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Elena Gómez

Cumplo años en verano, por lo que mi unidad temporal de referencia siempre ha sido el curso escolar. En estos días recuerdo aquel último en el Instituto, con mis florecientes 17 años, como uno de los más intensos de mi vida. No fue el mejor, ni mucho menos. Fueron días de estrés preuniversitario, de pérdida de amistades que parecían eternas y de desengaños amorosos que marcaron las primeras cicatrices en este alma herida. Los mejores años vinieron después: la madurez y la experiencia mezcladas con una libertad recién estrenada, las relaciones personales asentadas que duran hasta hoy y la lucha por forjarme un futuro. Todo ello fue determinante y siempre tendrá un puesto de honor en el ranking de mis memorias.

Pero volviendo a aquellos 17 años, en plena efervescencia de la Ruta del Bacalao, con la muerte de las niñas de Alcàsser acechando a través de nuestros televisores y esa cercanía al primer voto electoral, nos parecía que ya sabíamos todo de la vida y todavía no nos habíamos enterado de que esta se nos iba a merendar en dos bocados. Me acuerdo de una conversación con una amiga en la que nos preguntábamos por qué nos seguían dando charlas sobre drogas, si ya estábamos de vuelta de todo. ¡Qué inocentes! Aún no habíamos perdido a nadie por culpa de las adicciones…

Llevamos viviendo ya dos veranos muy extraños y pienso en esos jóvenes a los que estamos demonizando por irresponsables ante una situación que nos es desconocida a todos. No los justifico, de hecho, soy de las que más se enfadan cuando ve imágenes del descontrol adolescente. Pero siempre procuro mirar más allá, y veo también a cientos de jóvenes deseando vacunarse para proteger a los suyos, llevando mascarilla incluso dentro de sus burbujas y buscando un ocio alternativo que no acabe con sus ganas de vivir.

Creo con firmeza que hay futuro, que esta experiencia tan dura forjará a los adultos del mañana y que ellos mismos serán capaces de sacar los colores a los que hemos tomado decisiones equivocadas en un escenario tan complicado y novedoso. Necesito creer en ellos porque yo también cometí errores a su edad y hoy, en plena madurez, siempre me parece estar en posesión de la verdad. Y quizá sigo equivocada.