

En este espacio de Diario de Teruel ya he escrito en varias ocasiones sobre Precious, una niña que conocí en Nairobi en un centro en el que atienden a niños y jóvenes con discapacidad intelectual. La madre de Precious ha tenido que recurrir, aun siendo una niña cuyo único problema es cardiaco, a centros especiales para que la pudieran atender. Sí, el corazón lo tiene roto, pero no por haberse enamorado de otro niño de su edad, sino por no tener la pared que separa el ventrículo derecho del izquierdo, produciendo que la sangre arterial se mezcle con la venosa, y así no se produzca un correcto riego sanguíneo. Esto ha producido que las extremidades no estén perfectamente desarrolladas y su capacidad intelectual sea limitada.
Su madre se quedó viuda cuando ella era muy pequeña. Tuvo que hacer frente a la atención de Precious y de otra hermanita más pequeña. El problema o la razón de que esté sin operar es la situación de pobreza en la que viven, ni siquiera han podido pagar los reconocimientos médicos anuales.
Varios cardiólogos de Teruel me insistieron en que se debería operar a fin de intentar recuperar el desarrollo intelectual y físico. Con esta recomendación solicité a mis contactos de Nairobi que buscaran un especialista que pudiera operarla. Ya han preguntado a uno de ellos y las noticias que me dan no son buenas. La operación, sin contar medicamentos y la atención postoperatoria, cuesta el equivalente a 10.000 euros.
Mientras escribo estas líneas me ha venido a la cabeza lo que está escrito en el Talmud: “Quien destruye una sola vida, destruye el mundo entero, y quien salva una vida, salva al mundo entero”. Con cuánta frecuencia hemos descubierto hechos de generosidad y solidaridad en los que se muestra que el hombre no es un lobo para el hombre, más bien un hermano en el que confiar y apoyarse.
Me envían esta foto en la que aparece Precious con su madre. Me alegré al ver que ya puede ponerse de pie. Cuando la conocí siempre estaba por el suelo. Los ejercicios de reanimación han funcionado. Espero que la operación del corazón también. Sólo falta tener fe para comprobar que realmente, quien salva una vida, salva al mundo entero.
Antes de comenzar a viajar a Kenia de modo regular para realizar trabajos de cooperación, mi buen amigo Godfrey Madigu me insistió en que no puedo intentar salvar a todo el mundo de la pobreza, me veía con mucho entusiasmo, tal vez demasiado. Sí, yo sabía que no lo lograría, pero sí que intentaría salvar las vidas de quienes tenía más cerca, y Precious apareció como un regalo en el que debería demostrar que no somos lobos, más bien ángeles que cuidan a otros ángeles.