Por Javier Ibáñez Vidal
Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todas las semanas, las psicólogas y psicólogos de PSICARA (Psicología Aragonesa en Acción) abordamos temas y curiosidades relacionadas con la psicología. Esta semana vamos a hablar sobre uno de los grandes protagonistas de la cuarentena, ¡los aplausos!
Llevamos más de 50 días de cuarentena y los días de “normalidad” quedan ya muy lejanos en nuestra memoria. Nos hemos visto obligados a cambiar drásticamente nuestras costumbres, y cosas insignificantes a las que antes apenas les prestábamos atención, han cobrado mucho valor. Resulta curioso comprobar cómo cambian las prioridades según el contexto.
Ahora mismo, y desde el sábado pasado, el poder salir de nuevo a dar un paseo o hacer deporte se ha recibido como un soplo de aire fresco, pero hasta ese momento, la hora de los aplausos era lo más cercano a la “libertad”. Para muchas personas, se trataba de la parte preferida de la jornada y son muchos los españoles que no han faltado ni un solo día a esta cita. Pero… ¿por qué?
Desde la Psicología entendemos que si un comportamiento se mantiene en el tiempo, es porque es reforzado de alguna manera, es decir, porque con ese comportamiento la persona obtiene algo bueno o se deshace de algo que le molesta. Los reforzadores no son igual para todo el mundo, ya que lo que es apetecible para una persona no tiene por qué serlo para otra. Es por eso que cada persona que ha salido por las tardes a aplaudir, lo ha hecho por un motivo concreto, sin ser necesariamente consciente de ello, quedando esa conducta reforzada.
Hay procesos sociales que entran en juego, como la presión social, entendida como la influencia que ejercen otros sobre nuestras actitudes y comportamientos, ya que si vemos que la gran parte de las personas salen a aplaudir, es más fácil que acabemos imitándolo. Muy relacionado con esto, también el sentimiento de pertenencia al grupo es un fuerte motor en comportamientos de este estilo, dado que el ser partícipe de una práctica común genera emociones satisfactorias. Ver los balcones llenos de gente, nos permite comprobar que no estamos solos y que formamos parte de un gran equipo. Al fin y al cabo, existe una gran interdependencia entre todos nosotros de cara a la resolución de esta pandemia. Pero… si no saliera nadie más de tu calle a aplaudir ¿tú qué harías?
El apoyo social es una de las variables más relacionadas con nuestro bienestar y, en momentos como este, hemos tenido que recurrir a otros métodos para poder acceder a él. Lo que comenzó siendo un gesto de agradecimiento para todos aquellos profesionales que están al pie del cañón en esta situación, para muchas personas se ha transformado en una manera de contacto social. Numerosos son los vídeos que han circulado en redes sociales estas semanas, en los que quedaba patente la gran imaginación de mucha gente, que convertía este gesto en una gran celebración. El momento de unión del día resuena con estruendo en nuestras calles y más de uno habrá convertido en un hábito el saludar a lo lejos a un desconocido. Aunque ahora, que con la reducción de las restricciones seremos más “libres” y podremos acceder al apoyo social de otras maneras ¿seguiremos aplaudiendo?
De lo que no cabe duda, es que este fenómeno nos ha dejado momentos muy bonitos, pero también curiosidades que han despertado grandes interrogantes. En muchas ocasiones, el aplauso en vez de empezar a las 20:00, comienza a las 19:58. Entonces, ¿qué está pasando aquí? ¿acaso mi reloj funciona mal? Y tú, antes de seguir leyendo, ¿por qué crees que ocurre esto?
Poco antes de escribir el artículo, he preguntado a varias personas sobre el motivo de este fenómeno. Las respuestas van desde el “gustico” por ser el primero en aplaudir, hasta el “ansia” que tiene la gente de salir o las ganas de demostrar el compromiso con los sanitarios. Como estas aventuradas razones no son suficientes para escribir un artículo de divulgación científica, lo mejor es preguntar a la psicología, más concretamente a la psicología del aprendizaje, qué tiene que aportar al respecto.
Esta rama de la psicología se encarga de estudiar el proceso de aprendizaje del ser humano, el cual se caracteriza por los cambios en nuestro comportamiento como consecuencia de unas determinadas experiencias. Según esta perspectiva, y tal y como defendería el famoso psicólogo estadounidense Skinner, el adelantamiento de los aplausos a las 19:58 puede ser en muchos casos resultado de un “programa de reforzamiento de intervalo fijo”. ¡Vaya nombre! ¿no? En otras palabras, es cuando un reforzador (aquello que favorece que tu comportamiento se repita) se recibe al realizar la conducta después de un período de tiempo determinado. En este caso, todo el mundo sabe que, por ejemplo, para recibir apoyo social e interactuar con otras personas tiene que salir a la ventana a las 20:00 y que, dentro de otras 24 horas, el reforzador volverá a estar disponible. Cuando los refuerzos se reciben siempre tras un periodo de tiempo concreto, puede ocurrir un fenómeno conocido como “festón del intervalo fijo” y es aquí donde reside la respuesta del misterio que nos ocupa. Este término tan raro viene a explicar que, a medida que se acerca el momento en el que el reforzador estará disponible, la tasa de respuesta aumenta, y por ese motivo muchas personas aplauden poco antes de la hora, o al menos, ya están rondando las ventanas. Por poner un ejemplo de la vida cotidiana, es como cuando un niño sabe que tres horas después de merendar, el reforzador que aliviará el hambre estará disponible con la cena. En este caso, la conducta reforzada será ir a la cocina y por ello, a medida que se acerque la hora de cenar, sobre todo en los minutos previos, el niño empezará a frecuentarla.
Para ilustrarlo de otro modo, imaginemos que introducimos una paloma hambrienta dentro de una jaula (como nosotros encerrados durante todos estos días en casa). Hacemos que la paloma relacione que si picotea una palanca situada en un lateral de la jaula, obtiene comida (en nuestro caso, hemos relacionado que si salimos al balcón, obtenemos reforzamiento social). Si realizamos un “programa de reforzamiento de intervalo fijo”, de tal manera que tan solo tras un período de tiempo concreto, por ejemplo cada dos horas, obtiene comida por su picoteo (como nuestro intervalo en el que cada 24 horas salimos a aplaudir), lo que observaremos es que justo poco antes de las dos horas, sus picoteos aumentarán considerablemente (lo que en nuestro caso se traduce en los aplausos antes de hora), siendo esto el “festón del intervalo fijo”.
Aunque nosotros no somos palomas, aplaudir estos días es lo más cerca que hemos estado de volar, y por eso me gustaría dedicar estas líneas a dos personas que se han convertido durante este tiempo en especiales para mí. Desde hace unas semanas, me saludo con una abuelita del edificio de enfrente y con un chaval que debe de tener mi edad. No logro ver sus rostros y no sé quiénes son. Estoy seguro de que ellos tampoco saben quién soy yo, pero si algún día no salen a la ventana, les echo en falta. De hecho, probablemente nunca leerán esto, ni sabrán que alguien está escribiendo sobre ellos. Desde aquí les doy las gracias por saludarme a lo lejos con entusiasmo, cada vez que el reloj marca las 19:58.