En la última semana, todas las redes sociales que frecuento se llenaron de música. Spotify, la plataforma online que ha conseguido erigirse como referencia en la escucha online de canciones y podcasts, ha instaurado por estas fechas una curiosa tradición. Desde hace ya unos años, la aplicación muestra a sus usuarios a comienzos de diciembre un pormenorizado resumen de sus hábitos de consumo musicales: qué artistas escuchan más, cuál ha sido esa canción que han acabado aborreciendo tras infinitas escuchas diarias, cuáles son sus géneros predilectos…
Inmediatamente después de verse reflejados en su particular espejo musical, muchos corren a sus respectivos perfiles de Twitter, Instagram y similares a compartir este resumen anual con sus seguidores. Así, tratan de convencer al mundo de que es imperiosamente necesario saber que igual que escuchan lo último de Bad Bunny, también le pegan a U2 y a alguna canción de Compay Segundo. Que ellos andan cultivados en esto de la música y sus eclécticos gustos merecen reconocimiento. No hay nada de malo, per se, en esta necesidad de compartir, pues, en cierto modo, la música se presta a ello. Sin embargo, esta proliferación de autorretratos musicales reflejan con viveza algunas nuevas dinámicas de este mundo en el que vivimos.
La más clara y notoria es esa irrefrenable necesidad de convertir todo lo que consumimos en un distintivo, en poco más que una reluciente chapa que lucir orgullosos en el pecho. Esto no es, en absoluto, algo nuevo, pero sí una incómoda costumbre que ha fagocitado a todo lo demás tras la instauración de las redes sociales.
Ya no parece tan importante escuchar una canción, leer un libro o ver una película, sino dejar constancia pública de que así lo hiciste. No importa que te guste, lo primordial es que a los demás les encante el hecho de que a ti te gustó. Sobre estas cuestiones escuché reflexionar a Facundo Cabral lo siguiente: “De tanto andar conmigo me gusta lo que me pasa. Me pasan cosas como estas, aunque no tenga importancia andar contándole a todos todas las cosas que pasan. Porque uno no vive solo y lo que a uno le pasa le está sucediendo al mundo, única razón y causa”. Reconozco, no sin pudor, que esta frase la he sacado de una de mis canciones del año en Spotify.