Por Chema López Juderías
¿No se arrepiente de lo que ha hecho? -preguntó la periodista mientras echaba una mirada rápida a la grabadora que había dejado encima de la mesa para comprobar que estaba en marcha.
-No- contestó el entrevistado de forma contundente.
El lugar se llenó de un silencio incómodo y periodista y entrevistado sostuvieron la mirada.
-¿A pesar de todo lo que pasó? -insistió la reportera.
-Lo que pasó es que había un problema y ya no existe -respondió el hombre-. Me dijeron que me ocupara y yo hice bien mi trabajo. Fin de la historia.
-Pero…
El entrevistado interrumpió a la periodista impidiéndole completar la pregunta.
-Mire, señorita - le dijo de forma condescendiente-. A usted le parecerá bien o mal, pero ya está hecho y está hecho de forma muy eficaz.
-¿Me está diciendo que no es importante el cómo y el por qué se hacen las cosas?
-Le estoy diciendo que a los políticos nos eligen los ciudadanos para que resolvamos sus problemas y a eso me he dedicado toda mi vida. Ante un problema, una solución. Soy muy veterano para seguir creyendo que todo el mundo puede estar contento. Eso no ocurre nunca. Siempre hay alguien a quien no le gusta cómo se resuelve un problema.
La periodista volvió a comprobar la grabadora e hizo como que releía sus notas, aunque tenía clara su siguiente cuestión.
-Precisamente a algunos de sus compañeros no les gustó cómo se hicieron las cosas -planteó.
-Señorita -volvió el hombre a usar el tono condescendiente- no sé de dónde se sacan ustedes esas cosas. Cuando me dieron la Orden del Mérito Civil o me aplaudió el Europarlamento al completo, con todos los diputados puestos en pie, recibí mensajes de felicitación de todas las personas que trabajaban en mi departamento. De todas esas personas, se lo aseguro. Lo comprobé cuando usted empezó a publicar cosas que no son verdad.
-Pues ellos dicen que no estaban de acuerdo y que lo plantearon en varias reuniones.
-¿Y por qué no abandonaron el proyecto?
-Dicen que temieron las represalias. Que usted no consentía que le llevaran la contraria.
-Ya se lo que pretende, señorita -dejó en el aire el hombre.
-¿El qué?
-Busca una frase explosiva, una declaración que le de un titular llamativo y que provoque miles de clicks en la página web de su periódico y recibir así una palmadita de sus jefes. Ya le he dicho que no soy nuevo en esto y conozco la técnica de los periodistas.
-Yo solo le digo que sus excompañeros ponen en duda los métodos utilizados, nada más - dijo la periodista mirando al entrevistado a los ojos.
-Si eso es cierto, que lo dudo, las personas que se lo han dicho sabrán por qué lo han hecho. En la cama, poco antes de dormir, su cabeza les recordará que han mentido, porque no hubo ni una sola opinión en contra. Y eso es lo peor que le puede pasar a una persona, que su cabeza por la noche le recuerde de forma insistente que ha faltado a la verdad para hacer un daño gratuito.
El entrevistado sacó el paquete de tabaco que llevaba en la chaqueta y se encendió un cigarrillo sin pedir permiso a la periodista, a pesar de que en la sala había un enorme cartel donde se leía ‘Prohibido fumar’.
La reportera prefirió no decir nada y planteó una nueva cuestión.
-Usted dijo que contó con un comité de expertos que le asesoró antes de empezar a aplicar las medidas.
-Es cierto -respondió de forma cortante-. Pero le corrijo: que nos asesoró.
-Usa el plural mayestático.
-No, uso el plural porque había mucha gente involucrada.
-¿Puede darme el nombre de alguno de esos expertos? -planteó la mujer.
-Señorita, ya sabe que no. El Gobierno lo ha explicado por activa y por pasiva y el ministerio que yo dirigí, también. Hubo sociólogos, psicólogos, ingenieros, sanitarios…Hubo mucha gente involucrada, pero todos firmaron un acuerdo de confidencialidad. Si alguien cuenta algo, se enfrenta a una demanda millonaria.
-No entiendo que un Gobierno haga algo así.
-Usted no tiene nada que entender -contestó de forma vehemente el exministro-. Usted es una ciudadana que vive en una democracia que elige cada cuatro años a sus representantes, y esos representantes toman decisiones y las aplican.
