Jaurés Sánchez muestra una foto de su padre, que fue alcalde de Teruel unas semanas en 1938
Jaurés o la lucha por la dignidad y la memoria democrática
Fallece sin ver reconocida la figura de su padre, alcalde de Teruel en 1938
Acaba de fallecer Jaurés Sánchez Pérez (1928-2023), un turolense que se ha ido sin ver cumplido uno de sus sueños más deseados de toda su vida: dignificar la memoria de su padre, Ángel Sánchez Batea, con la colocación de una placa con su nombre y el de otros dos alcaldes de la II República en la entrada del edificio consistorial de Teruel.
Pese al negacionismo de algunos, el padre de Jaurés fue alcalde de la ciudad durante unas semanas a principios de 1938 en condiciones muy difíciles porque, entre otras cosas, fue uno de los encargados de la evacuación de la población civil de Teruel hacia Levante a partir del 8 de enero de 1938 tras la primera fase de la Batalla de Teruel.
El consistorio del PP, que acaba de cumplir su mandato de cuatro años, aprobó finalmente, gracias a la abstención del grupo de Ciudadanos, la colocación de la placa hace más de dos años y medio, pero nunca cumplió -lamentablemente- el acuerdo pese a la presión de diferentes grupos municipales en varias ocasiones.
El día de la aprobación del acuerdo Jaurés estuvo presente en el pleno municipal y confió en que en algún momento el Ayuntamiento -léase la alcaldesa- cambiaría de actitud y cumpliría lo acordado, pero no fue así. Con la soberbia y el autobombo del poder ostentado por PP-Vox, siempre había excusas: “ahora no toca”, “no es un asunto urgente”, “hay temas más prioritarios…”.
Al final, el asunto no era una cuestión de recuperación de memoria democrática, palabra que odian algunos y algunas, sino de dignidad, de humanidad. Y eso ha faltado.
Jaurés y su hermano Volney tuvieron una infancia y una juventud muy difíciles de llevar y que no hubiéramos deseado para ningunos de nosotros. En el momento de iniciarse la sublevación militar contra la II República el 18 de julio de 1936, ambos eran menores de edad ya que tenían 8 y 12 años respectivamente lo que les salvó seguramente de ser ejecutados tal como ellos han reconocido alguna vez.
No ocurrió lo mismo con su hermana Pilar, que era algo mayor que ellos pues contaba con 17 años y que fue fusilada en las primeras semanas tras la sublevación. Creemos que fue en septiembre cuando fue acusada de poseer un aparato de radio en su casa con el que le comunicaba a su padre noticias que ocurrían en la ciudad, argumento que nos parece disparatado del todo. Anteriormente, el 5 de agosto, había sido detenida la madre de los tres, María Pérez Maícas, y fusilada dos días más tarde en el lugar de los Pozos de Caudé.
Ángel, el padre de Jaurés y Volney, un labrador del Arrabal, era en esos momentos de julio de 1936 el dirigente socialista más importante de Teruel y consiguió escapar de la represión que se desató contra las personas defensoras del régimen republicano. Fueron a detenerlo, registraron la casa un par de veces y no lo localizaron porque se encontraba trabajando en el campo. Así que se ensañaron con la hermana, la madre y otros miembros de su familia de tal manera que, según declaraba Jaurés en una entrevista, “por la cárcel pasaron nueve personas de mi familia, primos, tíos… además de los que mataron”.
Al acabar la guerra en 1939, como otros republicanos, el padre de Jaurés fue detenido en Alicante, trasladado de cárcel en cárcel y finalmente fusilado en las tapias del cementerio de Torrero en Zaragoza a finales de mayo de 1943, coincidiendo con las fiestas de San Fernando por lo que esto días se acaban de cumplir los ochenta años de su ejecución. Jaurés pudo verlo en algunos momentos y guardaba unos emotivos recuerdos de estos contactos cuando pasó por la cárcel de Teruel.
A partir de aquí, ambos hermanos alcanzaron realmente el estado de orfandad total pues se encontraban sin padre, sin madre y sin una hermana mayor que podía haberles echado una mano. Se quedaron solos, sin familia. Fueron algunos de los parientes los que se hicieron cargo de ellos y los que los sacaron adelante.
En una posguerra marcada por el hambre y la represión, donde los derrotados fueron señalados y humillados por los vencedores, Jaurés y Volney fueron increpados e insultados en numerosas ocasiones en las calles de Teruel por otros vecinos acusándolos, entre otras cosas, de ser “hijos de un rojo”.
Ambos fueron llevados a casa de un familiar en el barrio de La Florida donde pasaron miedo sin atreverse a salir a la calle casi por temor a que fueran llevados a algún reformatorio.
Tras décadas de dificultades y privaciones, con la llegada de la democracia Jaurés se implicó en la política municipal, siendo elegido concejal por el PSOE, el partido de su vida siguiendo la estela de su padre, durante la legislatura 1983-1987. Junto a Pascual Noguera eran los militantes que enlazaron con aquel PSOE republicano de los años treinta.
Una de las acciones más destacadas de las que fueron los protagonistas y en la que participaron directamente los dos hermanos, incluso aportando el dinero de su bolsillo, fue la erección del monumento existente en los Pozos de Caudé como homenaje a los cientos de turolenses republicanos ejecutados en ese lugar.
