Que el cine y la literatura es lo mío, ha quedado ya patente en varias ocasiones. Por eso, gracias a todas esas ventanitas que voy abriendo poco a poco, este año he tenido la ocasión de participar por primera vez en la revista Cabiria. Esta colaboración ha supuesto para mí un paso de gigante, ya que aún no me considero a la altura de aquellos con los que ahora comparto páginas. Si la felicidad se midiera en las oportunidades de hacer lo que más te gusta, en este momento estaría muy cerca de la dicha absoluta.
Cabiria, patrocinada en su totalidad por el Cine Maravillas, es la única revista sobre cine que se edita en Aragón. Es un trabajo artesano y de calidad en el que todos los que participamos ponemos mucho tiempo, esfuerzo y cariño. El resultado final termina siendo excelente, sin nada que envidiar a otras publicaciones culturales parecidas. Sin embargo, no recibe ningún tipo de apoyo institucional o económico, y eso hace que tenga poca proyección hacia el público en general.
Me resulta sorprendente que en pleno siglo XXI y en una sociedad tan avanzada como la nuestra, la cultura tenga que seguir mendigando a sus mecenas. Nos hemos acostumbrado a pensar que los que producimos arte, en cualquiera de sus formas, no podemos (ni debemos) vivir de esto. Continuamente se nos proponen proyectos y colaboraciones, o nos embarcamos en la aventura de enseñar al mundo lo que sabemos hacer, pero casi siempre presuponiendo que esto es un mero entretenimiento.
No es que yo pretenda lucrarme con lo que escribo, no tengo el ego tan alto. Pero me parece inaudito que la excelencia que rebosa Cabiria se pague con nada, excepto la satisfacción del trabajo bien hecho y de estar contribuyendo a que no se pierda el amor por el séptimo arte.
Al menos otras iniciativas maravillosas, como el Desafío Buñuel o Teruel Punto Photo están saliendo adelante con una buena promoción y grandes resultados. Voy a pensar que no está todo perdido y todavía queda esperanza para los últimos románticos.