Síguenos
Mihaela en Santander Mihaela en Santander
banner click 236 banner 236
Juan Cañada

Cada año acudo a Santander a un encuentro de impulsores del voluntariado. Nos encontramos más de cuarenta personas de toda España. Además de poder intercambiar experiencias, aprovechamos para recibir formación relacionada de un modo directo o indirecto con nuestro compromiso. Gracias a estas jornadas hemos podido hacer muy buenas amistades, muchas de ellas persisten en el tiempo, ya que habitualmente seguimos en contacto a través de los mensajes que nos intercambiamos casi a diario y que sirven para resolver dudas, mostrar experiencias, resolver problemas y afianzar nuestro compromiso y amistad.

Solemos tener tiempo también para hacer todos juntos algún tipo de experiencia cultural o deportiva, ya sea visitar el Palacio de la Magdalena, remar en unas traineras por los alrededores de Somo y Pedreña… También se incluyen algunas de tipo gastronómico, como almorzar en algún restaurante típico, o hacer por equipos la comida de un centro social. Son momentos sensacionales para conocernos mejor y ayudarnos más.

Como durante casi cinco años trabajé en Santander, suelo aprovechar para visitar a los antiguos compañeros y amigos. Son momentos en los que se mezcla la alegría de los buenos recuerdos, con la puesta al día de los que han fallecido, que aunque deja un poso de amargura recordarlos siempre es bonito, pues todos hemos contribuido en nuestro crecimiento profesional y personal.

Cuando tengo algún rato libre suelo pasear por los alrededores del hotel en el que estamos alojados. Son paseos en los que observo y respiro el mismo paisaje y aire de otras épocas. ¡Qué hermoso es Santander! ¿verdad? En una de estas caminatas me fijé en una señora mayor vestida con un uniforme de rayas blancas y rosas paseando un perrito de no más de un palmo. Le pregunté si el perrito era suyo. Fue el inicio de una bonita conversación de casi diez minutos. Me comentó que trabaja como empleada de una señora de Madrid que tiene un piso en Santander, y que aprovechan su segunda residencia para pasar largas temporadas, al menos hasta que el viento norte se hace presente y lleva el agua.

Mihaela, que así es como se llama, es de origen rumano. Vino a España con sus hijos, aprendió pronto el idioma y las costumbres, así que no le fue difícil que la contrataran para trabajar para la señora con la que siempre ha estado. Me parecía ya un poco mayor para ir por la calle con un uniforme de rayas blancas y rosas y un chaleco azul paseando un perro que no era suyo. Me contó buena parte de su historia, incluidos los problemas que tenía para conseguir una pensión de jubilación un poco decente. ¿Y lo de regresar a su país? “-Ni hablar, me considero de España y soy feliz. Aquí tengo mi vida, lo mejor de mi historia y una persona a la que cuidar”.

Esa mañana su señora no se encontraba bien y había preferido quedarse en casa observando desde un ventanuco el recorrido del sol sobre los azules del mar y el cielo, mientras Mihaela contemplaba y respiraba mi mismo paisaje y aire. ¡Qué hermoso es Santander! ¿verdad?