Para los que andan por el monte eres una estrella polar, la atalaya que les sitúa cuando se despistan. Los que trabajaron durante años en tus tripas hoy se sienten ciegos: te miran, pero ya no te ven.
Los que vivimos fuera de Andorra te buscamos al dejar atrás cada curva. Siempre apareces al fondo, sobresaliendo entre las nubes.
Aún quedan kilómetros, pero el simple hecho de verte nos devuelve ese olor que uno solo es capaz de sentir cuando empuja la puerta de casa. ¿Qué brújula nos marcará el camino de vuelta ahora?
Desconozco si estoy a las puertas de un final o a las de un comienzo. En algún sitio leí que no es la seguridad de que algo va a salir bien, sino el convencimiento de que, aunque no sea así, habrá tenido sentido. Pero ¿por qué han acabado así contigo?
Veo tu derrumbe en diferido porque ayer decidí insonorizarme de la actualidad. Escuché que caíste de lado, como un árbol cuando lo talan.
Esta vez, los que te han hecho desaparecer se han ahorrado el teatrillo que hicieron cuando tiraron abajo las torres de refrigeración. Entonces lo celebraron a lo grande, con canapés y todo, sin saber el rapapolvo que les esperaba. Porque la autoridad la tienen, pero el respeto del pueblo no se impone: se gana.
Nunca conocí a Joan Didion, pero hace años compré un libro, El año del pensamiento mágico, donde se habla de la enfermedad y de la muerte. La autora reflexiona sobre que, a veces, el mundo entero te parece que está hueco, como vacío, cuando alguien se muere.
Contigo nos pasa algo parecido. Cuando su marido se fue, ella no fue capaz de tirar sus zapatos… por si volvía algún día.
Desde que te apagaron definitivamente, he preguntado a un montón de vecinos qué harían contigo si hubiesen podido elegir entre demolerte o dejarte ahí, muerta pero embalsamada, como un símbolo de nuestra historia más reciente.
Todos preferían que te quedases para presumir de ti como lo hacemos del labrador y del minero de la plaza del Regallo. Llevabas tiempo esperando la ejecución, pero teníamos la esperanza de que te llegara el indulto en el último segundo.
Como la energía está por las nubes, confiábamos en que una fuerza divina evitase tu caída. Por si algún día necesitábamos de nuevo carbón y te resucitaban.
Trabajaste de noche y de día, de lunes a domingo, en agosto y en diciembre, en los ochenta y en los dos mil. Estabas acostumbrada a la crudeza del clima y del terreno, y caíste por una decisión puramente política. Te han arrancado de nuestra tierra, como un triste frutal al que se le han secado las raíces. Te han tirado a la basura, como arrastramos los muebles que no nos sirven hasta el punto limpio.
Te han borrado de nuestro mapa, y a rey muerto... Pues eso, que pronto ocuparán el espacio que dejas con un montón de placas solares. Energías limpias. Ahora pintan el futuro en verde y nos dicen que nos vamos a empachar de tanto trabajo. ¡Hasta seis mil empleos! La realidad es que vamos a pasar el hambre que pasaría cualquiera que se alimenta de borrajas el resto de su vida. Que se las pongan en el plato ellos, a ver si hacen la digestión mejor que nosotros.
Si algo aprendimos en Andorra es a ser agradecidos. Estos días, tus feligreses han peregrinado hasta ti para despedirte como se despide a los más grandes. Los explosivos te han eliminado de este mundo, pero no podrán borrarte jamás de nuestra retina.
Tú no eres una persona, pero para nosotros, los andorranos; para el Bajo Aragón y para la provincia de Teruel eres algo más que un ser vivo. Y hablo en presente porque me resisto a referirme a ti en pasado. Eres nuestro faro, nuestra antorcha, nuestra luz.
No te has ido, te han matado. Y nos has dejado solos, vacíos, ciegos. Nos hemos quedado huérfanos.