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Hemeroteca: Masías y masoveros, retratos de un patrimonio cultural y humano perdido Hemeroteca: Masías y masoveros, retratos de un patrimonio cultural y humano perdido
Fotografía de los hermanos Peris que apareció en la portada del periódico de aquel 5 de diciembre de 1993

Hemeroteca: Masías y masoveros, retratos de un patrimonio cultural y humano perdido

Hace 25 años los masoveros ya eran protagonistas por ser un modo de vida en extinción
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Masías, mases, masadas. Leíamos hace 25 años: Las construcciones agrícolas y ganaderas que aún pueden verse desperdigadas por los montes turolenses, esas casas de campo y labor conocidas como masías, han ido perdiendo progresivamente su funcionalidad como lugar de vivienda permanente. Unos hombres, “Los Peris”, son el testimonio -casi extinto en el Bajo Aragón-, de una forma de vida que antaño fue normal y en la actualidad se considera peculiar. 

En las páginas de este periódico de 1993 encontrábamos el reportaje firmado por un joven J. Royo Lasarte, Pepe Royo, en el que daba voz a quienes vivían en las masías, a través de estos tres hermanos de Andorra que ponen cara a una forma de vida hoy prácticamente extinta, y con ella un patrimonio cultural y humano de convivencia y respeto con el medio natural que también se da por perdido.

Los Peris eran protagonistas en las páginas del 5 de diciembre de 1993 porque eran una excepción. Los hermanos Peris son demasiado mayores para cambiar sus costumbres. Tres hermanos solteros que no cambiaron su masía, ubicada en el monte de los Olmos, por una moderna casa de ciudad. Han nacido y crecido en el monte y allí piensan seguir por muchos años leíamos en aquel reportaje de Royo.

Felipe Peris, 59 años, agricultor; José Peris, 62 años cazador y apicultor; Antonio Peris, 68 años, pastor. Cada uno tenía asignadas las tareas y bien repartidas. “Somos de todo y tenemos de todo -dijo Antonio mientras batollaba una carrasca para que el ganado comiese las bellotas-, si vienen ustedes por la noche estarán mis hermanos y les invitaremos a cenar” decía la crónica.

Al caer la noche, así lo hicimos. En la masía estaban los tres hermanos, cada uno desempeñando la labor que tenía asignada, y también aquellas que compartían. Terminados los trabajos de la jornada, base de su economía que también les abastece de todo lo necesario para vivir, los hermanos se reunieron en el “hogar “ al calor de la lumbre donde un puchero cocía a fuego lento. Era la hora de la actividad doméstica. “El que primero llega prende fuego al puchero”, dijo uno. “Para fregar al pozo”, indicó el otro, “y para beber agua, ahí afuera hay una fuentecica que la da muy fresca” añadió el tercero. Allí, entre paredes ahumadas y bajo la tenue luz -disponen de placa solar-, de una bombilla, nos ofrecieron el cocido del puchero , chorizo de jabalí y morcilla. Todo lo habían hecho ellos.

Con el relato de los detalles del día a día, los tres hermanos dibujaban para el periodista un retrato fiel de la vida en el campo, pero sobre todo del espíritu con el que masovero afrontaba las cosas.

Ni televisión ni médicos

Una diminuta televisión de 5 o 6 pulgadas según mi compañero de viaje-, colgaba de un rincón del reducido local. Me llamó la atención y pregunté qué día de la semana era con el fin de indicar la programación. El pastor se apresuró a contestar: “No sé ni en qué día me encuentro y ese aparato me produce rabia, ando mal de oído y solo oigo ruidos. Estoy todo el día en el monte y ahora que puedo hablar, ese trasto no me deja”.

Pero el problema de oído, continuaba el texto, no parecía preocuparle mucho.¿El médico? -se extrañó Antonio cuando le pregunté-, tenemos cartilla de la Seguridad Social, pero no sabemos ni qué médico nos corresponde en Andorra. Nunca estamos enfermos”. José aclaró el secreto: “Tomamos mucha miel, es muy buena para todo y con ella los resfriados no van para adelante”.

Tras la cena y con la noche ya cerrada, reportero y acompañante abandonaban la compañía y los dejaban en la antigua masía, sus dormitorios nuevos, construidos recientemente y anexos a la masía, no les terminaban de convencer. “Preferimos dormir en este chamizo. Las paredes son recias, de barro y se recoge más el calor. Lo nuevo es de ladrillo y hace más frío”.

