Muchos de nosotros empezamos a percibir el verano después de la Vaquilla. Es el momento del descanso, los viajes de placer y, por supuesto, los pueblos y sus festejos. Quien más, quien menos, se da alguna vuelta por las verbenas de su pueblo y alrededores, el lugar ideal para el reencuentro de los hijos pródigos que regresan solo para cumplir con la familia y darse un respiro del mundanal ruido.
Hace algunas semanas comentaba la creatividad de los municipios de la provincia para atraer público variado y crear algo de economía. No es menor el esfuerzo de las comisiones de fiestas para conseguir lo mismo y complacer tanto a vecinos como a foráneos. Verbenas, jotas, teatros, revistas y tributos, además de los consabidos toros o vaquillas, se convierten en el paisaje habitual de nuestras noches estivales.
En esta España tan despoblada en la que nos ha tocado vivir, aunque en verano se produzca el espejismo de que las casas se vuelven a llenar, ya que sabemos que cada vez menos, es muy complicado llenar la plaza con un espectáculo, a no ser que contratemos a Leticia Sabater o este año a Isabel Aaiún. Por eso desde aquí me gustaría rendir homenaje a todos esos músicos, vedettes, magos, joteros, cantantes, bailarines y técnicos que se dejan la piel encima de un escenario a lo largo y ancho de un mapa que tiene más kilómetros que personas, por muy poco dinero y muchas veces para entretener a media docena de paisanos que se han dejado caer allí más por la barra que por el baile.
Tengo grandes recuerdos de las verbenas de mi pueblo, nunca tantas veces se me hizo de día entre risas y saltos. Daba igual que sonara Manolo Escobar, Leño o El Canto del Loco, si no fuera por esos profesionales que lo dan todo subidos a las tablas, nuestra juventud habría sido mucho más aburrida. Ojalá nunca dejemos de disfrutar de esos acontecimientos indispensables de nuestros veranos, donde casi todas las caras son conocidas y el sentimiento de pertenencia arraiga como en ningún otro sitio.
Si no tienen pueblo, busquen uno. Ya verán como repiten.
Hace algunas semanas comentaba la creatividad de los municipios de la provincia para atraer público variado y crear algo de economía. No es menor el esfuerzo de las comisiones de fiestas para conseguir lo mismo y complacer tanto a vecinos como a foráneos. Verbenas, jotas, teatros, revistas y tributos, además de los consabidos toros o vaquillas, se convierten en el paisaje habitual de nuestras noches estivales.
En esta España tan despoblada en la que nos ha tocado vivir, aunque en verano se produzca el espejismo de que las casas se vuelven a llenar, ya que sabemos que cada vez menos, es muy complicado llenar la plaza con un espectáculo, a no ser que contratemos a Leticia Sabater o este año a Isabel Aaiún. Por eso desde aquí me gustaría rendir homenaje a todos esos músicos, vedettes, magos, joteros, cantantes, bailarines y técnicos que se dejan la piel encima de un escenario a lo largo y ancho de un mapa que tiene más kilómetros que personas, por muy poco dinero y muchas veces para entretener a media docena de paisanos que se han dejado caer allí más por la barra que por el baile.
Tengo grandes recuerdos de las verbenas de mi pueblo, nunca tantas veces se me hizo de día entre risas y saltos. Daba igual que sonara Manolo Escobar, Leño o El Canto del Loco, si no fuera por esos profesionales que lo dan todo subidos a las tablas, nuestra juventud habría sido mucho más aburrida. Ojalá nunca dejemos de disfrutar de esos acontecimientos indispensables de nuestros veranos, donde casi todas las caras son conocidas y el sentimiento de pertenencia arraiga como en ningún otro sitio.
Si no tienen pueblo, busquen uno. Ya verán como repiten.