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Elvis Elvis
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Javier Lizaga

Anoche se me voló el maldito tendedero portátil. ¿Saben ustedes el drama? El ridículo de un tipo en pijama a oscuras en la terraza, medio dormido después de haber visto una serie (para ser buen ciudadano) y peleándose contra los elementos (el viento). En ese momento me vi balbuceando: “No es justo”. Y me empecé a partir de risa, nada como descubrirse a uno mismo siendo un gilipollas. 

Para situarnos: llevo varios días, a contracorriente, tratando de sacar adelante la idea de que estamos de puta madre. Piensen, por ejemplo, en que hemos dejado de sentir el calor en las pestañas de la peña con halitosis crónica, incluso en el otro lado de la ley, algún eructillo hemos dejado escapar debajo de esas FFP2. Por otra parte, estamos ahorrando de la hostia, aunque todavía no sepa para qué. Ya no tenemos que buscar planes de fin de semana para sorprender y lo más coñazo es soportar la lista de libros que se leen los solteros. Pero solo hace falta mencionar la palabra discoteca para hundirlos. 

Borges argumentaba citando a un prosista chino que el unicornio de lo anómalo que es ha de pasar inadvertido. Nuestros ojos, apostilla, ven lo que están acostumbrados a ver. En mi casa empezamos a sospechar que el programador del canal Disney, diana de nuestras iras, ajusta la escaleta del Telediario, ambos canales repiten y repiten. Mola ver cómo conocemos la última gilipollez del grupo de música que lo peta en redes (unos putos desconocidos y fracasados) y que ahora tocan en videollamada. A la vez pasamos de puntillas por el hecho de que unos presos lideren mítines en Cataluña, se llenen hoteles de inmigrantes o simplemente de la contradicción entre depender del turismo y que, oh surprise, el cierre de fronteras haya sido el mejor remedio contra el virus en China o Australia. Unicornios y de colores.

Nadie ha causado tanto impacto en la cultura popular como Elvis, explica Jose Luis Pardo. Era la sexualidad, el americano perfecto, el mohín desdeñoso. En realidad, Elvis no era nada de esto sino un tipo normal neurótico e hinchado de barbitúricos. Pero todos lo veían como ese símbolo perfecto. La unanimidad hace verdadero lo falso. Por eso, aunque lo repitamos mucho, ni estas semanas fotocopiadas, ni este aire de domingo-lunes perpetuo, ni los putos confinamientos (asquerosos) son el fin del mundo.