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Miedo Miedo
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Javier Lizaga

Sufren más los que esperan o los que nunca han esperado a nadie? Así 74 capítulos, y cinco y seis en cada uno. Tiene Neruda un libro entero con cuestiones que aun esperan respuesta. Y me tranquiliza porque así me quita las ganas de hacer el idiota y escribir otro a mí. Los que hacemos muchas preguntas, los que nos defendemos con ellas, nos hemos acostumbrado a vivir con ellas, meterlas en el bolsillo y cuidarlas como a una maceta de geranios. ¿Cuándo acabará todo esto? ¿Cómo estaremos en una semana? O simplemente, ¿cómo recordaremos todo esto?

Reconozco que esta última es una pregunta que me inquieta. ¿Qué marca nos dejará todo esto en el corazón? Leo periódicos viejos con la extrañeza que afrontas una novela de Saramago. Tanta alegoría que uno tiene que repetirse que es verdad, que el mundo entero mira más emocionado a una ventana que a un televisor. Me pregunto si nos quedará esa sensación, la de los días interminables cuya suma es igual a cero. Días que se parecen como gotas de aguas. Así describía Marcos Ana su sensación en la cárcel, donde estuvo 23 años. Dos de ellos esperando que le llamaran una madrugada para fusilarlo. 

Me pregunto si serán las manos despellejándose, el tacto de esparto lo que nos quedará. Llevas las manos peor que en un confinamiento diremos cuando seamos viejos. Si nos quedarán las manías o las confesiones antes de dormir, vencido otro día, otra victoria, sea un día más sin el puto virus o uno más con él. Todos señuelos del miedo. “Nunca fue Europa más fuerte, rica y hermosa”, se lamentaba Stefan Zweig cuando relata el optimismo de los jóvenes en 1901 y “en todo se notaba cómo la riqueza se propagaba”, “nos parecía vislumbrar una nueva aurora y  era el resplandor del incendio mundial que se acercaba”.

Habría algo todavía peor, que pasemos todo esto y después sigamos como si tal cual. Sin querer recordar nada, pensando a dónde iremos el fin de semana o quien recoge mañana a los niños. Porque, al menos, de cada naufragio, hay que recordar cómo nos salvamos. Ahí están los límites del miedo, en la dignidad y la conciencia de cada uno, decía Marcos Ana están los límites del miedo. Y es que también me pregunto cómo recordarán todo esto mis hijos. Y sólo espero que dentro de unos años, riamos, como los que no tienen miedo, y entonces nos pase a todos por la cabeza una sensación: fueron unos días de mierda, pero cómo nos quisimos.