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Angélica y las mil y una letras Angélica y las mil y una letras

Angélica y las mil y una letras

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Javier Hernández-Gracia
A lo largo de la vida las preguntas, las respuestas y las cosas del querer afloran en cada paso que va de la plaza de la Catedral a las Menas de los Arcos. El patio y la casa que ya no están -no pero sí-  allí la mañana de verano, la tarde de otoño y la leña de invierno son esencia de las letras de Angélica Morales, por igual el humor del sábado de la Vaquilla, Ponche Caballero y la exuberancia que da la exaltación de la amistad.
Estos días camina por el “candelabro” que dijo aquella merced al Premio Poético Garcilaso, aunque los premiados en realidad somos nosotros, los lectores, los destinatarios de historias de mujeres rotas, hombres que fueron piedra, palillos chinos o tal vez saber que seremos los próximos en envolver por una piel de lagarta de fascinación y literatura; muchos dirán aquello tan recurrente a la par que caustico de -claro como es su amigo- y tienen razón en lo último, en lo primero también porque escribo yo y por tanto escribo lo que quiero y a quien adoro, y mucho, no poco; estar presente en primera línea -también en segunda y a veces en tercera- del delirio de arte que es Angélica no solo es un placer, es un honor.
La literatura se forja en fraguas del conocimiento técnico de formación, todo tiene una influencia de amplia geografía, devorar libros en una línea de tren obsoleta desde el siglo XIX, luego en el XX y que sigue hundida en el XXI marca estilo, descubrir el Bombay Sapphire también, noches de karaoke entremezcladas de Lorca, Marifé y una columna donde atar al Ubé, son ingredientes del todo imprescindibles para fluir arte. ¡Qué bonito es San Sebastián! El mundo está lleno de historias, y también cada calle, cada barrio, cada patio de una casa en verano entre el Carrel y Los Arcos, verano y abuela, la primera Angélica, corazón inmenso entre el paso de un tiempo forjado en la belleza de las arrugas de sacrificio y amor a los suyos y una luz especial, la de Chón, el amor de madre, el orgullo permanente acompañado de sonrisas de felicidad frente a la adversidad, pero esta historia tan querida para mí, tiene otro escrito y será pronto.
Angélica y las cosas del querer, las noches de charla y tormenta de ideas, de gracias España por esas cosas “meravillosas que yo trobe” eso sí es ritmo del garaje pleno de pócimas fantásticas que evitan estozolarse en una calle de París o permiten entre música y cánticos invocar ese sortilegio de la risa que los libros antiguos denominan “Ramón que te duermes”. Las personicas necesitan historias y poemas y ahí está la generosidad de Angélica, entregarse a ese agotador trabajo que es crear, orquestar miles de sensaciones en páginas blancas que acaban teniendo color y placer, buscar con ahínco el camino porque las miradas habituales se centran solo en el momento dulce de la presentación del libro, de la feria, de la foto, pero luego está la soledad de la creación, la sinuosa vereda por donde caminas y te embarras, y tienes frío y te deprimes, hasta que escampa y el camino continua.
Leer es un placer genial sensual, más todavía tras los cristales de alegres ventanales, no hay nada más apasionante que viajar con la mente, hacerlo del mercado del Grao a las pajaritas oscenses con tendencia Kas, sabiendo que podemos cruzarnos con la otra, que a nada tiene derecho porque no lleva un anillo con una fecha por dentro. Los mundos de Angélica bebieron de muchos de esos manantiales, pero con la fuerza y la solidez que da la intelectualidad, entre jeroglíficos y batas de cola a la par que tenebrosas escenas ocurridas en una casa de las afuera con un invitado, en transición a un humor de encrucijadas y Donas Móviles. Que no falte la risa, ya lo decía Fray Guillermo; antes había semanas del humor en Teruel, y allí estuvimos juntos, provocando risas en las butacas, pero sin comparación a las risas entre bastidores, aquello sí que fue dramaturgia, quizás para escribir un día entre las arcillas del sur y los somontanos del norte, sin olvidar ese mediterráneo donde el jaleo y los delantales de puntillas almidonadas aún se preguntan que para qué quiere la Virgen una paellera. Somos afortunados, aunque como dice mi amiga, a los que estamos en el negocio del arte nos juzgará la historia y por eso hay que seguir trabajando, por eso caminamos en el placer sabiendo que para la creación de Angélica el cielo resplandece loco de pasión.