La periodista esperó a que el entrevistado diera un par de caladas rápidas al cigarro y lo apagara echándolo a un vaso de agua que había en la mesa junto a una taza de café.
-Veo que usted no tiene ningún remordimiento -dijo ella-. Además, no le falta de nada.
-¿A qué se refiere?
-¿No ha leído lo que publicamos ayer en el periódico?
-¿Lo de mis cobros? -preguntó el exministro y respondió sin dar oportunidad a que la periodista confirmara que se refería a eso.
-Bueno, lo leí en diagonal, como se dice en estos casos. Y también el cuadro ese que publicaron, pero había un error.
-¿Un error?
-Decían que llegué a cobrar 365.000 euros por uno de mis seminarios y no es del todo correcto. El máximo han sido 533.000, que me pagó una multinacional, cuyo nombre no puedo desvelar, que me contrató para una jornada de trabajo con sus directivos en Baltimore.
-Con tanto dinero, no entiendo que me haya citado para la entrevista en este modesto bar de barrio.
-Bueno, es importante no perder la raíces- contestó el exministro encendiendo otro cigarrillo sin quejas ni reproches de los dos parroquianos que estaban en una esquina de la barra ni del dueño, absorto viendo un programa en la televisión.
-¿Alguna cosa más? -preguntó el entrevistado.
-Sí, por supuesto. Tengo todavía muchas preguntas -dijo la periodista-. ¿Quién eligió la cifra de 5.000?
-Nosotros, con los datos que nos facilitaron los expertos.
-Insiste en el plural mayestático. Mis fuentes dicen que fue usted personalmente y antes de que abrieran la boca esos consultores, llamemosles... “fantasmas”.
-Sus fuentes no son de fiar, ya se lo he dicho.
Se hizo un silencio incómodo, solo roto por el dueño del bar, que había dejado de ver la televisión para fregar algunos vasos.
-Bueno, pues demos por hecho eso que dice. ¿Y qué pasó después?
-Soy rico, no tengo horario y puedo perder todo el tiempo del mundo con usted, pero no se qué aporta que le cuente lo que ya se ha publicado en todos los sitios.
La periodista echó el enésimo vistazo a la grabadora y suspiró.
-Tranquilo -dijo la mujer-, mi única faena hoy es entrevistarle a usted.
-Perfecto -dijo el exministro- pues perdamos el tiempo juntos. El 12 de mayo el Consejo de Ministros aprobó mi propuesta: eliminar de un plumazo todos los pueblos y ciudades que tuvieran menos de 5.000 habitantes. ¡Y ya está!
-Se olvida de una cosa -le replicó la periodista.
-¿Qué?
-Dieron dos meses a las personas que vivían en esos pueblos para que se fueran a otro más grande.
-Claro, era la única opción. En el Decreto Ley que aprobamos contra la despoblación lo decía claro: que la gente que viviera en pueblos de menos de 5.000 habitantes debía vender en un máximo de dos meses sus casas y sus propiedades y abandonar sus tierras e instalarse en otro sitio. Pero se ha olvidado de decir que tenían una ayuda del Gobierno.
-¿Y lo de mandar al Ejército para desalojar a los que no quisieron?
-Daños colaterales. Vuelvo a sus primeras preguntas, señorita -dijo el exministro mientras encendía otro cigarro-. La Presidenta del Gobierno me nombró para acabar con la despoblación y yo lo hice. No queda en España ningún pueblo o ciudad de menos de 5.000 habitantes.
-Pero más de 40.000 personas, aunque ustedes dicen que fueron 3.144, murieron por la violencia utilizada en los desalojos.
-Créase nuestra cifras, que son las oficiales.
-¿Y los 23 pueblos que no han podido ser desalojados?
-Pues ya lo sabe, que ha hecho varios reportajes. Están vallados y la gente vivirá ahí hasta que se muera, o quiera salir de forma voluntaria.
-¿De verdad que nos les van a dejar moverse libremente?
-Yo ya no estoy en el Gobierno, pero la norma es clara. En España ya no hay despoblación porque no hay pueblos o ciudades de menos de 5.000 habitantes. Esa es la realidad y lo conseguí yo.