Casi una semana de confinamiento (algunos llevamos más) y, de momento, no lo llevamos tan mal. Es difícil cambiar nuestras rutinas, no saber cuándo volveremos a la normalidad, la sobreinformación nos genera un estado de ansiedad continuado… pero seguimos en la lucha, confiando en que todo esto acabará.
Cuando las cosas empezaron a ponerse complicadas, todos nos preocupamos por los niños, creíamos que no iban a entender nada y que les iba a costar mucho adaptarse a las nuevas circunstancias. Sin embargo, a día de hoy, estoy convencida de que son ellos los que nos están dando la fuerza para superar esta dura prueba.
En mi casa no hay pequeños, pero a través de las redes sociales me llegan las formas y maneras de pasar el tiempo que tienen los hijos de mis amigos y familiares, y de aquellos cuyos videos se han hecho virales. Y estoy emocionada con la capacidad de adaptación que tienen.
Cumplen con su obligación de seguir estudiando con el convencimiento de que si lo hacen bien, pronto volverán al colegio. Comprenden que no corren tanto peligro como los mayores, pero que, a pesar de todo, no es tiempo de parques, patines o bicis. Hacen manualidades y dibujos para animarnos a todos desde sus balcones, ayudándonos a recordar el mantra "Todo va a salir bien". Inventan juegos para escapar de una amenaza más invisible que los monstruos de sus armarios. Y nunca dejan de sonreír.
Sé que en ocasiones es complicado mantener la cordura con ellos siempre en casa, pero el esfuerzo que padres e hijos están haciendo para sobrellevar esta situación no deja de maravillarme. Niños jugando a la luneta o rayuela en sus balcones, grabando cortos de ficción con sus padres, haciendo deporte por los pasillos, fabricando objetos imposibles para hacer más divertida su casa…
Quién sabe, quizá todo esto nos traiga también cosas buenas. El miedo es normal, pero si aprendemos de la capacidad del resiliencia de los niños del presente, estoy casi convencida de que nos espera un futuro mucho mejor.