Cuando leímos sobre el primer pinchazo en una discoteca nadie se inmutó. Nadie se inmutó porque en una agresión machista siempre queda la duda de qué habría hecho la mujer -la víctima- antes de haber sufrido ese incidente. Aunque la sospecha de que se trataba de otro ataque del género masculino sobre el femenino estaba presente, antes, por supuesto, era necesario preguntarse si la víctima no había consumido sustancias extrañas por sí misma o, cómo no, antes de acusar a un hombre, siempre parece que es mejor opción apuntar a la víctima para cerciorarnos de que no miente.
Al cabo de los días, la sumisión química por pinchazos se convirtió en un tema recurrente en los telediarios y, al parecer, que las denuncias se cuenten por decenas es el umbral para considerar que una mujer no está loca y, podría ser, que lo que haya denunciado sea verdad.
A partir de ahí, no tardaron en llegar las “bienintencionadas” advertencias sobre las mujeres. Que si “ten cuidado cuando salgas”, “estate atenta a quién está a tu alrededor”, “mejor si no hablas con desconocidos''. Frases que, una vez más, demuestran que todavía se sigue señalando con el dedo a las mujeres en vez de a los hombres.
En vez de poner el foco en la mujer, señalemos la necesidad imperante de educar a los hombres a respetar a las mujeres, de no lanzar piropos cuando no son necesarios, de no perseguir a nadie por la calle. Enseñémosles el problema de que las mujeres tienen miedo de salir a la calle por si les atacan y que no todos los hombres agreden, pero que los que agreden a las mujeres, todos son hombres.
Hablemos de la necesidad de que en las discotecas haya protocolos contra los pinchazos y que esas medidas incluyan señalar a un hombre como un agresor machista si se ve ejerciendo la sumisión química. Recordemos que, cada 8 de marzo, las mujeres gritan que la violencia machista no es solo un problema de la mujer que la sufre, sino que es un problema social que nos afecta a todos y que el peso de la resolución del problema no puede caer sobre la víctima.