* Por Carla Barros Sánchez
Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de Psicara abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.
¿Reconoces ese instante en el que uno decide actuar sin tomarse un momento para pensar en las consecuencias? Puede que hayas hecho clic encima del botón “finalizar pedido” sin valorar el número de prendas que ya tenías similares en tu armario o el (des)uso que le acabarás dando. Tal vez la respuesta que le diste a esa persona estaba cargada de ira y vacía de reflexión. Quizás ese mensaje ofensivo en respuesta a la historia del personaje público que está en boca de todo el mundo no fue tan meditado. O a lo mejor fue ese instante en el que te descubriste revelando un secreto que te habían pedido guardar.
La lista de acciones impulsivas puede ser muy extensa, y me atrevería a decir que, después de leer estos ejemplos, en tu mente han podido surgir imágenes que te hacen recordar ese momento en el que… Se trata de un fenómeno que todos hemos experimentado en alguna ocasión, cuya complejidad radica en la falta de premeditación, la búsqueda de sensaciones, la dificultad para perseverar en tareas y la urgencia por la gratificación inmediata.
El cerebro humano es el escenario donde se desarrolla la danza de la impulsividad. Áreas como la corteza prefrontal, responsable del pensamiento lógico y la toma de decisiones, interactúan con el sistema límbico, encargado de las emociones y recompensas. Cuando estas regiones no se comunican de manera óptima, las decisiones impulsivas pueden prevalecer. Esta “lucha” entre la emoción y la razón a menudo determina si elegimos el insulto a “grito pelao” antes de abrazar nuestra emoción y postergar la discusión para otro momento. De hecho, cuando estamos enfadados, tristes o eufóricos, es más probable que optemos por respuestas impulsivas. Por ello es importante reconocer este vínculo ya que puede ayudarnos a darle al pause y evaluar antes de actuar.
Pero no todo se reduce a esa danza, sino que entran en juego otros factores también de gran relevancia. La genética es uno de ellos; estudios en gemelos han revelado que este rasgo tiende a ser heredado, lo que sugiere una fuerte influencia de los genes en su manifestación. Además, las experiencias de vida y el entorno social moldean nuestras respuestas impulsivas, así como la crianza, el estrés y la exposición a situaciones de riesgo pueden aumentar o disminuir la tendencia a actuar impulsivamente.
Siguiendo con la teoría de la impulsividad, el concepto de «alivio de la tensión» a través de comportamientos específicos es una parte importante a contemplar, y está relacionado con lo que se conoce como “urgencia”, siendo esta la tendencia a actuar impulsivamente cuando se experimentan emociones intensas, especialmente emociones desagradables como el estrés, la ansiedad o la frustración; e “impulsividad atencional”, es decir, la dificultad para mantener la atención en una tarea o actividad específica debido a distracciones internas o externas.
Ambas características, urgencia e impulsividad atencional, parecen estar relacionadas con la búsqueda de alivio frente al estrés o la incomodidad emocional. Por ello, las personas con estos rasgos pueden recurrir a comportamientos impulsivos para lidiar con estas emociones intensas. Por ejemplo, alguien con alta urgencia podría fumar un cigarrillo cuando se siente ansioso, y alguien con impulsividad atencional podría distraerse con el teléfono o las redes sociales en lugar de hacer frente a una tarea desafiante.
Entonces, ¿”a la hoguera” con la impulsividad? Como siempre, no todo es blanco o negro. Ante situaciones de emergencia, una respuesta rápida puede ser crucial, hasta el punto de salvarnos la vida. Además, este rasgo puede estar interaccionando con otros aspectos como con nuestra faceta creativa, potenciándola, o nos puede disponer a asumir «riesgos calculados» en ciertos contextos. Y es que es importante resaltar la palabra “calculados”, puesto que si la impulsividad toma el control de nuestros actos, puede dar lugar a problemas interpersonales, de consumo o financieros, entre otros. Por lo tanto, la impulsividad puede ser una amiga o enemiga dependiendo del contexto, y es por ello que el objetivo no es eliminar la impulsividad, sino equilibrarla con decisiones conscientes y reflexivas. Es así como podremos cultivar una relación más saludable con la impulsividad y utilizarla para nuestro propio beneficio en lugar de caer en sus trampas.
¿Cómo dirigirnos hacia ese equilibrio? A través de la conciencia y la autorregulación podemos aprender a tomar decisiones más informadas y menos impulsivas. Técnicas como la atención plena y la práctica de la toma de decisiones conscientes y alineadas con nuestros objetivos a largo plazo, pueden ayudarnos a ganar control sobre nuestras respuestas automáticas. De hecho, tomarse un momento para reflexionar sobre las propias tendencias impulsivas y cómo se han ido manifestado a lo largo de nuestras vidas nos puede proporcionar una comprensión más profunda de nuestros propios patrones de comportamiento. Esto, a su vez, nos permitirá abordar situaciones futuras de manera más presente y menos automática.
Al aprender a reconocer
el espacio entre un impulso y una acción,
abrimos la puerta a la toma de decisiones
valiosas y satisfactorias.