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Javier Gascó
Me encanta la fruta. Pero de verdad. Adoro comerme una manzana al despertarme antes de empezar a poner en marcha mi maquinaria particular. Al mediodía siempre me ha gustado más el plátano, mientras que tras la cena abro mi abanico y muchas veces me decanto por una opción más liviana, veáse una pera, un ciruelo o una mandarina. En verano, la sandía no tiene rival -el debate sobre si es mejor o peor que el melón no pienso ni ponerlo encima de la mesa- y en invierno, los caquis y las naranjas se pelean por hacerse un hueco en mi lista de predilectos. Considero que la fruta es fundamental en cualquier dieta. Pero de ahí a llevarla a un debate de investidura en el Congreso de los Diputados hay un buen trecho.

Ayuso, en un nuevo intento de convertirse en la heroína de la derecha y en el meme de la izquierda, lo consiguió. A la presidenta madrileña no le sentó del todo bien que Sánchez utilizase el atril en una jornada como la del miércoles para recordar un posible caso de corrupción que involucraba a la nueva reina de la fruta y a su hermano y, en un momento de impotencia, soltó un “Qué hijo de puta” dirigido al presidente, que yo creo que guardaba algo de admiración entre tanto odio. Como cuando un madridista veía jugar a Messi.

Lejos de pedir disculpas, algo que parece poco común tanto a un lado como a otro del espectro político, Ayuso se hizo fuerte en su discurso y supo jugar a las mil maravillas con la ironía. Un día después, en la Asamblea de Madrid, la del PP dijo: "Yo para mis adentros sí, lo dije, me gusta la fruta".

Con la tontería, parece que el “me gusta la fruta” va camino de convertirse en el “que te vote Txapote” de los últimos años. A mí me parece que el lema, aun siendo digno de un niño de segundo de primaria, al menos no banaliza el terrorismo. Es un avance, pero todavía se puede mejorar. Creo que la derecha tiene ante sí una oportunidad de oro para fomentar los hábitos de vida saludables, ganarse al sector hortofrutícola y lanzar un mensaje rotundo a sus votantes habituales, aprovechando la situación. El lema lo tengo claro: “Coman chirimoyas y no sean chirimoyas”.