EFE/Pepe Torres
Es difícil hablar de otra cosa después de este fin de semana. Los Goya, a pesar de ser un tostón que para los que estábamos trabajando parecían no acabar nunca, han vuelto a ser objeto de debate en todas las comidas familiares de este domingo. Que si la polémica de Karla Sofía Gascón, que si el cabezón a mejor película del año compartido entre El 47 y La infiltrada, que si las tradicionales reivindicaciones políticas…En fin, temas de conversación para todos los gustos.
Y eso que la innovación en los discursos volvió a brillar por su ausencia. Cada año que pasa estoy más convencido de que a los premiados se les debería obligar a aportar algo nuevo al espectáculo. Si no, se entrega el galardón, se posa para la fotito y siguiente, que tampoco hace falta matar de hambre a los asistentes a la gala. En la noche de este sábado tuvimos varios ejemplos de lo que sí se puede hacer a la hora de recoger un cabezón.
El primero fue Salva Reina, que se llevó -muy merecidamente- el premio al mejor actor de reparto. Como era el galardón que abría la gala tenía libertad para hacer lo que le viniera en gana. Y eso hizo. Un semigrito eufórico antes de empezar a hablar, un par de agradecimientos, un bonito mensaje dedicado a su pareja y un gran alegato político: “Ninguna persona es ilegal”. Cierto es que jugaba con ventaja por eso de ser el primero, pero oye, cumplió con nota.
A partir de ahí, lo mismo de siempre. Discursos aburridos, muy politizados y largos, muy muy largos. Las excepciones se pueden contar con los dedos de una mano, pero sobre todo una me resultó emocionante por mi condición de exturolense. El premio a la mejor dirección novel para Javier Macipe fue especial, al igual que su discurso. Lo tenía bien preparado, eso sí. El aragonés recordó su origen ariñense con una bonita milonga argentina que no defraudó a nadie. El mensaje que transmitió, aunque fue similar al de otros muchos que subieron al escenario, quedó en segundo plano. Lo importante es que aportó algo nuevo al show. De eso se trata.
Y eso que la innovación en los discursos volvió a brillar por su ausencia. Cada año que pasa estoy más convencido de que a los premiados se les debería obligar a aportar algo nuevo al espectáculo. Si no, se entrega el galardón, se posa para la fotito y siguiente, que tampoco hace falta matar de hambre a los asistentes a la gala. En la noche de este sábado tuvimos varios ejemplos de lo que sí se puede hacer a la hora de recoger un cabezón.
El primero fue Salva Reina, que se llevó -muy merecidamente- el premio al mejor actor de reparto. Como era el galardón que abría la gala tenía libertad para hacer lo que le viniera en gana. Y eso hizo. Un semigrito eufórico antes de empezar a hablar, un par de agradecimientos, un bonito mensaje dedicado a su pareja y un gran alegato político: “Ninguna persona es ilegal”. Cierto es que jugaba con ventaja por eso de ser el primero, pero oye, cumplió con nota.
A partir de ahí, lo mismo de siempre. Discursos aburridos, muy politizados y largos, muy muy largos. Las excepciones se pueden contar con los dedos de una mano, pero sobre todo una me resultó emocionante por mi condición de exturolense. El premio a la mejor dirección novel para Javier Macipe fue especial, al igual que su discurso. Lo tenía bien preparado, eso sí. El aragonés recordó su origen ariñense con una bonita milonga argentina que no defraudó a nadie. El mensaje que transmitió, aunque fue similar al de otros muchos que subieron al escenario, quedó en segundo plano. Lo importante es que aportó algo nuevo al show. De eso se trata.