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Javier Hernández-Gracia

Y en esto llegó el MITMA, después de todos los cataclismos prosibles con las historias de adjudicación de la línea Teruel-Madrid-Valencia, que dejó más basura que una noche de ingleses en Magaluz, acabó de nuevo en manos de la tradicional compañía que se había hecho cargo de esa línea que une Teruel tanto con Madrid como con Valencia, SAMAR. Fuimos muchos de los viajeros de Valencia, los que pensamos que tras el desastre se hacía la luz, pero tiempo después son varios los factores que siguen dejando la ciudad al margen de las comunicaciones deseables en pleno siglo XXI, y ahora una nueva adjudicación en ciernes y el aviso que nada volvera a ser como anes de la pandemia.

El primer factor es que seguimos con la misma consigna publicitaria, que no es otra que la falta de rentabilidad, para ello y tomando ejemplo de sus predecesores, SAMAR establece el criterio de que el mismo autobús que realiza el trayecto a Valencia desde Teruel o desde Valencia a Teruel, sea que el que vuelva, de esa manera no hay que tener conductores viviendo en Valencia –menos plantilla por tanto- y así se da la paradoja que una persona que quiere hacer un trámite en Teruel saldrá con el autobús de Valencia a las 10.45, llegará en torno a Teruel a las 13.00, y volverá a Valencia desde la estación de autobuses turolense a las 14.00. Con este tiempo como mucho imgino que o se tiene cita previa en la adminsitración, siempre que el organismo, banco o pariente en cuestión esté a escasos metros de la estación de autobuses, y por supuesto nada de saludos, un póngame el sello que me tengo que ir. La otra solución es haga usted noche o espereal tren de las 20.00 que de barato tiene lo que yo de concursante en La Voz.

Cambia el tema si uno se va a Valencia, a la tierra de las flores de la luz y del color, SAMAR tiene un primer servicio a la 8.00 de la mañana y el último camino de Teruel es a las 17.00, unas siete horas que dan para ir de médicos, compras, trámites con el terreno que nos dejó el tío Pepep en Benimaclet y una de Corte Inglés, además está el Nuevo Centro al lado de la estación valenciana de autobuses, eso no lo tiene cualquiera.

Supongo que la empresa machacará eso de la rentabilidad

-como antes indicaba- vale, pero no deja de ser una concesión pública, es el MITMA el que otorga dicha concesión, y se espera de técnicos tan bien situados en la administración -a la par que bien remunerados- que en las condiciones prime el servicio público, pero ya nos dicen que no esperemos “arreglos”. Por otra parte están los dirigentes locales, esos que cuando les comentas el tema parece que la guerra no va con ellos, hay quien puede pensar que joder el patrimonio artístico es una tarea que no deja mucho más tiempo a otras cosas; también el “Yo tengo coche” como me dijo una vez un concejal de estos que lo miras bien y entiendes que no fue a Oxford y lo de atarse los zapatos sospechas que le va justo.

El caso es que se quejan las compañías de que triunfa el Blablacar, evidentemente que triunfa, con estos horarios y servicios cómo no va a triunfar, pero no solo triunfa el Blablacar (aunque lo de que te dejen allá donde se cruzan los caminos también es mejorable), triunfa también ese inmenso grupo de Whatssap donde hay un montón de personas que se organiza porque lo de ir a Valencia, o viajar desde allí a la Ciudad de los Amantes, es un dolor de cabeza, vamos que cualquier día el eslogan será “Ciudad de los Calmantes”por lo enormemente complicado que es llegar en transporte público.

Luego recuerdas aquello de que el transporte público contamina menos, y te tachan de ecologista y por tanto incendiario, menos mal que no vivo en Castilla y León, ahí está tan instalada la idiotez en declaraciones de parte de su gobierno, que si estuvieran por aquí daría por perdida la batalla del transporte con Valencia. Cuando leí Verónica decide morir de Paolo Coelho, me encantó aquello que decía la protagonista: “Sed como la fuente que se derrama y no como el tanque que siempre contiene la misma agua”. Siempre digo que la decadencia viste de pena; llego a la conclusión de que no hay que reirse del atuendo por muy horroroso que este sea (que lo es), hay que sustituir la decadencia y entonces sí que tal vez la fuente no corra peligro.