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Panadería en extinción Panadería en extinción

Panadería en extinción

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Javier Hernández-Gracia

Leo en este diario que Noguera de Albarracín se ha quedado sin panadería; el horno que además era de leña ha cerrado por jubilación de sus propietarios. El tiempo pasa y es normal que la gente se jubile tras años de trabajo. El problema es que no hay relevo generacional y el mundo de la panadería tan importante en nuestro día a día es otro termómetro para medir la fiereza de la nada, que es el más claro síntoma de la despoblación.

Lo de Noguera sería una noticia de las que englobaríamos en lo etnológico, por aquello de que el pan nos ha acompañado siempre (cuando escribo “por aquello” me acuerdo siempre de Tomás Ortiz), ya decía yo en uno de mis escritos lo del pan nuestro de cada día. El cierre de la panadería de Noguera me ha hecho recordar el recorrido del pan en Teruel capital, un recorrido que ha perdido oficio salta a la vista; en Teruel al igual que en los pueblos de la provincia había un gran número de panaderías y me atrevo a decir que todas elaboraban productos de una calidad excepcional.

Por razones de barrio recuerdo las tres del Arrabal, la de Manrique en las calle las Vírgenes, la de Joaquín en la calle Mesón de Játiva, además Joaquín era un hombre de una simpatía maravillosa, un trato muy agradable, y por supuesto La Nevera, de cuya panadera Orfelina guardo un cariño muy especial, siempre recuerdo cuando de niño me cogía y me sentaba en la parte alta de las cestas apiladas vacías de pan, de las múltiples chocolatinas y bollos que me daba cuando me mandaban con la bolsa a por las barras correspondientes, de la recogida de las roscas y el sacrosanto regañao de huevo.

Eran tiempos donde domingos y festivos había una panadería de guardia, por tanto acababas conociendo todos los hornos de la ciudad, una ciudad de grandes panaderos plenos de oficio, Martín Garrote en la calle Carrasco, cómo se echa de menos su maestría en pastas, almojábanas y regañaos vaquilleros. El centro de Teruel tenía un importante censo de panaderías. Me viene al recuerdo la leña apilada en la acera de la calle Joaquín Arnau (Murallas) del horno de Santa Cristina, que por fortuna sigue al pie del cañón con sus elaboraciones y adaptando las maravillas tradicionales al tiempo que nos toca vivir.

Un recuerdo muy especial me merece Bautista Sanjuan por varias razones, por lo buena gente que era, porque su puerta siempre estaba abierta para todo el mundo y evidentemente porque era un gran profesional del sector, un hombre con oficio, con el que daba gusto hablar, un emprendedor como se dice ahora; y es que hablamos de un oficio que tiene una parte enormemente sacrificada; mientras la sociedad duerme, el panadero está inmerso en su trabajo.

El horno de pan tenía una interrelación social de gran calado. Eran tiempos en que las celebraciones se hacían en casa, era tradicional ir hacer pastas al horno: los hojaldres, lo mantecados de huevo, las celestiales madalenas ¡Cuánto se echan de menos las madalenas de Jacinto! La panadería de La Nevera que también cerró hace unos meses y que ha sellado otra página de la historia de los hornos de pan turolenses. No quiero dejar de recordar algunos panaderos que también forman parte de la brillante historia, Leandro Torres, Víctor en el puente de la reina, los Torres de la calle San Miguel, Benito en la calle de Los Amantes, panadería que antiguamente fue conocida como “Los Royos”, Ángel y Sanz inequívoco sabor a Ensanche y por supuesto Miguel el panadero de San Julián. Alguna vez en esos momentos de entusiasmo y exaltación digo que si me encontrará la lámpara de Aladino puede que uno de los deseos que pidiera sería volver a tener la maravillosa cañada que hacia Miguel en su horno.

El tiempo avanza, mucho y buen pan que ahora queda en el recuerdo, probablemente en este recorrido me haya dejado grandes mujeres y hombres que hicieron de Teruel una ciudad con el mejor pan del mundo, y hasta hace bien poco.