

La habitación del miedo: vistiendo a un torero
Más que enfundarse el traje de luces, este es un ritual al que muy poca gente ha tenido accesoMárquez / Valencia
La tauromaquia es un conjunto de ritos dónde la magia, el miedo, incluso la muerte sobrevuelan en este espectáculo tan de verdad.
Decía el director de cine Agustín Díaz Yanes, que "rodar una película de toros es muy difícil, que no era creíble. Una cosa es rodar toros en vivo, pero recrearlo es muy complicado".
Al igual que el Pasmo de Triana, Juan Belmonte, que decía que la diferencia entre los toros y el teatro es que en los toros se muere de verdad.
Y qué razón tienen los dos, porque lo que se vive en los toros es de verdad, sin trampa ni cartón.

Hoy hemos querido contar alguna de las inquietudes que pasa un torero en una habitación de hotel: su soledad, sus miedos, sus inquietudes, su responsabilidad y aunque no lo digan, hasta la presencia de la muerte.
Nos dirigimos al Hotel Zenit Valencia, a un paso de la plaza de toros, junto a la estación de tren. Hace unos pocos minutos ha terminado la mascletá que todos los días hacen a las dos de la tarde muy cerca del hotel, en la plaza del Ayuntamiento. Es un ir y venir de personas, unos para coger el tren, otros para salir de la marabunta que hay, otros para tomarse algo en los bares que hay cerca.
Subimos por el ascensor y tocamos a la puerta de la habitación 601 y nos abre Vicente, el mozo de espadas. Nos encontramos al torero Juan Alberto Torrijos mirando por la ventana. Ha estado lloviendo toda la mañana y la previsión es que lo haga durante todo el día. Es una lluvia fina, casi ni se nota, si no es por la brillantez de la calzada de la calle que denota que está mojada.
No le gusta la aparición de una suave brisa que se ha levantado. La lluvia la pueden soportar los toreros, pero el viento es el enemigo público número uno para los que se ponen delante.
En estos momentos previos a vestirse de luces, los minutos se convierten en horas. De vez en cuando, entran algunos amigos para desearle suerte y el torero por algunos momentos cambia el semblante y parece relajarse, pero es solo una ilusión, la procesión va por dentro.

Falta poco para las tres y media y el torero se va hacia la ducha. Cierra la puerta. Al momento se oye de fondo música de flamenco. Cada uno afronta el miedo como quiere, o puede.
Sólo, en su mundo, mientras se afeita, sueña con la faena perfecta, con un triunfo grande para hacerse con un nombre en el mundo del toro.
¡Es la hora, torero!, le dice su mozo de espadas que le espera junto a la silla del traje de luces. Un terno buganvilla y oro, el mismo con el que debutó en su pueblo, Algemesí, allá por septiembre del año pasado.
El vestirse de torero es un ritual: todo se hace despacio, con tranquilidad, cadencioso, espiritual, majestuoso.
Ya no hay casi palabras, solo miradas. Esas miradas que con tan poco, dicen tanto.
Mientras, Sevi, capta con su cámara, estos momentos de responsabilidad, de inquietud, esas miradas y también, cómo no, el miedo. Esta vez, las palabras sobran y las imágenes valen más que mil palabras.
