

El otro día una conocida me conto una anécdota que me gustaría compartir con vosotros. María se despertó, se miró en el espejo y soltó un suspiro. Ahí estaban: dos granitos relucientes en su barbilla y un tono de piel más apagado que su ánimo un lunes por la mañana. Se puso a hacer memoria y recordó con culpa la noche anterior: pizza, refresco, una bolsa de patatas y, de postre, helado con chocolate. “Será casualidad”, pensó. Pero no, María: la piel también pasa factura.
La alimentación influye directamente en nuestra piel, aunque nos cueste aceptarlo. No es solo un mito para hacer que comamos más verdura. Lo que ingerimos afecta la producción de sebo, la elasticidad y la hidratación cutánea. Por ejemplo, el exceso de azúcar y alimentos ultraprocesados puede generar inflamación y favorecer la aparición de acné, especialmente en adolescentes, donde las hormonas ya están en modo fiesta.
Por otro lado, hay nutrientes que pueden darle a la piel un brillo saludable. Los antioxidantes, como la vitamina C (presente en naranjas, kiwis o pimientos), ayudan a combatir el daño de los radicales libres. Los ácidos grasos omega-3, que se encuentran en el salmón, las nueces o las semillas de chía, mantienen la piel hidratada y reducen la inflamación. La vitamina A (zanahorias, boniatos) favorece la regeneración celular, mientras que el zinc (presente en carnes magras, legumbres y frutos secos) puede ayudar a reducir la producción de grasa y, por tanto, el acné.
Además, existen alimentos que pueden empeorar la apariencia de la piel. El exceso de lácteos, especialmente la leche, se ha relacionado con el aumento del acné en algunas personas, probablemente por su influencia en ciertas hormonas. Los alimentos con alto índice glucémico, como el pan blanco, las patatas fritas o los dulces, pueden desencadenar procesos inflamatorios que afectan la piel. No se trata de eliminarlos por completo, pero sí de moderar su consumo y optar por versiones más saludables, como cereales integrales y grasas saludables.
¿Y qué pasa con la hidratación? La piel necesita agua para mantenerse elástica y luminosa. No basta con cremas: si no bebes suficiente agua, tu piel lo notará. Además, consumir frutas y verduras con alto contenido de agua, como pepino, sandía o espinacas, puede marcar la diferencia.
Volviendo a María, quizá un solo atracón de comida rápida no sea el fin del mundo, pero una alimentación desequilibrada a largo plazo sí puede hacer que la piel luzca cansada, inflamada o propensa a imperfecciones. La clave no es obsesionarse, sino equilibrar: comer saludable la mayor parte del tiempo y darse caprichos sin culpa.
Así que si queremos mejorar nuestra piel tenemos que empezar a revisar nuestro plato. Tu piel, como el resto del cuerpo, es un reflejo de lo que le das. ¡Dale buenos ingredientes y te lo agradecerá!