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Campeona Campeona
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Elena Gómez

Esta columna la iba a escribir el 20 marzo, pero las circunstancias nos obligaron a todos a cambiar la perspectiva. Esta semana nuestro director, con buen criterio, lanzó un reto a todos los columnistas: volver a la normalidad y escribir sobre algo que no tuviera que ver con lo acontecido en los últimos meses. Y como somos muy competitivos, nos ha dado por hablar de justas y lides.

A mí me gusta mucho el deporte, pero solo verlo. Nunca se me ha pasado por la cabeza practicar ninguno. Tirando de recuerdos, mi máximo logro en este mundo fue sacar sobresaliente en la teoría de educación física durante el bachillerato. Tuve un profesor que decidió que esos conocimientos me serían útiles para toda la vida. Y sí, cuando voy a ver un partido de voleibol, me sé el reglamento mejor que los árbitros…

Siempre me han molestado los estereotipos. Parece que las personas con discapacidad solo podemos ser ejemplos de superación si nos convertimos en deportistas. Y no digo que no sea algo digno de mención, tenemos representantes paralímpicos en España muy dignos de ser laureados como los más grandes y que tienen toda mi admiración. Pero no por su condición, sino por ser grandes deportistas.

Todos los que vivimos con una circunstancia similar tenemos más dificultades para realizar cualquier tipo de actividad. El hecho de levantarnos cada día y hacer actividades de cualquier índole, supone un gasto de energía que a veces roza lo heroico. Estudiar, trabajar, tener familia… son grandes logros que ponen a prueba nuestro espíritu de superación. ¿Somos admirables por ello? En mi opinión no, pero tenemos el mismo valor que aquellos que terminan maratones en silla de ruedas.

Además, muchos practicamos deporte de riesgo cuando salimos a la calle. Barranquismo de calles, puenting de aceras, rafting en pasos de cebra, parapente en elevadores o slalom en mobiliario urbano, son algunas de las disciplinas en las que soy experta.

Así que, lo siento mucho compañeros, gano yo… soy y fui campeona de la vida.