En el recuerdo

“Disfruté mucho con aquel reportaje” recuerda el autor de estas páginas un cuarto de siglo después. Un joven Royo colaboraba a temporadas con este periódico cubriendo el Bajo Aragón, recuerda, y temas como este le resultaban muy atractivos por su formación en geografía y ciencias sociales y humanas. A pesar del tiempo transcurrido, Royo tiene muy vívido el recuerdo de este reportaje, “a la masía de Los Peris aún sabría ir” apunta, aunque ya no encontraría allí a ninguno de los hermanos, dos de ellos ya fallecidos explica, y del tercero la última noticia que tuvo era que estaba en una residencia de mayores.

En aquellos tiempos ya eran pocas las masías habitadas, pero además este caso era peculiar porque eran tres hermanos, así que buscó a un agricultor que conocía la zona para que le llevara. Allí descubrió, entre otras cosas, que tenían una vivienda totalmente nueva al lado de la masía y no la ocupaban, tal y como señala en el reportaje. “Unos sobrinos se empeñaron en que se construyeran una casa de ladrillos” recuerda Royo, con más comodidades o luz por ejemplo, algo de lo que carecían en la masía “pero ellos preferían la antigua masía”. 

Tenían suficiente dinero como para no llevar una vida tan espartana, incluso podría decirse que eran acaudalados para entonces, porque gastaban poco.

Recuerda Royo también al hombre que aparece en la fotografía principal del reportaje junto a los perros, que luego sería conserje en Alcorisa, relata. Pero destaca especialmente la fotografía que ilustra la portada de aquel domingo 5 de diciembre de 1993, en la que aparecen los tres hermanos en torno al puchero. “Ponían las judías por la mañana y se iban, con fuego suficiente, y cuando volvían les daban un calentón y ya está. Esa era su comida” y era la que compartieron con Royo y su acompañante.

Esa foto es el retrato de otro tiempo: los tres hermanos aparecen serios, con mirada penetrante y fija en el objetivo de la cámara, las señales del campo en la cara y las manos de cada uno de ellos. Afrontaban la vida sin pensar en las carencias sino en que el campo les daba lo que necesitaba. Y lo compartían, tal y como detallaba el redactor cuando concluía el reportaje dedicado a los Peris con estas líneas: Buenas gentes, amables y muy cordiales, no dudaron en lanzarnos otra invitación para comer “y charrar un rato”, cualquier día, no importaba que fuese domingo o jueves. La vida en la masía es igual todos los días, aunque no se sabe hasta cuándo.

Nuevos pobladores

Completaba aquel reportaje la historia de Emilio García, perito industrial y licenciado en Empresariales que se había retirado al campo para escribir. Mientras la vida en las masías va camino de desaparecer, ese hombre, cansado de la ajetreada vida de la ciudad, abandonó Salamanca y se retiró a la masía de los Olmos propiedad de su mujer, en busca de soledad y tranquilidad para desarrollar sus actividades preferidas, la lectura y la escritura. Detallaba Royo en el reportaje que García escribía con pseudónimo en este periódico y que había escrito un libro, la Historia de los Olmos, que esperaba que se publicara el año siguiente. Investigaba también en los archivos municipales y documentales de Alcorisa e iba publicando los resultados en la revista local Balcei, aunque su proyecto era escribir un libro sobre la Guerra Civil en Alcorisa y sus contornos.

García contaba que una pancreatitis y una jubilación anticipada le habían llevado hasta allí, aunque su mujer y sus hijos seguían en Salamanca. La decisión de trasladarse allí he había permitido dedicarse a su verdadera afición que era la historia: “Siempre me ha gustado rebuscar en los archivos y estudiar documentos”. Tampoco Emilio García sigue en la masía de los Olmos, explica Royo, que le perdió la pista después de aquel reportaje.

El abandono de las masías es una tendencia inevitable y progresiva en las últimas décadas, aunque en algunos momentos se haya visto a los nuevos pobladores como una esperanza real para un cambio de tendencia. En junio de 1999 leíamos en un reportaje en este periódico historias como la de la familia Laborda Igual que había dejado Barcelona para comprar una masía en Villarluengo que querían rehabilitar y se unían a la petición de que terminara el proyecto de electrificación de las masías.