Bykofoto/Antonio García
“Deja ya de hacer fotos, solo es un puto pastel con frutos rojos”. La Bandini, quizá lo único que nos queda de la pandemia, no hace canciones, sino panfletos filosóficos. Con esa máxima me planté en el photocall de los premios aragoneses de la música. Había esquivado en la puerta a unos youtubers que entrevistaban a un “triunfito”, como quien trata de evitar una caca de perro en la acera.
Hubo muchos aplausos, pero hasta que Fabian, de EFFE, no dijo que “ya era hora” de que, “26 ediciones después”, los premios llegaran a Teruel, esos aplausos no fueron rotundos. El rock siempre nos tiró las verdades a la cara. Mientras bajaban les entregaron un premio. Nadie sabía dónde estaban y quedó claro que no se pueden ir del escenario, que los necesitamos.
El escenario se llenó solo dos veces más. Con la voz de Ester Vallejo y las rimas de El Momo. Ambos cantaron antes de recoger galardones, así que el premio fue para los asistentes. A falta de pan buenas son tortas. Teruel, lugar, antaño, de garitos y conciertos, de festivales y tablaos, es ahora una ciudad tan pobre que hay que escuchar la música, como la misa, sentaditos y calladitos.
“Los Artistas del Gremio” nos recordaron que la música es fiesta y vida, o, al revés, que la vida es fiesta y música. Aunque ya no los traen a la Vaquilla por caros. Ahora molan los djs. En la gala, por lo menos, premiaron al nuestro. El director general de cultura salió a contarnos que la jota con “Nobleza baturra” triunfó en la II República y, todo bien, pero más cultura y menos historias.
Estuvo sembrao Gabriel Sopeña, premio trayectoria 2023. Ha trabajado duro, defiende, para que no lo jubilen. A los que habían hablado de esencias, les recordó que antes hay que regar. Es decir, hay que apoyar a los músicos al inicio. Los Moorland, premio al mejor grupo, nos contaron que en Binéfar (10.000 vecinos) hay 14 bandas. Como en los conciertos nos quedamos diciendo: y, ¿ahora qué?
Hubo muchos aplausos, pero hasta que Fabian, de EFFE, no dijo que “ya era hora” de que, “26 ediciones después”, los premios llegaran a Teruel, esos aplausos no fueron rotundos. El rock siempre nos tiró las verdades a la cara. Mientras bajaban les entregaron un premio. Nadie sabía dónde estaban y quedó claro que no se pueden ir del escenario, que los necesitamos.
El escenario se llenó solo dos veces más. Con la voz de Ester Vallejo y las rimas de El Momo. Ambos cantaron antes de recoger galardones, así que el premio fue para los asistentes. A falta de pan buenas son tortas. Teruel, lugar, antaño, de garitos y conciertos, de festivales y tablaos, es ahora una ciudad tan pobre que hay que escuchar la música, como la misa, sentaditos y calladitos.
“Los Artistas del Gremio” nos recordaron que la música es fiesta y vida, o, al revés, que la vida es fiesta y música. Aunque ya no los traen a la Vaquilla por caros. Ahora molan los djs. En la gala, por lo menos, premiaron al nuestro. El director general de cultura salió a contarnos que la jota con “Nobleza baturra” triunfó en la II República y, todo bien, pero más cultura y menos historias.
Estuvo sembrao Gabriel Sopeña, premio trayectoria 2023. Ha trabajado duro, defiende, para que no lo jubilen. A los que habían hablado de esencias, les recordó que antes hay que regar. Es decir, hay que apoyar a los músicos al inicio. Los Moorland, premio al mejor grupo, nos contaron que en Binéfar (10.000 vecinos) hay 14 bandas. Como en los conciertos nos quedamos diciendo: y, ¿ahora qué?
