Desde mi despacho del nuevo edificio de Filosofía y Letras veo un jardín vertical. ¿Baja o sube, va al océano o va la nube? Eso es lo que diría Machado. Aquí paso las horas pensando en las asignaturas que tengo que impartir y en todo lo que quiero contar a mis alumnos. Son muchas cosas y el tiempo es reducido. Esa es la constante de los docentes. En una de las asignaturas tengo que hablar sobre las lenguas de nuestra comunidad y eso que se denomina Filología Aragonesa. Pienso en el inmenso trabajo que se ha hecho desde la ya extinta Dirección General de Política Lingüística representada por el incansable Nacho López Susín y, entre otras cosas, en los premios literarios que reconocían a los autores que escribían en aragonés y en catalán. Esto me ha hecho pensar en los ya desaparecidos Ángel Crespo, Jesús Moncada, Desideri Lombarte y en Ánchel Conte. También he pensado en Héctor Moret, Luis Rajadel y Artur Quintana y en las importantes obras que han realizado. También he pensado en las colecciones estupendas en otras lenguas del IET, de las que aguardo muchos tesoros en los próximos años.
Pienso en las lenguas y les cuento a mis alumnos que estas están para entenderse no para separarnos, que la razón de la existencia de las mismas no es otra que hacer que los individuos podamos comunicarnos. Me gusta esta provincia nuestra en la que se hablan diferentes idiomas y esto se hace con una naturalidad asombrosa. También me gusta que seamos plurales y generosos y entendamos la necesaria llegada de individuos que vienen de otros lugares del mundo. Nuestra despoblación invita a que aquellos que quieran venir lo hagan sin temor y puedan encontrar trabajos y hogares con facilidad.
Nuestras escuelas rurales son buena muestra de lo que digo, allí conviven nuestros jóvenes turolenses con esos jóvenes de todas las partes del mundo que acaban de llegar y pronto serán ya nuevos turolenses perfectamente integrados.
Hace muchos años, ya demasiados, cuando viajé a Londres por primera vez me fascinó su interculturalidad del mismo modo que quedé prendado por la de París o Nueva York unos años más tarde. Me gusta el mundo así, me gusta plural y mestizo. Me gusta pensar que este es un lugar en el que todos podemos expresarnos en igualdad de condiciones, como dice Alfredo Saldaña desde su teoría de la utopía posible. Me gusta la literatura que viene desde cualquier otro lugar del mundo y disfruto mucho con las traducciones excelentes que nos ofrecen cada vez más editoriales. Disfruto mucho con las series que veo en versión original subtitulada desde las plataformas que ahora tenemos al alcance de nuestro mando y nuestros bolsillos. Acabo de terminar de ver Fauda, una producción hebrea que narra los acontecimientos y la conflictiva convivencia que se da en la franja de Gaza entre judíos y palestinos. El punto de vista está muy claro, pero me ha interesado mucho ver una producción así, en la que las lenguas se entremezclan y ofrecen la posibilidad de aprender tanto.
He pensado también en Babel, la peli de Iñárritu con guión de Guillermos Arriaga que cierra su trilogía compuesta por otras dos obras maestras, Amores perros y 21 gramos. La primera vez que vi Babel lo hice en una versión doblada al español y no entendí absolutamente nada del conflicto que ahí se plantea sobre la imposibilidad de comunicarse en un mundo hostil. Ahora, que la he podido ver unas cuantas veces en su versión original subtitulada al español, eso sí, la he disfrutado y sufrido en partes iguales al comprender que algunos de esos conflictos permanecen.
Quiero vivir en un mundo en el que todos podamos hablar y vivir en libertad, sea cual sea nuestra lengua y nuestras costumbres. Eso en nuestra provincia se da constantemente y es un ejemplo para los demás de convivencia y respeto. Aquí está Babel, aquí está ese lugar del mundo moderno e integrador.