Estimado Desiderio: Recibo con tristeza la noticia del fallecimiento de Enrique, lamento profundamente esta distancia que me ha impedido asistir a sus honras fúnebres como hubiera sido mi deseo; imagino con pesar el momento sumamente afligido en el que estará inmersa su familia, especialmente Antoñita, una esposa fiel que siempre permaneció a su lado frente a todas las vicisitudes de la vida que no fueron pocas. Ya sabes Desiderio que con Enrique nos unía una buena amistad, juntos los tres fuimos el alma de aquella orquesta que en lo sinfónico aportó tanto al mundo de la música, no olvidaré jamás tu trabajo desde ese timbal que tan certeramente nos marcó el ritmo y sobre todo tus ánimos para que los ensayos fueran agradables y divertidos sin dejar la profesionalidad nunca de un lado. No olvidaré a Enrique, esos años que juntos vivimos desde su maestría en la trompeta, aquellos tiempos de conservatorio donde cada página era un vivir continuo, donde su alegría desbordaba con radiante luz a todos los que le acompañábamos en aquellas a veces tediosas clases.
Fueron años fantásticos, años de gran alegría, de compaginar estudios con nuestros primero pinitos orquestales, de aquellos años en Madrid donde nadie podía imaginar que nuestros caminos pudieran tomar los derroteros posteriores, aquellos años de gallinero en el teatro de la Zarzuela para ver como Benito Lauret gobernaba los ensayos de la sinfónica de Madrid con los compases eternos de El dúo de la Africana de Fernández Caballero y como no, recuerdo a Enrique, como su fascinación por el escenario crecía conforme acudíamos a aquellos ensayos, cono aquella representación de Sansón y Dalila le marco tan profundamente en lo escénico y en lo musical.
Es cierto amigo Desiderio, todo cambia y en el crecer debe estar el secreto de esos cambios, músicos un tanto formales pero también bohemios con viajes, con amigos con personas que nos hicieron crecer tanto y Enrique y su personalidad tan curiosa; Enrique que era como el pasodoble de la Alegría de la huerta de Chueca, ese que hizo sonar en su boda en lugar de la marcha nupcial de Mendelssohn y que tanto nos hizo reír de alegría con su traje color canela, todos allí tocando a Chueca mientras él con paso elegante y firme a la vez recorría los metros que le separaban del Altar y de Antoñita que esperaba con su cara dulce de chica de Pedraza Segovia donde Florián Rey rodó aquella Aldea Maldita tan llena de arte para el cine.
Aquellos años de cambios a cada compás, a cada bemol y la televisión; quien pudiera pensar que entrar en la sinfónica de Radiotelevisión española le cambiaría tanto, aún recuerdo aquella tarde de otoño en Madrid cuando me dio la noticia, lo decía con júbilo, con una expresión difícil de olvidar. Poco le importaba que ya no hiciera solo clásica, que tuviera que intervenir en programas con música más “melódica” estaba contento y su felicidad se transmitía; a raíz de aquello dejamos de verlo con la frecuencia habitual, por eso aquella noche del Café Santorcaz sigue grabada en mi mente, en mi retina, esa noche donde nos dijo Enrique que estaba en un gran proyecto televisivo, nada menos que en los Estudios Buñuel con Sara Montiel, para hacer un programa de televisión que iba a titularse “Sara y Punto” cierro los ojos y veo su emoción, su cara iluminada con aquellas mechas rubias tan horteras que se había hecho. Pero sobre todo recuerdo sus ganas por hacernos ver lo importante que para él era ese proyecto como músico.
Como cambiamos al crecer, como somos tan diferentes de la adolescencia a la juventud y de ahí a la madurez, que afirmación tan clara esa del constante cambio. Y es que Desiderio no daba crédito a tu llamada cuando aquella tarde me citaste en el garito aquel de actuaciones de Chueca, sí, Chueca el barrio y no Federico. Como me quedé helado cuando después de oír aquella voz ronca cantando el popurrí de El último Cuplé tu cara adquirió esa mueca para decirme "acabas de ver a Enrique en su nueva vida".
No he podido parar de pensar en aquello durante todos estos años aquí en la lejanía, no entendía nada, solo respeto y cariño por mi amigo, por fin aquel chico que hizo sonar el pasodoble de La Alegría de la Huerta el día de su boda, había encontrado su camino; posiblemente perdimos a ese gran trompetista pero el mundo de la noche había ganado a una gran dama tantos años escondida. No quiso hablar con nosotros, pudo pensar que no lo entenderíamos, luego supe lo de su relación con el tal Bruno, que siempre habíamos conocido como novio de aquel presentador infame de la tele, pero yo ya estaba lejos y tú Desiderio ya estabas muerto, así que la vida siguió su rumbo y por fin estáis juntos verde como el trigo verde.
Y brille para vosotros la luz eterna.