En una de nuestras anteriores entregas, al hablar del Destacamento Penal de Utrillas, informamos sobre la llegada de trabajadores forzosos a dicha localidad en marzo de 1938 que eran realmente presos políticos republicanos procedentes del campo de concentración de Miranda de Ebro, uno de los mayores de España en cuanto al número de prisioneros.
Pues bien, hoy nos retrotraemos en el tiempo y vamos a referirnos otro coto minero de la provincia que es el de Sierra Menera (Ojos Negros) en el que desde principios del siglo XX la Compañía Minera de Sierra Menera (CMSM) extraía toneladas de mineral de hierro para su exportación a Alemania e Inglaterra, principalmente, y también para su transformación en la siderurgia de Sagunto. Los industriales de Bilbao Ramón de la Sota y Eduardo Aznar habían fundado esta empresa y construyeron un ferrocarril de más de 200 km hasta el Mediterráneo para el transporte del mineral, pese a que ya existía el Central de Aragón con el que negociaron sin llegar a un acuerdo. Junto al yacimiento nació el Poblado Minero de Sierra Menera, integrado por las familias de los obreros que fueron llegando asentándose en torno a bocamina.
Entre ellos destacaremos a un grupo de más de 600 mineros procedentes de Almería que llegaron a Sierra Menera para trabajar en las minas en 1909 cuando la actividad de la explotación se encontraba a tope gracias a la inauguración del ferrocarril dos años antes lo que hizo que se incrementara notablemente la actividad extractiva. Estos arribaron libre y voluntariamente, pero se encontraron con algún “contratiempo”, tal como veremos.
Uno de los grandes problemas que arrastró históricamente la actividad extractiva en la provincia de Teruel hasta los inicios de la mecanización, fue la falta de mano de obra joven para trabajar en las minas ya que la debilidad demográfica de estas tierras era patente desde hacía décadas. Consecuentemente, para solucionar este mal endémico, había que "importar" trabajadores de otros lugares de España.
No solamente vinieron obreros de fuera, también hubo que reconvertir a los trabajadores de la tierra de los municipios próximos a bocamina en mineros, una actividad industrial en la que nunca habían trabajado y entre los cuales había un porcentaje considerable de jornaleros e ínfimos propietarios. Es así como surgieron los que el francés Jacques Valdour etiquetaba como campesinos-mineros que compaginaban ambas actividades: la agraria y la minera. Este fue un hecho constatable en las primeras décadas del siglo XX en todas las cuencas mineras turolenses: Escucha, Utrillas, Libros-Ríodeva, Sierra Menera... En este último caso encontramos campesinos-mineros de pueblos vecinos como Villar del Salz, Pozuel del Campo, Tordesilos, Peracense, Rodenas... que obligatoriamente tenían que andar desde sus casas algunas horas para llegar al tajo, a bocamina, bajo el frío, lluvia, nieve... y luego la vuelta.
Ahora bien, el empleo de esta mano de obra tenía un gran inconveniente: muchos de estos campesinos-mineros cuando llegaba el verano dejaban de trabajar en la mina para llevar a cabo la cosecha de cereales que venía a durar desde junio a septiembre. A veces se producía un pacto con las empresas (CMSM, MFU o IQZ) por el cual estas se beneficiaban en otros aspectos a cambio de estas concesiones a los trabajadores. Nada era gratuito.
Ante esta necesidad de mano de obra, en 1909 la CMSM recurrió a traer mineros de Almería con un contrato verbal que coincidía con los meses estivales. En la prensa de Almería (El Radical), en el mes de mayo, aparecía un anuncio en el que se comunicaba que se encontraba de paso en Almería capital un representante de la CMSM "con el objeto de recoger personal para trabajar en las citadas minas de Sierra Menera durante los meses de junio, julio, agosto y septiembre”. Todo el que quería conocer las condiciones de trabajo, debía ponerse en contacto con D. Fermín Giménez en Almería o con el representante en Lucairena de las Torres. La llamada para trabajar debió de surtir efecto entre otras razones porque en aquellos años era habitual que los obreros se desplazasen cientos de km con el fin de encontrar trabajo. Así que un par de semanas más tarde, más de 600 obreros con un contrato verbal salían del puerto de Almería en el vapor "Sestao" de la Compañía Sota y Aznar en dirección a Sagunto y desde allí con el tren minero de la Compañía se desplazaron hasta Sierra Menera.
¿Por qué los obreros procedían de Almería y no de otra provincia andaluza? Pues porque la CMSM ya explotaba desde las dos últimas décadas del siglo XIX unas minas de hierro en Sierra de Alhamilla en dicha provincia e incluso había construido un ferrocarril que llevaba el mineral hasta la costa mediterránea junto a Agua Amarga.
Al llegar a Sierra Menera, la mayoría de los mineros, por lo menos 462, se declararon en huelga porque las condiciones laborales no eran las convenidas al principio y decidieron regresar a sus tierras tras solicitar ayuda económica, mientras que cierto número de integrantes de la expedición, alrededor de 140, decidieron quedarse en el lugar aceptando las condiciones que les ofrecía la Compañía.
Las causas del descontento eran que, después de ofrecerles un jornal de 12 reales (tres pesetas) en Almería, el encargado de Sierra Menera les dijo que les pagarían 10 reales de jornal y dejarían los otros 2 en depósito para garantizar que cumplirían su estancia en el trabajo hasta septiembre. Como estas no eran las condiciones pactadas con el representante de la Compañía en Almería, surgió la protesta y la huelga posterior. La mayoría de los trabajadores consideraron desde aquel momento que se había roto el compromiso con la Compañía minera porque había incumplido el contrato verbal de forma unilateral y se dispusieron a entablar las reclamaciones a las que creían que tenían derecho.
Finalmente, tras nombrar una comisión, entraron en negociaciones llegando a un acuerdo por el cual la Compañía trasladaría a los mineros a Almería con sus medios de transporte cuando pudiera y entregaría 6 pesetas a cada uno de ellos para satisfacer sus necesidades alimenticias.
Concluía así el viaje de unos obreros cuyo único patrimonio era su fuerza y su trabajo frente a una patronal que no respetaba los acuerdos verbales, que no firmaba contratos escritos y que actuaba a su libre albedrío.