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Un Camino de vínculos europeos Un Camino de vínculos europeos

Un Camino de vínculos europeos

Miguel Rivera
Voy conduciendo, de vuelta a la concentración, por la A-231, también conocida como Autovía del Camino de Santiago. Mientras circulo entre León y Carrión de los Condes, donde me tengo que desviar, recuerdo las dos veces, casi consecutivas, en las que uní, dando pedales, Burgos con la capital compostelana. En ambos casos, fueron viajes para el recuerdo.

La primera vez que escuché hablar del Camino fue en 1993. Yo contaba nueve años, y el año anterior, al calor de la Expo’92 en Sevilla, se había dado a conocer Pelegrín, la mascota oficial del Xacobeo’93.

España estaba de moda: Sevilla, Barcelona, y ahora Santiago estaban en boca de todo el mundo. La Xunta de Galicia pretendía dinamizar cultural y turísticamente el Camino de Santiago, recién nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Pelegrín, como el año anterior Cobi o Curro, mascotas de la Expo y los Juegos Olímpicos, obtuvo rápidamente repercusión mundial, y cualquiera que haya vivido en los 90 recordará fácilmente su imagen.

Este hecho supuso un auténtico espaldarazo para las peregrinaciones jacobeas, que llevaban en ligero auge desde los años 70.

De hecho, así descubrí el Camino. Mi abuelo, una de las personas más inteligentes y buenas que yo haya conocido, me contó que, precisamente en los primeros 70, mi madre iba a viajar con unas amigas en peregrinación hasta Santiago.

Como en tantas otras iniciativas juveniles, una tras otra, se fueron cayendo de la convocatoria. Mi abuelo se lio la manta a la cabeza, y allá que se fueron padre e hija, paso a paso y codo con codo, desde Burgos hasta Santiago. Creo que aquella historia, como todas las que se cuentan repetidamente en todas las familias, me marcó durante mi adolescencia y juventud: antes o después, yo tenía que hacer el Camino.

En las dos ocasiones en que lo hice, muy diferentes ambas, lo que más me llamó la atención fueron dos cosas: la primera, la solidaridad y cercanía de la gente: cuando eres peregrino, todos los habitantes de los pueblos por los que transcurre el Camino se abren a ayudarte en cualquier cosa que necesites; la segunda, que es un método fantástico de unión cultural entre los pueblos, principalmente europeos.

Ciudadanos de multitud de países atraviesan la zona norte de España, los 750 kilómetros que unen Roncesvalles con Santiago, viviendo y conociendo a sus gentes, pero también conociendo las catedrales góticas de Burgos o León, o cualquiera de los maravillosos ejemplos de románico que salpican el camino hasta alcanzar su meta final: la plaza del Obradoiro en Santiago y su imponente catedral, con su famosísimo botafumeiro.

Les decía que una de las cosas más bonitas del camino es el vínculo entre pueblos. En la segunda ocasión en que lo recorrí, salí de Burgos con mi hermana y un buen amigo.

Llegamos a Santiago, siete días después, acompañados por un ciclista irlandés, un exjugador profesional de baloncesto que, con sus dos metros y pico, venía desde Valencia estrujando los pedales y un matrimonio brasileño, venidos desde Brasilia únicamente para llegar hasta Compostela con sus bicicletas.

Todos nos fuimos acompañando en distintas etapas, compartiendo la fatiga y las vicisitudes propias del Camino, conformando un variopinto pelotón con el que recorrimos las últimas jornadas.

Los motivos de peregrinación son tan variados como los propios peregrinos: fe, deporte, ocio, turismo, cultura… lo que sí suele coincidir es que se convierte en una vivencia inolvidable.

A mí me gusta sentirlo como algo propio, vinculado a mi familia, pero también como algo de todos, donde lo mío es tuyo y lo tuyo es mío, pero a muy gran escala. Si aún no lo han vivido, se lo recomiendo encarecidamente.