El verano está muy bien hasta que, como cada año, llega el calor y lo estropea todo. Soy de esos que se ven superados por estos bochornosos meses. Sean Kelvin, Fahrenheit o Celsius, mi angustia crece de la mano con cada grado que va subiendo al termómetro según avanza el calendario. A quién vamos a engañar, un turolense nace mejor equipado para combatir el frío que los sudores, para mejor lucir unos guantes que el abanico.
He de reconocer que, por el momento, yo tampoco he hecho demasiado para evitar esta anunciada derrota en mi anual combate contra el calor. Viviendo en un piso en el que todo lo que vaya más allá del colchón es un extra, todavía no cuento en mi equipo con un aire acondicionado en condiciones.
En realidad, un ventilador es toda la ayuda con la que cuento. Teniendo en cuenta las temperaturas actuales es como si me mandaran al desembarco de Normandía con un palo con un clavo en lo alto. Una batalla perdida.
Sin embargo, también hay que aclarar que da igual cómo lo intentes combatir, el calor es un enemigo vil y traidor. Primero porque llega con una completa falta de honestidad. “Se acerca una ola de calor”, avisa siempre Roberto Brasero, eufórico en estas fechas por la llegada de la particular Champions League de los meteorólogos, mucho más estimulante que la monótona temporada de anticiclones y borrascas.
Y tú, que al escuchar ola habías visto la playa, vuelves a sentirte engañado por el Antonio Lobato de los hombres del tiempo.
Además de deshonestos, los bochornos veraniegos también juegan sucio. Te atacan en lo más bajo: el sueño y la higiene. Ese momento en el que abres tus ventanas para intentar que entre el aire por la noche. Pero solo entran las fanfarrias del Grand Prix que está viendo el vecino a todo trapo. Escuchas a Ramón García y desearías que te abanicase con su capa. Después te acuerdas de que el programa dejó de emitirse hace diez años.
Detectas una notable falta de oxígeno en tu cerebro por la falta de sueño. Suena el despertador y te duchas, aunque total para qué si al secarte ya estás sudando. Y entonces piensas que el verano está muy bien, hasta que llega el calor.