dejan en la indigencia”, concluye.

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