

Siempre llueve en los días tristes. Incluso cuando el pronóstico anunciaba tiempo estable y soleado, hay un momento en el que todo se nubla y se precipita la lluvia. O, quizás, las lágrimas.
Si llevan años leyéndome, quizás les suene este comienzo. Lo cierto es que la frase me llegó espontáneamente a la cabeza en un momento de sabor realmente amargo en el que se evidenciaba lo diferentes que pueden ser las formas y las causas de la tristeza. Y esa frase llegó como un disparo mientras llovía (de verdad y también por dentro) ante la debilidad y la impotencia que causa la incertidumbre en las cosas que de verdad importan. Y ese no tener seguridad sobre lo importante, esa ausencia de certeza sobre lo que marca nuestro destino, es parte del engranaje que mueve a la desesperación.
Porque la duda y el riesgo nos hacen movernos es planos de difícil acceso en los que es fácil llegar a puntos como la decisión incorrecta, la angustia, la inacción, el agazaparnos, el responder inadecuadamente a personas o estímulos, el perder la ilusión… Al final, la seguridad nos da paz y facilita la claridad mental para salir del atolladero incluso cuando todo parece ponerse del revés.
Y ese atractivo y matices de la seguridad han debido ser lo que ha llevado a utilizarla como eufemismo a nuestro presidente en un momento crucial de la legislatura y de la continuidad del proyecto europeo que nos ha llevado a ser el oasis de derechos y libertades de nuestro mundo. En ningún lugar el ser humano es más libre y tiene mayor valor que en Europa. Con tanto como hay en juego, con tanto por defender, no debería ser necesario obviar palabras como rearme, militar, defensa, ejército, soldados o armas. La paz es un bien tan frágil y tan deseable que hay que protegerla a toda costa. Aunque tengamos que gastar recursos en algo tan terrible.
Europa, España, los valores que representamos y defendemos, deben contar con la protección necesaria para sentir la seguridad que en las últimas décadas nos ha caracterizado. Y no se debe jugar a la palabra más blanda cuando hay palabras gruesas que definen dónde hay que volcarse para que la tristeza no vuelva a la vieja y, ahora, amenazada Europa.
Si llevan años leyéndome, quizás les suene este comienzo. Lo cierto es que la frase me llegó espontáneamente a la cabeza en un momento de sabor realmente amargo en el que se evidenciaba lo diferentes que pueden ser las formas y las causas de la tristeza. Y esa frase llegó como un disparo mientras llovía (de verdad y también por dentro) ante la debilidad y la impotencia que causa la incertidumbre en las cosas que de verdad importan. Y ese no tener seguridad sobre lo importante, esa ausencia de certeza sobre lo que marca nuestro destino, es parte del engranaje que mueve a la desesperación.
Porque la duda y el riesgo nos hacen movernos es planos de difícil acceso en los que es fácil llegar a puntos como la decisión incorrecta, la angustia, la inacción, el agazaparnos, el responder inadecuadamente a personas o estímulos, el perder la ilusión… Al final, la seguridad nos da paz y facilita la claridad mental para salir del atolladero incluso cuando todo parece ponerse del revés.
Y ese atractivo y matices de la seguridad han debido ser lo que ha llevado a utilizarla como eufemismo a nuestro presidente en un momento crucial de la legislatura y de la continuidad del proyecto europeo que nos ha llevado a ser el oasis de derechos y libertades de nuestro mundo. En ningún lugar el ser humano es más libre y tiene mayor valor que en Europa. Con tanto como hay en juego, con tanto por defender, no debería ser necesario obviar palabras como rearme, militar, defensa, ejército, soldados o armas. La paz es un bien tan frágil y tan deseable que hay que protegerla a toda costa. Aunque tengamos que gastar recursos en algo tan terrible.
Europa, España, los valores que representamos y defendemos, deben contar con la protección necesaria para sentir la seguridad que en las últimas décadas nos ha caracterizado. Y no se debe jugar a la palabra más blanda cuando hay palabras gruesas que definen dónde hay que volcarse para que la tristeza no vuelva a la vieja y, ahora, amenazada Europa.