Jaurés, luchador por la memoria democrática de aquellos turolenses cubiertos por una enorme manta de olvido y defensor de la recuperación de la dignidad humana de los represaliados por el Franquismo, que la tierra te sea leve, descansa en paz.
Pese al negacionismo de algunos, el padre de Jaurés fue alcalde de la ciudad durante unas semanas a principios de 1938 en condiciones muy difíciles porque, entre otras cosas, fue uno de los encargados de la evacuación de la población civil de Teruel hacia Levante a partir del 8 de enero de 1938 tras la primera fase de la Batalla de Teruel.
El consistorio del PP, que acaba de cumplir su mandato de cuatro años, aprobó finalmente, gracias a la abstención del grupo de Ciudadanos, la colocación de la placa hace más de dos años y medio, pero nunca cumplió -lamentablemente- el acuerdo pese a la presión de diferentes grupos municipales en varias ocasiones.
El día de la aprobación del acuerdo Jaurés estuvo presente en el pleno municipal y confió en que en algún momento el Ayuntamiento -léase la alcaldesa- cambiaría de actitud y cumpliría lo acordado, pero no fue así. Con la soberbia y el autobombo del poder ostentado por PP-Vox, siempre había excusas: “ahora no toca”, “no es un asunto urgente”, “hay temas más prioritarios…”.
Al final, el asunto no era una cuestión de recuperación de memoria democrática, palabra que odian algunos y algunas, sino de dignidad, de humanidad. Y eso ha faltado.
Jaurés y su hermano Volney tuvieron una infancia y una juventud muy difíciles de llevar y que no hubiéramos deseado para ningunos de nosotros. En el momento de iniciarse la sublevación militar contra la II República el 18 de julio de 1936, ambos eran menores de edad ya que tenían 8 y 12 años respectivamente lo que les salvó seguramente de ser ejecutados tal como ellos han reconocido alguna vez.
No ocurrió lo mismo con su hermana Pilar, que era algo mayor que ellos pues contaba con 17 años y que fue fusilada en las primeras semanas tras la sublevación. Creemos que fue en septiembre cuando fue acusada de poseer un aparato de radio en su casa con el que le comunicaba a su padre noticias que ocurrían en la ciudad, argumento que nos parece disparatado del todo. Anteriormente, el 5 de agosto, había sido detenida la madre de los tres, María Pérez Maícas, y fusilada dos días más tarde en el lugar de los Pozos de Caudé.
Ángel, el padre de Jaurés y Volney, un labrador del Arrabal, era en esos momentos de julio de 1936 el dirigente socialista más importante de Teruel y consiguió escapar de la represión que se desató contra las personas defensoras del régimen republicano. Fueron a detenerlo, registraron la casa un par de veces y no lo localizaron porque se encontraba trabajando en el campo. Así que se ensañaron con la hermana, la madre y otros miembros de su familia de tal manera que, según declaraba Jaurés en una entrevista, “por la cárcel pasaron nueve personas de mi familia, primos, tíos… además de los que mataron”.
Al acabar la guerra en 1939, como otros republicanos, el padre de Jaurés fue detenido en Alicante, trasladado de cárcel en cárcel y finalmente fusilado en las tapias del cementerio de Torrero en Zaragoza a finales de mayo de 1943, coincidiendo con las fiestas de San Fernando por lo que esto días se acaban de cumplir los ochenta años de su ejecución. Jaurés pudo verlo en algunos momentos y guardaba unos emotivos recuerdos de estos contactos cuando pasó por la cárcel de Teruel.
A partir de aquí, ambos hermanos alcanzaron realmente el estado de orfandad total pues se encontraban sin padre, sin madre y sin una hermana mayor que podía haberles echado una mano. Se quedaron solos, sin familia. Fueron algunos de los parientes los que se hicieron cargo de ellos y los que los sacaron adelante.
En una posguerra marcada por el hambre y la represión, donde los derrotados fueron señalados y humillados por los vencedores, Jaurés y Volney fueron increpados e insultados en numerosas ocasiones en las calles de Teruel por otros vecinos acusándolos, entre otras cosas, de ser “hijos de un rojo”.
Ambos fueron llevados a casa de un familiar en el barrio de La Florida donde pasaron miedo sin atreverse a salir a la calle casi por temor a que fueran llevados a algún reformatorio.
Tras décadas de dificultades y privaciones, con la llegada de la democracia Jaurés se implicó en la política municipal, siendo elegido concejal por el PSOE, el partido de su vida siguiendo la estela de su padre, durante la legislatura 1983-1987. Junto a Pascual Noguera eran los militantes que enlazaron con aquel PSOE republicano de los años treinta.
Una de las acciones más destacadas de las que fueron los protagonistas y en la que participaron directamente los dos hermanos, incluso aportando el dinero de su bolsillo, fue la erección del monumento existente en los Pozos de Caudé como homenaje a los cientos de turolenses republicanos ejecutados en ese lugar.
Jaurés, luchador por la memoria democrática de aquellos turolenses cubiertos por una enorme manta de olvido y defensor de la recuperación de la dignidad humana de los represaliados por el Franquismo, que la tierra te sea leve, descansa en paz.