Por Jessica Esteban Arenas
Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, los psicólogos y psicólogas de PSICARA (Psicología Aragonesa en Acción) abordamos temas y curiosidades relacionadas con la psicología. Esta semana dedicaremos este espacio a una cuestión de la que, en estos días de confinamiento, probablemente más nos estemos acordando y echando de menos: los besos, los abrazos y el amor de nuestros seres queridos.
Todos sabemos que el 14 de febrero es una fecha marcada en muchos calendarios: algunas parejas (no todas) celebran el día de San Valentín y resaltan la importancia de su amor; sin embargo, otras piensan que es un marketing comercial y la pasan por alto. Pero ¿sabíais que, desde hace años, el 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso? Esta tradición surgió cuando una pareja tailandesa protagonizó, en un certamen, el beso más largo de la historia, ya que ¡duró 58 horas!
Al igual que este beso, muchos otros han sido considerados los más icónicos de la historia y han quedado grabados en nuestras memorias: el beso efusivo que recibió la enfermera de Time Square por un marinero cuando se enteró del fin de la II Guerra Mundial; el beso de Leonidas Brézhnev y Erich Honecker, quedando constancia del mismo en el Muro de Berlín y siendo, hoy en día, uno de los lugares más fotografiados de la ciudad; el último beso de Yoko Ono y John Lennon, que fue portada de revista; el beso congelado de Rose y Jack en Titanic; el beso que Isabel le dio a Diego y que le hizo “morir de amor” sobre su amado; incluso en los dibujos animados, el famoso beso de la Dama y el Vagabundo con aquellos spaguettis de testigo.
¿Y nosotros qué? ¿Dónde están los besos de papá o mamá de buenos días? ¿O los de nuestros abuelos que nos aprietan los mofletes? ¿Dónde están los besos en los que nos fundimos con nuestra pareja? ¿Y dónde está el beso en la nariz de antes de irnos a dormir? ¿Dónde está el abrazo a nuestra mejor amiga después de días sin verle? En esta situación que estamos viviendo, no hay cabida ni para los besos y abrazos, ni tan siquiera para dar el pésame a una persona rota que ha perdido a un ser querido. De momento, cinco semanas sin ellos y, desde la primera, ya tenemos claro qué haremos cuando todo esto acabe: dar y recibir amor.
Pero ¿qué es el amor? ¿Cómo definir algo tan complejo y que al mismo tiempo nos hace sentir tan vivos? La dificultad parece residir, al menos en parte, en el hecho de que el amor no es un estado unitario y/o unidimensional, sino, más bien, un fenómeno polifacético que se experimenta en una amplia variedad de relaciones. En realidad, empleamos la palabra amor para describir relaciones tan diversas como las que existen entre los amantes románticos, las parejas con o sin compromiso, las relaciones familiares o las de una íntima amistad. Y es que, señores y señoras, las relaciones interpersonales, con todo lo que implican tanto a nivel individual como a nivel social, son extremadamente importantes. Como dijo Aristóteles: “el hombre es por naturaleza un animal social”.
Debido a esta complejidad, los psicólogos sociales han desarrollado varios enfoques para caracterizar y describir el amor en sus múltiples modalidades. Uno de ellos fue Zick Rubin, psicólogo americano pionero en el trabajo psicométrico del amor. Consideró el amor como un concepto diferente al de aprecio. Mientras que el aprecio se caracteriza por la admiración y el afecto amistoso, el amor suele incluir sentimientos de fuerte cariño, intimidad y una preocupación profunda por el bienestar del ser amado. Otros autores, concretamente Robert Sternberg, postulaba que el amor estaba compuesto por uno o varios de los siguientes ingredientes: la intimidad (sentimientos de cercanía, conexión, unión y confianza entre los miembros de la relación); la pasión (atracción física, excitación, deseo y consumación sexual); y el compromiso (mantener ese amor a largo plazo). Esta teoría, nombrada como la Teoría Triangular del Amor, es una de las más conocidas en este ámbito. Por ejemplo, la relación con nuestro mejor amigo está caracterizada por la intimidad y el compromiso, conociéndose como “amor social o de compañía”. Las relaciones de sexo sin compromiso suelen estar basadas únicamente en la pasión y según esta teoría son etiquetadas como “encaprichamiento”. En una pareja denominada socialmente “novios/as”, a medida que la relación evoluciona, se espera que alcance su plenitud en forma de combinación de los tres componentes, surgiendo así el “amor consumado”. Pero, según Sternberg, lo que sucede es que, a medida que los miembros de una pareja se van acostumbrando el uno al otro, existe una posibilidad de que la pasión se convierta en víctima de la rutina.
Pero ¿qué sabemos sobre las causas de la atracción? ¿Por qué queremos más a unos amigos que a otros? Desde la Psicología Social, esta ha sido una cuestión muy estudiada. Los estudios afirman que, por un lado, nos sentimos más atraídos por aquellas personas cuyas creencias, intereses y valores son similares a los nuestros, ya que, al compartir una opinión, nos va a dar la sensación de que tenemos razón y va a funcionar como una recompensa. Además, al gustarnos, le atribuiremos actitudes similares a las nuestras. Aunque esta postura ha demostrado mayor apoyo empírico, también existe otra que afirma que tendemos a elegir personas con necesidades y características complementarias a las nuestras. Esto se puede corresponder con el refrán popular, que seguramente muchos de nosotros hayamos escuchado alguna vez: “los polos opuestos se atraen”. Por otro lado, queremos más a aquellas personas que poseen ciertas aptitudes, capacidades o competencias; aunque, si bien un alto grado de competencia hace que una persona nos parezca atractiva, si además comete algún fallo, esa atracción aumenta. Y, por último, queremos más a aquellas personas que se definen con cualidades agradables o admirables, como la lealtad, la sensatez o la honestidad; y además que esa persona que apreciamos nos aprecie a nosotros, es decir, que la relación se base en la reciprocidad.
Y, es que, el hecho de mantener una relación saludable a largo plazo nos proporciona el apoyo y la seguridad emocional de que alguien nos acepte tal y como somos.
Para terminar, me gustaría acercar al lector el siguiente poema del chileno Pablo Neruda:
“Si nada nos salva de la muerte,
al menos que el amor nos salve de la vida”