A unos 29 kilómetros al sur de la ciudad de Teruel, en el término municipal de la localidad de Libros y una pequeña parte en el de Riodeva, se encontraban los ricos yacimientos de azufre, mineral que, al principio, se obtenía y se transformaba por ser un componente necesario para fabricar pólvora aunque también se empleaba para otros usos.
En la entrega de hoy, nos vamos a detener concretamente en el periodo histórico que arranca con la explotación industrial del azufre en las primeras décadas del siglo XX porque, como decíamos, el azufre ya se obtenía de este yacimiento de forma artesanal, como mínimo, desde el siglo XVIII.
En la documentación que manejamos muchas veces se habla de las Minas de Libros al poblado minero que surgió alrededor del yacimiento (a mitad de camino aproximadamente entre Libros y Riodeva) por considerar que poseía entidad municipal pero realmente no era así. Hay que decir en este sentido que llegó a disponer de todo tipo de servicios como cualquier poblado minero: cuartel de la Guardia Civil, una escuela pública, economato, hospital, viviendas para los mineros… pero no constituía un núcleo urbano independiente.
En la actualidad las minas se encuentran prácticamente abandonadas en un estado lamentable: el poblado destruido salvo algunos elementos como la iglesia troglodita excavada en el cerro, restos de los hornos extinguidos… quedan las “famosas” cuevas-vivienda que se pueden visitar, alguna galería subterránea y poco más.
En la prensa de los años 20 del siglo pasado se afirmaba que a cualquier obrero que llegase a buscar trabajo en las minas de Libros, se le daba una pequeña cantidad de dinero y un pico para que excavase su propia cueva-vivienda en la ladera del cerro. Viviendas más habitables seguramente que las construidas por la empresa que tenían que aguantar el insoportable calor de los hornos y la contaminación del azufre.
A finales del siglo XIX, Gascón y Guimbao, desde su Miscelánea se quejaba amargamente en 1891 de que se explotaban escasamente y sin apenas rendimiento las minas de Libros: “Otro negocio, también de gran importancia es el de los azufres de Libros y Riodeva. Actualmente hay 13 minas, con una suma de 190 pertenencias. El criadero es abundantísimo y famoso. Se explotó desde fines del siglo pasado hasta 1890…” pero, claro, no en plan sistemático e industrial.
Patrimonio
El 27 de abril de 1914, el hacendado jefe del Partido Conservador de Teruel Bartolomé Estevan (con “v”) Marín, uno de los turolenses con más patrimonio de la provincia, tomaba asiento en el Senado representando a la provincia de Teruel. Cinco años antes, el 9 junio de 1909, se había firmado el contrato de arriendo entre el propietario de las minas, Estevan, y la sociedad Industrial Química de Zaragoza (IQZ) por el que se arrendaban “por diez años y prorrogables por otros cinco, al precio anual de dos mil pesetas, las minas de azufre “San Cristóbal”, “San Bartolomé”, “San Joaquín”, “Nuestra Señora del Pilar” y los edificios y tierras en los términos de Libros y Riodeva de su propiedad”
Más tarde, con el paso del tiempo, la empresa incrementó sus propiedades y demasías al adquirir más de 75 pertenencias de azufre, las más productivas de la zona, e iniciándose así la explotación intensiva ya en 1910.En los años veinte, además de los accesorios e instalaciones para el funcionamiento de las minas, se habían instalado también 82 hornos (14 con una cabida de 100 toneladas y 50 el resto) en los que se realizaba una primera transformación del azufre mediante la utilización de carbón que se extraía de una zona próxima..
La IQZ había sido fundada a finales de 1899 por Tomás Castellanos y los ingenieros zaragozanos Rodríguez Ayuso y Julio Otero, procedentes de la boyante industria de la remolacha que había supuesto la formación de capitales a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y que decidieron la creación de la IQZ “para la fabricación de ácido tartárico y demás productos químicos que la sociedad acordase”. La idea era aprovechar las melazas residuales de la remolacha que mediante el tratamiento con ácido tartárico posibilitaba la producción de alcoholes industriales.
El crecimiento de IQZ en Libros, pionera en la producción de abonos desde su fundación, fue constante, pasando de un capital inicial de 1.250.000 ptas. a ampliarse a dos millones en 1906, a tres en 1908, a cinco en 1918 y a 20 en 1929. Según Luís Germán, en el capital inicial, Tomás Castellano Echenique participaba con un 36% que junto a una participación parecida del comerciante Antonio Navarro, alcanzaba el 64% del capital social
La IQZ también tuvo participación accionarial turolense a partir de la familia Torán, uno de cuyos miembros, Joaquín, formaba parte del Consejo de Administración de la sociedad, por lo menos en los primeros años en que se inició la explotación sistemática. En parte pudo deberse a que el suministro eléctrico de las minas correspondió al salto eléctrico que poseía esta potentada familia en Castielfabib junto al río Ebrón.
Si la riqueza principal de este yacimiento era el azufre, no fue de menos importancia la presencia entre los estratos mineros de la célebre rana de Libros, la “rana pueyoi”, a la que nos referiremos en la próxima entrega.