Seis horas pueden pasar ante ti casi inadvertidas, en un suspiro. También pueden estancarse en tus morros y formar un abundante lodazal de aburrimiento. Depende, como en casi todo, del contexto. El de este pasado lunes estuvo marcado por la caída de Facebook, Instagram y Whatsapp durante, precisamente, seis horas. Un lapso larguísimo, casi interminable, para muchos. Un inesperado alivio, balsámico incluso, para algunos. Un día más, “ni me enteré”, para tantos otros. Para mí, ubicado entre aquellos que vivieron este inesperado apagón en tiempo real (y, por ende, usuarios más activos de estas plataformas) fueron seis horas de forzada, quizás necesaria, reflexión.
Acostumbrado a caídas similares que anteriormente habían sido resueltas en apenas un instante, ante el pasar de los minutos y la ausencia de mejoría empecé a jugar, deduzco no en solitario, a imaginar qué sería del mundo si todas estas plataformas desapareciesen de un día para otro. Volveríamos a la vida que teníamos quince o veinte años atrás, me dije. Pero, de golpe, quince o veinte años me pareció lejísimos. No tanto por la distancia temporal, sino por las abismales diferencias de nuestra vida actual con la de aquel entonces. Ese es el mayor ejemplo de la importancia que estas plataformas, de manera sibilina, han ganado en nuestras vidas. Somos dependientes de ellas hasta el punto de descubrirnos incapaces de imaginar una vida sin su compañía, de recordar nuestro pasado y que nos llegue a resultar ajeno. Esta dependencia se ha desarrollado de manera silenciosa porque a lo bueno se acostumbra uno sin hacer preguntas, pues estoy convencido de que nuestra vida ha mejorado en muchos aspectos con ellas. Se trata de una dependencia, no obstante, potencialmente peligrosa (como todas) porque las preguntas por sus riesgos llegaron tras su más que consolidado asentamiento en nuestras vidas. ¿Cómo las consumimos de manera responsable? ¿Qué efecto tiene en los menores? ¿Cómo afectan a la opinión pública? Peligrosa, también, por estar en manos de tres o cuatro compañías elefantiásicas que no responden ante nada y ante casi nadie, y que tienen en sus manos el destino de unas plataformas ahora ya tan fundamentales para nuestra vida social, personal y laboral. Aunque a nadie se le hicieron tan largas esas seis horas como al CEO de Facebook Mark Zuckerberg.
Él sí depende plenamente de nosotros.